jueves, enero 15, 2009


Leum Ua
"El sol interno del hombre"

El secreto no estaba en Wall Street sino al fin del mundo

por Ziley Mora

No ha habido cultura en el mundo más sobria y frugal que la de los yaganes. Ni tampoco más resistente a las inclemencias de los elementos. Navegantes eternos de los heladísimos canales australes, nunca se bajaron de su embarcación, llevando en ella una fogata que jamás debía apagarse. La explicación de ello se debió sin duda a su dieta y a la enorme simplicidad de sus costumbres guiadas por un solo principio: adaptar -al menor costo ecológico posible- la permanencia humana en el mundo al nicho natural de los fiordos, fuente de veneración y de revelación de sentido. Su comida, sólo a base de mariscos, pescado y algas (riquísimas en omega 3, factor que sin duda les hizo evolucionar su cerebro en niveles que hoy desconocemos), contribuyó a dos cosas: fue causa obvia para subsistir, es decir, sólo para aportarles lo mínimo necesario -no les interesaron los excedentes ni las ganancias- en el objetivo básico de lograr "el desarrollo del ser" (nunca quisieron convertirse en una "cultura del aparecer" sino del ser esencial, ya que jamás pretendieron someter o impresionar a ninguna tribu vecina con algún alarde de poderío material).
Pero la dieta también les sirvió de pretexto. La búsqueda de comida en esa dura escuela del mar helado, los empujó a crear una "cultura de la caza y de la pesca" como una manera de aprender del mundo y de sí mismos. Porque como ningún otro habitante del planeta -así lo reflejan la sabiduría de sus mitos- los yaganes supieron algo que a las culturas modernas definitivamente se les escapó: el hombre nunca será hombre si no se despierta en él el Leum Ua, el espíritu, (que sugestiva y literalmente se traduce como "el sol interno del hombre"). Ese sol es "el espíritu de la caza". Ello nos está recordando que la persona mantiene dentro de sí; si no está con el arpón de la conciencia en ristre para "capturar la huidiza pres", la misma que astutamente nos marea mimetizándose con las aguas. Aprendió que "ser humano" implica una disciplina diaria: jamás dejar apagar ese fuego de la conciencia despierta, ni el fuego de la pasión de ser y conversar en la sobria canoa del viaje. El yagán supo que la felicidad no estaba en el de ningún crédito hipotecario (¿podría haber seguridad en un mundo donde la lluvia, el hileo y el viento rasante es el amo?) sino en el nomadismo, en el abandonar, en el no poseer (sino "poseerse" para cazar energía), en el cuidado de ese fuego, del sol interior... Si el viento patagónico arranca de cuajo todo, hasta los achaparrados ñirres, lo mejor entonces será navegar y hundir las raíces de la identidad en el fuego interno. Como a los iranios seguidores de Zarathustra, a ellos se les reveló el fuego como la religión esencial. Tal es la gran enseñanza que nos viene de las australes islas Conejo y Mascart de Chile.
Los yaganes supieron algo poderoso y vasto, de otro modo no se podría explicar como es que con tan sobria tecnología lograron desarrollar acaso el más rico vocabulario de la América indígena: más de 32.000 palabras e inflexiones en su diario léxico! Esos nómadez del mar, maestros de la tradición oral y de las conversaciones infinitas sobre una inestable canoa del tiempo, tan asombrosamente ligeros de equipaje, hicieron de su economía "zen" de la frugalidad y -por contraparte- de la superabundancia de reflexión y diálogo con la naturaleza, todo un legado. Nadie todavía ha estudiado la filosofía implícita contenida en esa "biblioteca" que es cada una de sus palabras-conceptos. Por tanto, ¿no estará la clave humana en que ninguna posesión material importa si no sirve sólo como instrumento para alimentar el fin con que fuimos creados, que lo único que importa es conservar el fuego de la pasión-por-Ser en la canoa del corazón? ¿No estará ese "perdido secreto" del fin del mundo en el arcaico hecho de que nosotros somos y existimos en la conversación con el otro, que nos empoderamos -no con acciones de la bolsa global digitada perversamente a distancia- sino con lazos familiares y humanos más íntimos, con el lenguaje amoroso que se produce entre nuestros semejantes y que la clave que derrite los hielos del desamor y lo que nos arraiga y da identidad es el lenguaje infinito, siempre recomenzado sobre esta inestable embarcación que es la vida?

Preguntas que se nos responden sólo aquí, en la "Tierra del Fuego".


Fuente: El Ciudadano. Ziley Mora es experto en cosmovisiones originarias de Chile.
Fotografía: Gusinde, 1882.

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