sábado, enero 17, 2009




LP

y otras prosas tempranas


Marcelo Novoa

(Puerto Alegre Editorial, 2009)


Anoche, en la Feria del Libro de Viña del Mar, el vinilo literario de Marcelo Novoa reunió a unos cuantos amigos de la buena musa porteña: Ennio Moltedo, Juan Cameron, Renán Ponce, Adolfo de Nordenflycht, Julio Adriazola, Axa Lillo, Víctor Rojas, y otros tardíos musicantes.


Aquí dejo, para el delite de los que en la ausencia nos acompañaron, la lectura de presentación del autor, agradeciendo su vieja/nueva amistad.


¿POR QUÉ PUBLICAR LP (1987) AHORA?


Retroceder en el tiempo y ver escribir a ese otro que eres tú mismo, sin querer intervenir, pero al hacerlo, saber que se traiciona el pasado para una mejor recepción futura; algo de eso me sucedió al releer/editar este nuevo libro viejo. Pues no sólo acudieron los fantasmas personales y los muertos ilustres, también, comparecieron la miríada de influencias de aquel tiempo, y sobre todo, desfiló otra vez la caravana de sensaciones atinadas y huidizas que llamamos juventud. Pero siempre, bajo este armazón remoto, resonaba la banda sonora de mis años de formación: la Dictadura, marcando cada una de estas pulsiones adolescentes e imprimiendo en ellas una suerte de sensibilidad enferma. Pues, si quisimos salir a tomarnos las calles, apenas bebimos en noches de plazas desiertas, con mucho miedo ambiente. Tanto, que nos pudrió el aliento feliz de las mocedades y contaminó nuestra escritura con dosis letales de desencanto, pero siempre campeó, irrenunciable, la lucidez.


“LP” se escribió entre los años 85 y 87, en Valparaíso, bajo la órbita generacional de Trombo Azul Ediciones, y puede leerse como el intento afortunado de dar con una voz propia entre la muchedumbre de poetas y prosistas que crecieron al amparo de las Universidades intervenidas. En ese contexto, los usos verbales tomados directamente de la oralidad, se mixturaban con lecturas enlazadas de las vanguardias latinoamericanas y cierta teoría literaria post-estructuralista, que hoy –supongo- es de conocimiento masivo, o quizás, el piadoso olvido ha dado cuenta de tales arrebatos teoréticos.


Así, este hablante/agonista, adolescente porteño por más señas, realiza el trillado periplo iniciático para convertirse en autor. Pero este cachorro de artista, no sólo recibe las consabidas patadas del mundo, sino que alcanza a intuir un enemigo interior aún más feroz: la abulia, la apatía y el escepticismo de una generación de jóvenes -sus lectores- consumidos por el consumo.
Por ello, espera aquí que los nuevos lectores se acerquen al texto que presentamos, con perspicacia saludable, a sabiendas que tanta agua escurrida bajo los puentes, sí dio finalmente con ese mar sin respuestas posibles, que es la literatura.


Cuando “LP” estuvo impreso, como bien lo saben muchos autores, junto al libro terminado se habían acumulado páginas y textos que aún resultaban ser parte del mismo proceso escritural, como engranajes que realizaran una función similar, y por lo mismo, fueron reemplazados al momento del montaje final.

Por ello, me impuse la tarea de escribir poemas en prosa, motivado por la fascinación que la relojería verbal de dichos artefactos ejerce sobre mí (pues necesitan de un ritmo interno y una eficacia formal que siempre presentan desafíos al escritor) y sus cultores resultan tan heterogéneos como escasos, pienso en los ejemplos notables de A. Rimbaud, R. Char, y nuestro E. Moltedo.


Finalmente conseguí acumular un puñado exento de imitaciones y un amigo diseñador, los traspasó a una eficaz plana, que con pliegues y calces armaba una cartografía a escala, titulada “Minorías” (1988) y que originalmente sólo recibieron un centenar de lectores de mi primer libro. Por ello, aquí comparece ampliado y corregido este mini mapamundi de mis obsesiones con el len-guaje y sus enrarecidas temáticas humanistas. Así, estas “Minorías” sirven de nexo entre “LP” y su continuación, un texto totalmente inédito hasta hoy.


Finalmente, como una coda de despedida a mi primer libro, anuncié que “preparaba cuerdas y madera, a manera de cadalso o instrumento…”. Esta idea funesta, muy propia del espíritu de época postdictadura, asimilaba mi andamiaje verbal a un catafalco de sueños generacionales o bien, una máquina de torturar recuerdos recientes. Esta sombría percepción rondaba mis días y mis trabajos, hasta que hizo su entrada triunfal el tardío amor adolescente, casi puro deseo, sin más asidero real que un par de decepciones, otros muchos autoengaños y una vergonzante hasta hoy, escena de celos sin objeto preciso, o mejor dicho, culpable.


Sol y sal sobre la piel sensible de quien buscaba amar desesperadamente a quien sea que estuviese al otro lado de esta pasión pura chifladura. Los diarios de Kafka, con su visión desencantada del ser humano, trajeron lucidez a tal veladura de armas, en medio de las tinieblas de un corazón tan irresoluto. Entonces, ejercité mi arsenal de dispositivos narrativos y otras astutas defensas propias de la poesía para asediar, durante meses que se volvieron años, al amor verdadero. Que llegó, tardíamente, con Fabiola, mi cómplice y guía, trayendo consigo la promesa de trascendencia, mi hija, Sofía.


Este borroneo incesante de tan mezquino interés, con su inoficiosa grafomanía lujuriosa se toparon con un nuevo paradigma que entraba a escena, recién iniciada la transición democrática: la postmodernidad, que establecía al cinismo como forma de comunicación y afectividad de aquellos tiempos que corrían y aún hoy, tropiezan igual.


Entonces, pensar en esta damisela esquiva y casquivana, torturando insensiblemente al ingenuo poeta, tan fuera de onda, se transformó en una metáfora potente de los actuales tiempos, donde fama, éxito y productividad casi nunca se corresponden con honestidad, trabajo y dedicación por parte de los escritores al uso. Allí surgió el germen de esta última sección del libro presente.
Así pues, redacté este “Cuaderno en desComposición” sin otra pretensión que tomar el pulso nervioso y urgente a esta comedia de equivocaciones, pues cada día que pasa, dicha contradicción entre vida y obra se ahonda, sin hallar solución ni salida.


Aún me veo sentado en las escaleras de cualquier cerro de Valparaíso, especulando con torpeza sobre el oficio del poeta. Aún me siento inexperto, incomprendido y antisocial, pero profundamente convencido que sólo un gesto colectivo nos sacará a todos del pozo de los falsos deseos. Y es con dicha confianza que entrego estas páginas reunidas de mis poemas tempranos, con la inútil convicción que apilar palabras contra el viento, sigue siendo, hoy como ayer, nuestra esencial defensa de lo que resta de humanidad.

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