lunes, abril 14, 2008



THC

Trogloditas Hipócritas Constitucionales

Por Eduardo Carrasco

El modo cómo se generan y tramitan las leyes es significativo. Algunas se promulgan con bombos y platillos, después de bullados trámites, informes de comisiones, actos públicos, discursos y declaraciones. Son las que los políticos prefieren: le dan la oportunidad de mostrar que están preocupados de los problemas de la gente. Todo el mundo queda contento y con buena conciencia: la fiesta de la ciudadanía, el triunfo de la democracia, el orgullo de los legisladores.

Pero hay otras leyes en las que se buscan caminos subrepticios para su tramitación, se eluden los debates, se tramitan bajo cuerda y dan la impresión de que se han elaborado con la sospecha de que se está haciendo algo incorrecto. Ahí la democracia y el respeto a la ciudadanía comienzan a flaquear y el autoritarismo empieza a mostrar su indiferencia y sus filudos dientes. La modificación del artículo 63 de la nueva ley de drogas (20.000), en que se incluye por primera vez a la marihuana en Lista Uno, es decir, rotulada como droga dura a la par de la cocaína, el éxtasis y la heroína, es una ley típica de este último tipo.

Y es que se sabía de antemano que se estaba pasando a llevar la verdad con el objeto de darle mejores armas a la represión policial. Equiparar la marihuana a las drogas duras es una exageración a los ojos de cualquiera que se informe seriamente sobre el asunto. De la misma manera como todos sabemos que algunos individuos, por debilidades personales que los hacen caer de pronto en la adicción, entran en el infierno de las drogas, también sabemos que fumarse un pito de vez en cuando no le hace daño a nadie. Y esto también lo saben los legisladores que han preferido volverle la espalda a sus propias experiencias (estoy seguro de que la mayoría de ellos ha probado la marihuana alguna vez) y han preferido seguir el camino fácil, el del autoritarismo, el de la represión, el que finalmente parece el más eficaz, pero que en realidad es el más ineficiente y el más ciego. Pero lo grave es lo que aquí está en juego: la moral y la información que tiene nuestra sociedad sobre estos temas no coincide ni con la moral ni con la información que tienen sus legisladores, y menos todavía con la que tienen sus jueces. La sociedad es más liberal que sus autoridades y eso es el preludio de graves problemas futuros porque son desequilibrios que generan violencia. Peor aún, la pura represión nos hace a todos hipócritas, nos obliga al doble estándar.

Se cree que combatir a la droga es facilitar las medidas represivas en su contra, sin asumir que esto en realidad es volverle las espaldas al verdadero problema. La drogadicción es un problema de ciertos individuos con características muy específicas cuya psicología los hace proclive a este tipo de enfermedad. El tráfico de drogas es una derivación directa de la represión, del mismo modo como la delincuencia es una derivación directa de la sociedad de consumo y del “sálvese quién pueda” que lleva necesariamente consigo el sistema económico excesivamente liberal en que vivimos.

“No nos metamos en honduras, disparemos al bulto y transformemos el complejo problema de las drogas en algo simple donde la acción directa sea la única solución, el palo bien dado”. “Démosle la espalda a los conocimientos, dejemos las luces de la inteligencia para otros pueblos, aquí con el garrote es suficiente”. Con pensamientos como estos, que no son otra cosa que barbarie, se pretende que nuestra sociedad progrese. En realidad, retrocede. Y si se quieren más pruebas, ahora se nos viene encima la resolución del Tribunal Constitucional que ha acogido el requerimiento central de los trogloditas que solicitaban prohibir la distribución de la píldora del día después dispuesta por el Ministerio de Salud. Y después, todos estos mismos viejos recalcitrantes son los primeros en sorprenderse de que haya violencia en las calles. La democracia con un poquito menos de hipocresía y represión, con más serenidad, laicismo y tolerancia, sería mejor y más saludable.

Eduardo Carrasco, fundador, director e integrante del grupo Quilapayún. Se ha destacado en los últimos años como filósofo y profesor en la Universidad de Chile. Acaba de ser reeditado su libro Quilapayún: la revolución y las estrellas (Ril Editores). Ha publicado además los libros Distinciones (1985); Conversaciones con Matta (1987); Distinciones II (1989); Campanadas del mar (1995); Libro de las respuestas al libro de las preguntas de Pablo Neruda (1999); Para leer Así habló Zaratustra de F. Nietszche (2002); Palabra de hombre: tractatus philosophiae chilensis (2002). También es autor de numerosos artículos sobre temas filosóficos en revistas especializadas y ha dictado numerosas conferencias en universidades e institutos.

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