lunes, junio 23, 2008

Foto: UPI

General Bernales: nuestra Lady Di

Por Pedro Santander Molina


Comencemos por señalar que esta reflexión no girará en torno al fallecido ex General Director de Carabineros, José Alejandro Bernales, sino en torno a la representación que fue construida en estos días por los medios de comunicación, especialmente por la televisión y sus diversos programas. Nos parece importante que se comprenda dicha diferencia, que implica la separación entre el sujeto empírico (fallecido) y el sujeto mediático (más vivo que nunca). Sobre este último hablaremos, no sobre el primero.

Esta aclaración tiene también algo de justificación a priori, un “por si acaso” que, por lo mismo, da cuenta de los temores y restricciones que se atisban cuando la reflexión en Chile se encauza por un camino menos transitado. Ya el domingo pasado vimos a un panelista en un programa de conversación esbozar tímidamente una explicación al fenómeno de masas que produjo la muerte y el funeral del general Bernales, pero fue una aproximación tímida, pues gastó más palabras en disculparse y mitigar sus afirmaciones que en profundizarlas. Rescatamos, sin embargo, -como punto de partida para lo que nosotros queremos señalar- una pregunta que dejó planteada: si una semana antes del accidente aéreo se hubiera realizado una encuesta en el Paseo Ahumada, ¿cuántos hubieran sabido quién era, cómo se llamaba el General Director de Carabineros? Sospechamos que muy pocos.

Dicho lo anterior, creemos que podemos identificar un antes y un después en la televisión chilena. Sin embargo, no es un fenómeno nuevo respecto de la dramatización televisiva que exhiben otros países. Sabemos que la innovación en televisión suele ser lenta, pesada, escasa; se copian los géneros, los formatos, los programas, los estilos, los escenarios, etc. Eso ya lo sabían hace sesenta años los teóricos de la Escuela de Frankfurt. Hablaban de la primacía de los géneros por sobre el contenido. Y vemos en la TV chilena que la copia tampoco es una excepción: los reality son un excelente ejemplo, llegan a nuestro país de la mano de Canal 13 una vez que han triunfado en Europa, se calcan programas como Amor ciego (de EE.UU.) o El baile (de Gran Bretaña). Y también los espacios considerados más serios, como los noticiarios, tienen ese “efecto copión” en los estilos, pautas, horarios, etc.

Lo que impacta en el caso específico que estamos analizando, es la similitud que los medios chilenos, sobre todo la televisión, han mostrado con el comportamiento que tuvieron los medios ingleses (y por consecuencia el público) con el fallecimiento de Lady Di. Hubo olfato y reacción activos, alertas y apropiados. Se actuó de modos a ratos casi idénticos en la prensa en escena comunicacional de la muerte y los funerales del general. La primera pista la dio Televisión Nacional: se concibe y evalúa el acontecimiento de un modo tal, que justifica la interrupción de una final internacional de un torneo Sub-23 en la que Chile disputaba el primer lugar. El clásico “Extra” periodístico es percibido como muy poca cosa. Es la parrilla programática en su conjunto la que se ve alterada hasta las 3 de la mañana. El resto de los canales imita la conducta.

Lo que comenzamos a ver nos remitió discursiva y comunicacionalmente a otra tragedia convertida en espectáculo por los medios: el fallecimiento de Lady Di. Hay similitudes asombrosas. Algunas ajenas a los medios y otras, las más, construidas tanto por la comunicación mediática como por sus consecuencias sobre la audiencia. Veamos algunas que pertenecen a la primera categoría: tanto Lady Di como el general Bernales mueren en un accidente, en un país que no es el suyo, con sus parejas, por fallas en un medio de transporte.

Pero las de la segunda categoría son las que interesan para este análisis: la reacción comunicacional, que sorprende por lo igual y que nos hace sostener que la televisión y sus posibles efectos fueron también considerados por diversos actores, como la presidenta de la República, los ministros, el Cuerpo de Carabineros, etc. , que participan de la dramatización. La puesta en escena de los funerales y el luto, por ejemplo, incluyen en ambos casos flores dejadas en rejas por las personas, libros de condolencia a lo largo del país, la carroza, el canto de una solista en el funeral (una niña acá, Elton John allá). Como ya decíamos, la programación televisiva sufrió cambios durante días, hubo cadenas nacionales, tanto de la presidenta como de la transmisión de la misa, del cortejo y el funeral.

