viernes, agosto 08, 2008



EL LIBRO, EN EL PENSAMIENTO

Por Julián Marías

El libro significa la continuidad de un pensamiento que no se detiene, que ensaya diversas perspectivas, que va y viene, en ese movimiento de ida y vuelta esencial al pensamiento sensu stricto, que permite a la vez la lectura en fluencia ininterrumpida y el regreso, el volver sobre los pasos, remontarse a los orígenes, hacer nuevas “salidas” desde los niveles alcanzados en la primera lectura.

En el libro se puede morar. En cierto sentido está siempre presente, disponible, ofrecido en su integridad. Se puede buscar en él cualquier pasaje o página que interese; se le puede hojear sin que se desvanezca su integridad, aislar un fragmento mientras la totalidad permanece. Pero a la vez tiene una estructura temporal y sucesiva –como nuestra vida-, no se disuelve en elementos aislados, es un camino (en griego, métodos) que lleva de una afirmación a otra, de una verdad a otra encadenada, concatenada con las anteriores, sin desaparición –sin olvido- de ninguna.

El pensador experimenta la necesidad de escribir libros. Sabe muy bien que hasta que lo ha conseguido, no ha concluido de pensar; quiero decir que su pensamiento queda en un estado incoativo, provisional, insuficiente. Y no se trata de llenar páginas que un día se impriman y encuadernen. El autor sabe en qué medida sus libros lo son verdaderamente, o bien se limitan a simular externamente lo que en rigor es un libro. Todos los autores de varios libros distinguen entre ellos; no ya por su valor, acierto o éxito, sino por la medida en que se acercan a ser efectivamente libros.

Uno de los problemas más graves del pensamiento es el de sus géneros literarios que en modo alguno se limita a lo que se llama en sentido estricto literatura. Hace más de treinta años me ocupé bastante en serio de esta delicada cuestión. En nuestra época esta dificultad es particularmente visible; quizá la más grave causa de la crisis del pensamiento sea la inadecuación de los géneros literarios dominantes. Y no sólo en filosofía. Hay disciplinas, como la historia y la sociología, amenazadas por la crisis de su realización literaria, quiero decir por el hecho lamentable de que la mayoría de los libros que tratan de esas disciplinas no son libros y, por tanto, no sirven para la lectura ni hacen posibles las operaciones mentales que acabo de enumerar. Los “libros” sociológicos que consisten en estadísticas y tablas, ¿merecen llamarse así? Y ¿son vehículo de un pensamiento sociológico, o se reducen a ser depósitos de materiales que el pensamiento acaso podría utilizar? En cuanto a los libros de historia, la cosa es menos llamativa pero más sutilmente peligrosa. Al desvanecerse en tantos de ellos toda narración, ya que se reducen a una acumulación de datos, de preferencia económicos o sociales, al desaparecer la estructura dramática en que la historia consiste, y con ello lo personal (los personajes, individuales o colectivos), la historia como tal se evapora, falta del soporte del libro en que debía, a la vez, remansarse y discurrir o transcurrir.

Creo que el porvenir del pensamiento está estrechamente ligado a la perduración del libro; y por supuesto, a la adecuación de éste, en su realización, con las exigencias internas de esa pluralidad de géneros literarios. (Y no se olvide que, en la literatura propiamente dicha, uno de sus géneros, la novela, no tolera más realización adecuada que el libro, y todo lo demás son sucedáneos que afectan gravemente a la realidad de la novela en su plenitud. La novela, “género moroso”, que decía Ortega, espacio ideal al cual el lector se puede ir a vivir durante cierto tiempo, diversión de la pesadumbre de la vida por conversión a un mundo imaginario, requiere esa duración del libro, dentro del cual nos alojamos para asistir a las vidas temporales de los personajes de ficción).

Pues bien, creo que la existencia del libro, su circulación, su conservación, su lectura, no envuelven menos problemas y riesgos. He tratado de mostrar que su importancia –de otro orden- no es menor, y que tal vez a la larga, para la significación total de la vida humana y de las diversas civilizaciones, sea mayor que la de otras cuestiones que se exponen con mayor espectacularidad o truculencia, o que permiten una utilización política. La inevitable conclusión es que el libro, tanto para el pensamiento, fermento radical de toda forma de cultura, como para el mantenimiento de esa continuidad histórica que nos permite ser hombres, tiene un alcance tal, que merece nuestros mayores y más inteligentes esfuerzos.

Fuente: La Cultura del Libro/ Fernando Lázaro Carreter. Madrid, 1983.

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