lunes, julio 21, 2008


EL REALITY BETANCOURT

Por Pamela Jiles

Bachelet propone para el Premio Nobel de la Paz a una persona que no hecho ningún aporte objetivo en esa dirección. Está claro que Ingrid Betancourt sufrió los rigores de un enfrentamiento armado, como millones de habitantes de distintos puntos del planeta, pero suponer que ese solo hecho la convierte en una adalid de la pacificación mundial es como confundir la boca con las ganas de comer.

La excéntrica idea de proponerla para ese galardón parece resultado de la enorme operación mediática que rodea a Ingrid desde que bajó del avión salvador con las raíces de su hermoso pelo oscuro perfectamente retocadas. Salvo que en su madurez no tenga ni una sola cana o que en la selva vendan tinte para el cabello, el detalle fue un desafío a la naturaleza humana. La adrenalina –dijo ella- le permitió volver de la selva así, rutilante, espléndida, milagrosamente curada de sus graves enfermedades, sin magulladuras, ni piojos, ni garrapatas, ni siquiera una higiene deficiente, como sería de esperar en una prisionera de guerra, una secuestrada que padeció seis años de horror y privaciones. Tampoco presentaba las marcas que dejan los grilletes en manos y piernas. Se veía lozana, rozagante, llena de energía, sin muchas ganas de concentrarse en una introspección –seguramente necesaria para alguien que ha vivido tan dramática experiencia- y con la viva ambición de convertirse en presidenta de su país, como sugirió en sus primeras declaraciones.

Mientras descendía por las escalerillas, se desató el mejor reality de la televisión mundial. La protagonista es esta esbelta cuarentona criada en Francia, que llegó a Colombia siendo adulta, se inició en política bajo el alero espiritual de su padre, y al corto andar renunció al Partido Liberal de su país para formar uno propio, de nombre Oxígeno, más afincado en el populismo neoliberal que en otras vertientes ideológicas. Una líder de centro-derecha, con tintes ecologistas y estudios en ciencias políticas.

El show entró en curso cuando Ingrid apareció ante el mundo vestida de Rambo y lo primero que hizo fue agradecer a Dios y a “su Ejército”, en ese orden, dando estatus de milagro divino a su liberación. Destacó la brillante operación que la rescató de las tenebrosas garras de las FARC. Ella –la única civil liberada- junto a once militares colombianos y tres agentes del Pentágono. Salvo Ingrid, la verdad es que los demás eran auténticos prisioneros de guerra: hombres armados, entrenados para matar y reprimir, que cayeron en cautiverio en enfrentamientos con la guerrilla y que forman parte de una fuerza bélica regular y otra de ocupación.

El caso es que Ingrid lloró un poco en su primera presentación, no mucho, lo justo, como una experimentada vedette en pleno podio, como una actriz de cine en la escena culminante. La transmisión vía satélite la mostró abrazando efusivamente a los personeros de gobierno y a los altos mandos militares, repartiendo besos que luego le daría también a Álvaro Uribe, a quien se apresuró en ungir como seguro ganador en la próxima reelección. Seguramente será el encargado de cederle la banda presidencial en el siguiente período.

No cabe duda que con ese explícito apoyo y las ganancias del show mediático, Uribe suma puntos. Los suficientes para olvidar que es el presidente más cuestionado de Sudamérica, que su aislamiento en la zona es absoluto, que es el patrocinador de los grupos paramilitares que han asesinado a miles de campesinos desarmados en Colombia, que se le vincula con las redes de narcotráfico internacional, que se trata del favorito, el regalón, el niño de los ojos de George Bush y el principal artífice de su política de dominación en América Latina.

El show continuó con Ingrid dando vueltas por el hemisferio norte y presentándose en la tele para hacer el relato épico de la inteligente operación que logró liberarla. Ella la calificó de “perfecta” y los ciudadanos del mundo entero escucharon muy crédulos su cuento espectacular, sin cuestionamiento, hipnotizados por la hermosa historia cinematográfica, el encuentro con la madre, los hijos, el marido, el ex marido y Sarkozy. Los televidentes se tragaron a pie juntillas un relato fantástico, emocionante, lacrimógeno, en que las fuerzas del orden lograron engañar a los malvados guerrilleros, los infiltraron, se pusieron unas camisetas estampadas con el Che Guevara, movieron dos helicópteros militares con toda libertad por la zona roja de la guerrilla, le dijeron a dos de los mandos insurgentes que trasladarían al más preciado botín de las FARC a otro punto de la selva y éstos aceptaron sin remilgos, instantáneamente, sin objeciones, entregaron a una secuestrada que podrían canjear por un batallón de sus propios hombres o por cifras siderales de dinero. Es decir, la guerrilla más antigua del mundo está comandada por deficientes mentales. Los cuadros encargados de cautelar a valiosos prisioneros son unos ingenuos niños de pecho. El ejército colombiano –arrinconado durante décadas por la insurgencia en vastas zonas del país- resulta ahora que tiene mucho que enseñarle a la CIA, la KGB y el Mossad, todos juntos, y yo soy Nefertiti reencarnada.

La reluciente imagen de esta mártir rescatada y la millonaria publicidad a su alrededor, logró bajarle el tono a la versión periodística de que los dos encargados de los prisioneros habrían recibido un pago de veinte millones de dólares por la liberación de Betancourt. Según la Radio Suiza Romande, ella y los otros catorce rehenes “no fueron liberados en el curso de una acción militar, sino comprados”, citando “una fuente fiable y probada en los últimos años”. Esa información agrega que habría sido la esposa de uno de los guerrilleros que custodiaba a los secuestrados quien sirvió de intermediaria del pago del rescate. Se trataría de la cónyuge de Geraldo Aguilar Ramírez, alias “César”, que fue presentado ante la prensa como el responsable de cuidar a los rehenes.

El periodista suizo Frederich Blassel, que efectuó la investigación sobre el asunto, declaró que la operación ‘Jaque’ “fue un montaje” del gobierno de Uribe patrocinado por Estados Unidos que habría participado en el pago para obtener la libertad de los rehenes, especialmente de los norteamericanos Keith Stansell, Thomas Howes y Marc Gonsalves que –según el mismo periodista- eran miembros de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) cedidos en comisión de servicio en el año 2003 a la DEA (Departamento Estadounidense Antidroga) para que realizaran un trabajo de información en territorio colombiano.

Blassel es un comunicador serio y prestigioso, que hace su propia evaluación de los hechos: “Si la gente supiera que esta operación fue un montaje detrás de una negociación no le importaría porque Uribe sale como el triunfador y en todo caso queda como el hombre fuerte”.

Al cumplirse un mes de su rescate, Ingrid está convertida en una mega estrella, Michelle Bachelet sigue promoviendo su candidatura al Nobel sin ningún eco, y los periódicos europeos confirman que la “perfecta” operación de inteligencia fue en realidad una fuga negociada. El Mundo, de España, aventuró incluso cuál sería el destino de los dos mandos de las FARC que vendieron a los prisioneros: “Una extradición, un cambio de personalidad, un destino desconocido y una vida nueva de la que nadie debe saber nada (…) Lo cierto es que Estados Unidos ya ha pedido su extradición por delitos de secuestro y terrorismo”. Un fantástico guión de telerealidad que fortalece la política del Departamento de Estado, garantiza la reelección de Álvaro Uribe y nos regala una nueva protagonista de la farándula universal: Ingrid Betancourt, que ya negocia por un libro y una película en que relatará los detalles más escabrosos de su aventura en la selva.

No hay comentarios.: