viernes, octubre 12, 2012


"La creatividad se aprende igual que se aprende a leer"

 (Ken Robinson)

por Lluís Amiguet


Un día visitando un cole vi a una niña de seis años concentradísima  dibujando. Le pregunté: "¿Qué dibujas?". Y me contestó: "La cara de Dios".

¡. ..!

"Nadie sabe cómo es", observé. "Mejor - dijo ella sin dejar de dibujar-,ahora lo sabrán".

Todo niño es un artista. 

Porque todo niño cree ciegamente en su propio talento. La razón es que no tienen ningún miedo a equivocarse... Hasta que el sistema les va enseñando poco a poco que el error existe y que deben avergonzarse de él.

Los niños también se equivocan. 

Si compara el dibujo de esa niña con la Capilla Sixtina, desde luego que sí, pero si la deja dibujar a Dios a su manera, esa niña seguirá intentándolo. El único error en un colegio es penalizar el riesgo creativo.

Los exámenes hacen exactamente eso.

 
No estoy en contra de los exámenes, pero sí de convertirlos en el centro del sistema educativo y a las notas en su única finalidad. La niña que dibujaba nos dio una lección: si no estás preparado para equivocarte, nunca acertarás, sólo copiarás. No serás original.

¿Se puede medir la inteligencia? 

La pregunta no es cuánta inteligencia, sino qué clase de inteligencia tienes. La educación debería ayudarnos a todos a encontrar la nuestra y no limitarse a encauzarnos hacia el mismo tipo de talento.

¿Cuál es ese tipo de talento? 

Nuestro sistema educativo fue concebido para satisfacer las necesidades de la industrialización: talento sólo para ser mano de obra disciplinada con preparación técnica jerarquizada en distintos grados y funcionarios para servir al Estado moderno.

La mano de obra aún es necesaria. 

¡Pero la industrialización ya no existe! Estamos en otro modo de producción con otros requerimientos, otras jerarquías. Ya no necesitamos millones de obreros y técnicos con idénticas aptitudes, pero nuestro sistema los sigue formando. Así aumenta el paro.

Pero se nos repite: ¡innovación! 

La piden los mismos que la penalizan en sus organizaciones, universidades y colegios. Hemos estigmatizado el riesgo y el error y, en cambio, incentivamos la pasividad, el conformismo y la repetición

No hay nada más pasivo que una clase. 
¿Es usted profesor, verdad? Las clases son pasivas porque los incentivos para estar calladito y tomar apuntes que repetirá son mayores que los de arriesgarse a participar y tal vez meter la pata. Así que, tras 20 años de educación en cinco niveles que consisten en formarnos para unas fábricas y oficinas que ya no existen, nadie es innovador.

¿Cuáles son las consecuencias? 

Que la mayoría de los ciudadanos malgastan su vida haciendo cosas que no les interesan realmente, pero que creen que deben hacer para ser productivos y aceptados. Sólo una pequeña minoría es feliz con su trabajo, y suelen ser quienes desafiaron la imposición de mediocridad del sistema.

Tipos con suerte... 

Son quienes se negaron a asumir el gran error anticreativo: creer que sólo unos pocos superdotados tienen talento.

"Sé humilde: acepta que no te tocó". 

¡Falso! ¡Todos somos superdotados en algo! Se trata de descubrir en qué. Esa debería ser la principal función de la educación. Hoy, en cambio, está enfocada a clonar estudiantes. Y debería hacer lo contrario: descubrir qué es único en cada uno de ellos.

¿La creatividad no viene en los genes?

 
Es puro método. Se aprende a ser creativo como se aprende a leer. Se puede aprender creatividad incluso después de que el sistema nos la haya hecho desaprender.

Por ejemplo... 

Soy de Liverpool y conozco el instituto donde recibieron clases de música mi amigo sir Paul McCartney y George Harrison... ¡Dios mío! ¡Ese profesor de música tenía en su clase al 50 por ciento de los Beatles!

Y... 

Nada. Absolutamente nada. McCartney me ha explicado que el tipo les ponía un disco de música clásica y se iba a fumar al pasillo.

A pesar del colegio, fueron genios. 

A Elvis Presley no lo admitieron en el club de canto de su cole porque "desafinaba". A mí, en cambio, un poliomielítico, me admitieron en el consejo del Royal Ballet...

Ahí, sir, acertaron de pleno. 

Allí conocí a alguien que había sido un fracaso escolar de ocho años. Incapaz de estar sentada oyendo una explicación.

¿Una niña hiperactiva? 

Aún no se había inventado eso, pero ya se habían inventado los psicólogos, así que la llevaron a uno. Y era bueno: habló con ella a solas cinco minutos; le dejó la radio puesta y fue a buscar a la madre a la sala de espera; juntos espiaron lo que hacía la niña sola en el despacho y... ¡estaba bailando!

Pensando con los pies. 

Es lo que le dijo el psicólogo a la madre y así empezó una carrera que llevó a esa niña, Gillian Lynne, al Royal Ballet; a fundar su compañía y a crear la coreografía de Cats o El fantasma de la ópera con Lloyd Webber.

Si hubiera hecho caso a sus notas, hoy sería una frustrada. 

Sería cualquier cosa, pero mediocre. La educación debe enfocarse a que encontremos nuestro elemento: la zona donde convergen nuestras capacidades y deseos con la realidad. Cuando la alcanzas, la música del universo resuena en ti, una sensación a la que todos estamos llamados.

