viernes, noviembre 14, 2008




33 1/3 RPM
Carátulas con fundamento


Por Francia Fernández



El título del libro remite a la velocidad de sonido de los long plays. Son 99 carátulas que surgieron en el taller de Marín 0120, donde los hermanos Larrea y Luis Albornoz crearon la iconografía de la Nueva Canción Chilena. Afortunadamente, mientras las portadas más emblemáticas daban la vuelta al mundo como símbolo de resistencia a la dictadura, en Chile el material original permaneció escondido, en espera de un allanamiento que nunca llegó.


Hasta el taller que Antonio Larrea, su hermano Vicente y Luis Albornoz compartían en calle Marín, a comienzos de los setenta, llegaban a toda hora Víctor Jara, Quilapayún y otros artistas emblemáticos de la Nueva Canción Chilena.

Los vecinos tildaban de "comunistas" a los diseñadores gráficos responsables de los afiches de la Unidad Popular y de las portadas de sellos como Dicap y Odeón y hasta les ponían miguelitos en los neumáticos. Por ello, es casi un milagro que no sufrieran allanamientos y que sus trabajos originales sobrevivieran intactos a la represión.

Después del golpe, los Larrea y su socio se dieron cuenta de lo que tenían "en las manos". Entonces, Antonio reunió los bocetos de las carátulas y los negativos de las fotos que les había tomado a diferentes grupos en una caja. Mientras el material circulaba como símbolo de la resistencia en el mundo, en Chile permanecía escondido dentro de un clóset.

Recién a mediados de los noventa, Antonio desempolvó ese pedazo de memoria, copió los negativos y publicó el libro de fotografías "Rostros y rastros de un canto", con Jorge Montealegre. Ahora, luego de tres años de trabajo y gracias a un Fondart, edita "33 1/3 RPM"(Nunatak Ediciones), la historia de 99 carátulas que revolucionaron la industria gráfica chilena.

"Recuperamos bocetos que estaban en papeles viejos, amarillos, casi al límite de romperse", detalla Antonio Larrea, sentado frente a un ejemplar del libro. "Escaneé todo, lo rehíce en forma digital y quedó como fue diseñado originalmente". Si bien el lanzamiento será a fines de octubre en el Galpón Víctor Jara, esta semana habrá copias disponibles en las librerías.

Las historias que acompañan a las carátulas hablan sobre una técnica, un boceto o un personaje, en particular. "Grafican la atmósfera de familiaridad de la época, en que no había rivalidad entre los artistas", dice Antonio. "Y nosotros trabajábamos en forma muy independiente".




Muralismo, sicodelia, tinta china


Era 1968 cuando los hermanos Larrea firmaron por primera vez un trabajo conjunto, "Canciones folclóricas de América", de Víctor Jara + Quilapayún. La tapa frondosa y colorida, con influencias del muralismo mexicano, fue un encargo de Carlos Quezada compañero de los Larrea en la Escuela de Arte y rompió con los moldes de los discos imperantes, que sólo llevaban una foto del artista y un texto sin pretensiones.

Al año siguiente, Albornoz se sumó al equipo: un trío de adolescentes optimistas, abiertos a la experimentación, que nunca imaginaron que el mundo que conocían se haría trizas. Tampoco que tendrían que responder preguntas tan absurdas como por qué usaban color rojo en sus diseños, en un cuartel de Investigaciones.

Vicente era el principal responsable de las tipografías. Al comienzo se inspiró en un libro de Ben Shahn exponente del realismo estadounidense para dibujar letras, hasta que encontró un sello propio y creó, entre otras cosas, los logos de Quilapayún e Inti-Illimani. Antonio, en tanto, introdujo la fotografía quemada en los diseños. Usaba tomas propias que capturaba durante los ensayos de los músicos, y les daba un tratamiento (de alto contraste, por ejemplo). Albornoz aportaba diversos estilos de ilustraciones.

Para el diseño de cada "pequeño afiche" usaban pasta de zapatos, té, tinta china. También echaban mano de lo que veían en libros extranjeros. De ahí que, además de incorporar los puños típicos de entonces, sumaran elementos hippies en discos dobles, como "Canciones funcionales" (1969), de Ángel Parra. Por el lado en que éste canta a Atahualpa Yupanqui, sólo se ve su foto con una guitarra. En cambio, en la contraportada, con temas "a go-go", los diseños son sicodélicos.

El libro también contiene pequeños homenajes a otros artistas, como el camarógrafo Jorge Müller, de "La batalla de Chile", desaparecido desde 1974. Y un apartado con proyectos inconclusos, "como el álbum de Víctor que no alcanzó a salir, y que se iba a llamar ‘Tiempos que cambian’ y no ‘Manifiesto’, como se le puso en el exilio"; la reedición de "Caminos de amor y muerte", de Parra, y un disco de Carmen Luisa Parra, hija menor de Violeta.




Te recuerdo, Víctor


Con Víctor Jara, la colaboración fue amable y fecunda. "Creativamente nos entendíamos muy bien", afirma Antonio con nostalgia. "Él era un hombre ameno, de mucha libertad y propuestas. Un artista de vanguardia, tanto en su música como en el diseño, que adoptaba de inmediato cosas que transgredían".

Un ejemplo: en la contratapa de "Pongo en tus manos abiertas" (1969), disco político en que Jara incluyó "Te recuerdo, Amanda" "porque sí", y resultó un éxito , su perfil aparece replicado dos veces en direcciones opuestas.

La carátula de "El derecho de vivir en paz" (1971), que se convirtió en un símbolo contra la dictadura fuera de Chile, fue un proyecto más íntimo. Antonio aún conserva el boceto original: un cartón alargado y rústico que, pese a su simplicidad, eriza los pelos. Contiene la foto de Jara "con el cigarrito" que Larrea tomó y, a la izquierda, líneas ondulantes de colores. "Me emociona que algo que yo hice como carátula se transformara en una imagen-ícono. Fueron las circunstancias que la convirtieron en eso. El mundo la seleccionó sola".

Su libro termina precisamente con unas líneas que le dedicó al cantautor chileno cuando supo que había muerto, por una noticia de "La Segunda" que no daba cuenta de su brutal asesinato: "... No entiendo tu muerte", escribe. "... Lloré... y salí a caminar al parque vecino al taller. Quería hablar pero no había nadie. Seguí caminando y pensando... Pensando en ese derecho de vivir en paz". Treinta y cinco años después, esa ausencia infinita gira en "33 1/3 RPM", su memoria de papel.




Fuente: La Nación

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