miércoles, junio 25, 2008



LA ÚNICA MEDIDA O EL CEREBROCIDIO NACIONAL

por Francisco Huneeus Cox


Todos estamos conscientes del deterioro intelectual en que estamos. Los políticos y empresarios hablan de la “edad del conocimiento”, de “innovación”, de “desarrollo”, cosas por el estilo, muy rimbombantes, por cierto, pero que tienen significados muy diversos.

Me gustaría referirme a lo que usted y yo entendemos por “conocimiento”, que es posiblemente el más próximo a nuestra experiencia cotidiana y cuya falta es la más notoria. Cada vez que se habla de “conocimiento”, echo de menos un diagnóstico o, al menos, una reflexión más psicológica e histórica de la noción del concepto, sobre todo ahora que estamos supuestamente en la “sociedad del conocimiento”. Hay gente que se llena la boca con esa frase, como si fuese un gran descubrimiento o una gran innovación, cuando en realidad más parece un eslogan para hacernos partícipes de su obsesión con la electrónica y sus derivados.

Soy de la anticuada opinión de que el conocimiento, el verdadero saber, surge de la interacción, desde muy temprano en la vida, del sujeto con el mundo; no es un acto meramente cognitivo intelectual, sino también algo somático que involucra a todo el sujeto, vale decir, su cuerpo y su accionar sobre las cosas. Si hacemos una deconstrucción muy sencilla, vemos que los bebés comienzan su exploración del mundo lengüeteando todo lo que está a su alcance. Luego vienen otras experiencias sensoriales, para finalmente llegar al lenguaje, que abre mundos que no están ni en tiempo presente ni al alcance inmediato de los sentidos. Y el lenguaje es el pensamiento o, por lo menos, su soporte comunicable. Este es el modo que todos los humanos tenemos para expresarnos.

Luego aparece la escritura, que permite la extensión en el espacio y en el tiempo del pensamiento. Un proceso muy complejo y cuya adquisición comienza muy al principio de la vida y el crecimiento. La comprensión de la lectura requiere de una construcción mental: cada palabra y cada frase debe imaginarse o representarse de alguna manera para poder entenderse. Este proceso constructivo de la mente se desarrolla mediante el uso, como casi todas las funciones humanas. Y así fue como nos formamos desde pequeños: explorando, experimentando, leyendo y fantaseando.

¿Pero qué pasó en los últimos 30 a 40 años? Con el terror del golpe militar, la gente dejó de leer, se impuso el IVA a los libros, censura a las editoriales, autocensura a las librerías y el mundo intelectual decayó enormemente. Pero la mente humana no puede dejar de funcionar y se obsesionó con la TV, una pantalla con imágenes y voces que resultó demasiado atractiva, más de lo presupuestado. Las mentes se llenaron de contenidos provenientes de los directores de emisoras, censurados y autocensurados; y el afán de explorar, experimentar, soñar, crear, ese anhelo de la mente, fue reemplazado por canales de TV, que empezaron a pensar por nosotros. Y ese pensamiento que transmiten es por necesidad banal, porque quienes financian los medios masivos son avisadores, sólo interesados en captar la atención a toda costa, para publicitar sus productos.

De más está decir que los libros resultaron demasiado trabajosos para los menores de hoy, y de hace 30 a 40 años también. Las aficiones durante la infancia ‑tenues al comienzo‑, los experimentos caseros con alambres, fierros, motorcitos, radios, bichos, animalitos, plantas, etc., quedaron para otra etapa del desarrollo, si es que no desaparecieron del todo. La posibilidad de profundizar y desarrollar este tipo de aficiones se pierde hoy en la bulla de la educación escolar tradicional (¡basta recordar que el anterior Ministro de Educación propalaba a los cuatro vientos que la educación debe ser inglés y computación!). Los niños pasan gran parte de su tiempo libre en casa mirando TV.

Cuando se lee, la mente trabaja. Las personas que miran TV pierden esa afición y, además, abandonan sus capacidades de crítica y raciocinio, traspasándose éstas a los directores de programación. Y no disimulo mi desazón con ese medio, que creo con dificultad se le puede encontrar un solo beneficio, y sinceramente creo que la única "norma" de la TV que valdría la pena implantar, precisamente por el deterioro mental que ha creado y sigue creando, además del sobreendeudamiento por consumo banal, americanización de nuestros estilos de vida (o mejor aún, “californicación de Chile”, término acuñado por Roberto Matta), sería volver al sistema blanco y negro (para horror de publicistas y “retailers”). Obviamente, me refiero a la TV abierta o “gratuita”, que tampoco es gratuita, porque se financia con publicidad, la que efectivamente funciona haciendo que los televidentes, a final de cuentas, la paguen con su consumo. A esto tendría que agregar una sospecha seria que tengo: en buena medida, los altos índices de déficit atencional e hiperkinesis que se detectan en nuestra juventud también son aprendidos mirando desde muy pequeños esa pantalla que siempre se mueve y siempre se interrumpe en el momento menos pensado. Mirar TV es una actividad totalmente pasiva, no hay posibilidad alguna de una construcción mental, y menos aún de una reflexión. Hay sólo una percepción pasiva de acciones y situaciones, sin intervención alguna del sujeto, excepto, claro está, sentimientos afectivos de agrado o desagrado, deseo o rechazo. A lo más, se "sienten" cosas y la mente se “entretiene” con contenidos hechos a propósito para tener la mente ocupada en “entretenerse”, el mejor amigo de la flojera mental y la adquisición de conocimiento. El leer, en cambio, es una actividad enteramente constructiva. Hay que imaginarse cada palabra, cada frase, para entender lo que se lee. La TV ha trastocado los hábitos de tal forma que creo no exagerar al afirmar que es ese medio precisamente el primer y mayor impedimento al desarrollo integral de los ciudadanos que hacen el país.

No sin razón el Presidente Jorge Alessandri se oponía tenazmente a la introducción de la TV a color. El color en sí es un atributo que aumenta impresionantemente su persuasión, aunque no afecta para nada su contenido.

El presente esfuerzo de cambio a TV digital u otro sistema más moderno con mayor definición y más opciones, en discusión en este momento, será otro paso certero hacia el deterioro de la cultura, la intelectualidad y, por cierto, la comprensión de la lectura, de la edad del conocimiento de la inventiva y de la muy necesaria capacidad de innovación.


Fuente: Crítica.cl

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