Fuente: La Vanguardia
Redes para la Ciencia 89: Los secretos de la creatividad 



miércoles, octubre 10, 2012

  
 Carlos Monsiváis en el centro

por Fabrizio Mejía Madrid

Hace dos años la primera crónica de Carlos Monsiváis cumplió el medio siglo de publicada. Se trata de la narración de una marcha en protesta por el golpe de Estado contra Jacobo Arbenz en Guatemala. A la marcha asistieron Diego Rivera y Frida Kahlo, quien moriría al año siguiente. Si se quiere reducir lo irreductible a ese evento be my guest: en esa crónica estarían concentradas varias de las formas de la atención de Monsiváis. La marcha vista como espectáculo donde lo popular es, también, compromiso civil; la fascinación por los personajes-mito; el interés por la plástica mexicana.
De los usos de la resistencia civil Monsiváis llegaría a invadirnos con un concepto que opera en la realidad justo cuando se le nombra: ahí donde, en el terremoto de 1985, todos veíamos derrumbes y las ruinas de lo que fuimos, él asestó el término “sociedad civil”. El término llegó a fundar a la propia sociedad civil mexicana que pidió el espejo prestado para reconocerse.
Esta idea que permeó instantáneamente a la sociedad se explica desde que, en 1958, Monsiváis, junto con José Emilio Pacheco, participaron en una huelga de hambre a favor de los ferrocarrileros que se enfrentaban por primera vez al sindicalismo oficial. Más tarde Monsiváis negaría la huelga de hambre con un “Benita Galeana nos repartía chocolates”, pero de ese momento está ahí la palabra cívica, antes –muchas veces opuesta– de la política activa, lo que funda una idea que se profundizó en el verano de 1968: el poder es la locura que baja, la sociedad civil es la que resiste con la cordura de las libertades.
Monsiváis ha visto –leído– la locura cotidiana de los poderosos en su célebre columna semanal Por mi madre bohemios. Sus polémicas: desentrañar la responsabilidad única de Díaz Ordaz y su gabinete en la matanza del 2 de octubre de 1968; lo laico como frágil garantía de no volver a postrarse frente a la moral de Las Rodillas Laceradas de la Caridad; lo civil y pacífico de toda resistencia viable y su condena del lenguaje mortuorio de las revoluciones; lo popular, no como folclorismo, sino como derecho a la palabra. Los límites bajo protesta que Monsiváis le ha impuesto a los poderosos, y también a preponderantes no tan asumidos como el subcomandante “Marcos” y al propio perredismo, son eso que comúnmente la gente le pregunta a Carlos Monsiváis: “Dime qué está pasando.” Él, burlón, como siempre, ha inventado aquello de “cuando estaba entendiendo lo que pasaba, ya había pasado lo que estaba entendiendo”.
Monsiváis es quizás el intelectual más escuchado del medio siglo. No el experto, no el académico, no el opinador. Sino alguien que está reflexionando todo el tiempo desde la cultura como una forma de atención. Si Agustín Lara era una atmósfera, más que un género, Monsiváis es una mirada.
Gómez de la Serna escribió que lo cursi “es todo sentimiento que no se comparte”. Es decir, que lo cursi sólo es una forma de percibir una emoción. Quien la padece no se considera cursi, sino inspirado. Lo mismo sucede con otros desdenes. Lo “naco” podría ser una apariencia física que no se comparte. Entonces “cursi” y “naco” son términos que nos lanzamos desde la ausencia de empatía con los otros. Digo esto porque existe un hilo conductor en la obra de Carlos Monsiváis que va de su retrato de Agustín Lara a la extirpación de la palabra “naco” como abierto racismo.
Cuando apareció su esperado ensayo sobre Salvador Novo –el cronista que le hereda a Monsiváis su talento para narrar el presente con ironía, aunque no su oportunismo– me sorprendió el título: “Lo marginal en el centro.” De muchas maneras es una declaración de principios de la obra de Monsiváis: todo lo apartado por la cultura oficialista es puesto en el centro por una mirada centrífuga, disidente, informada. Así, la noche en la ciudad de México, la Marcha del Silencio en 68, Benita Galeana, la pintura de Francisco Toledo, el desvelamiento de los valores lacrimógenos del cine nacional o del Manual de Carreño, los rescatistas del terremoto, las antologías de poesía y crónica, digo, todo eso es puesto en el centro cuando no era ni la esquina. Es una forma de la atención donde Monsiváis funda una nueva república de dichos, objetos y personajes. Por eso tampoco sorprende que acabara gastando todos sus ahorros de conferencias ubicuas, textos que invaden los suplementos culturales y prólogos en comprar una enorme colección de cosas (menospreciadas por los museos) en estanquillos, bazares, mercados de pulgas por toda la República. Es una mirada a la cultura desdeñada pero también llena de emoción, de un sentimiento que no se comparte pero que él está encargado de consignar como legítimo. “Lo fugitivo permanece.” Después de él, “naco” es una marca de ropa muy chic, Agustín Lara está en los remixes y los remixes podrían ser una etnia de mixes recalcitrantes. Desde su canon antioficial, Monsiváis ha sido un pensador de la empatía.
Carlos Monsiváis es el escritor más pop que hemos tenido. En él la obra no es sólo lo escrito y publicado, es lo leído y hablado por igual. Es un autor que restaura una tradición oral vía telefónica, que compone letras de canciones, que anima a fundar editoriales, suplementos, bibliotecas públicas, centros de arte popular. Sus actos de caridad –de los que nunca habla– son en forma de donaciones de libros y películas de su acervo tan extenso que se exhibe en el suelo de su casa.
Es apenas justo que gane el Premio ex Rulfo: en su estudio, donde lee, escribe, y canta canciones inventadas por teléfono, entre los gatos, hay un cuadro. Es la primera página de El llano en llamas. En una esquina del papel un perro aúlla. Quisiera estar en el centro. ~