Todo esto, al igual que con Lady Di, nos lleva a presenciar una sobrerreacción informativa que, por saturación, deja de ser informativa. Lo esencial de un evento noticioso es que aporte información novedosa al hecho que se difunde. Sin embargo, durante horas, vimos a todo el aparato periodístico de los canales chilenos, a lo mejor de nuestro periodismo, dándose vueltas sobre lo mismo, haciendo avanzar apenas la información respecto del hecho, aportando mínimas unidades informativas novedosas.

Cuando esa sobrerreacción no informativa es protagonizada por lo mejor del periodismo televisivo, comienza a ocurrir algo que es diferente a la transmisión de una noticia importante: el periodismo deja de informar sobre un hecho y se hace a la tarea de construir un acontecimiento, de moldearlo y darle una existencia propia, en este caso, ese constructo se vuelve antológicamente independiente del general Bernales como sujeto empírico, convirtiéndolo en un sujeto mediático que podemos calificar gráfica y metafóricamente como “nuestra Lady Di”, por el accionar de los medios, sus consecuencias y la consiguiente reacción popular. Los medios ingleses bautizaron a esta lady como “la princesa del pueblo”; en Chile la prensa habló del “general del pueblo”; se recurre a las metáforas mitológicas para caracterizar a los personajes, se muestran sus rostros con efecto glow (brillo alrededor que remite a las aureolas), etc.; es el mito prometeico al alcance de la audiencia.

Algunas consecuencias:

Hablábamos de un antes y un después en términos del comportamiento televisivo de la información, de la copia de estilos y formatos, de la escasez penosa de lo informativo en la entrega noticiosa, de los departamentos de prensa que provocan un desplazamiento de la noticia optando por la creación de un suceso dramático. Estos elementos permiten la instauración legitimada de la hiperemocionalidad en espacios de la programación donde lo racional solía primar. Asistimos al declive de lo factual, de los hechos, en espacios informativos que se ven colonizados por las reglas, las dinámicas y las lógicas de la ficción, pero, que al mantener la apariencia de noticia (periodistas-locutores, contactos en vivo, reporteo, estilo lingüístico informativo) simulan hechos, difundiendo simulacros.

Otra consecuencia, en este caso teórica: por más que nos duela, nos angustie o nos incomode, situaciones como estas indican que vale la pena revisar o revisitar ciertos postulados y nociones de las teorías conductistas aplicadas a los medios de comunicación y sus efectos sobre las audiencias. ¿Cómo, si no, explicar las 50 mil personas en las calles? ¿Cómo entender que una mujer sufra un ataque de histeria al paso de un desconocido? ¿Cómo comprender que un hombre en Puerto Montt, que nunca vio al general, lo llore “porque era tan cercano”?

A los estudios de medios no les gusta usar la palabra masa, se prefiere hablar de comunicación social antes que de comunicación de masas. Pero, acaso aquello que vimos en el funeral no es masa pura y dura, masa densa, no es ese el mejor término para describir un comportamiento multitudinario difícil de explicar, pero que sabemos está en relación con los medios y sus audiencias y al cual, incluso, se suman agentes de las instituciones autorizadas como un Felipe Harboe sollozando?

Finalmente, dicho todo lo anterior, podríamos plantear una suerte de formalización: bajo condiciones colectivas de excitación emocional, la muerte trágica de un miembro de la elite difundida con hiperemocionalidad por la televisión y legitimada por miembros de las estructuras de poder, provocará respuestas hiperventiladas, masivas y homogéneas. Es lo que podríamos llamar el “efecto Di” o, para nuestro caso, el “efecto Bernales”.


Nota: Pedro Santander Molina es periodista, Grupo de Análisis de Medios, Escuela de Periodismo, PUCV.

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