miércoles, enero 02, 2008



EL SENTIDO COMÚN ILUSTRADO

Por Carlos Pérez Soto


1. El sentido común es una compleja construcción histórica, de una profundidad insospechada. Operamos exitosamente en él de manera cotidiana en la gran mayoría de nuestras acciones, rara vez necesitamos ir más allá de sus formulaciones para resolver nuestros problemas habituales, rara vez nos conduce a desastres manifiestos o a aventuras inesperadas, podemos confiar, y confiamos de hecho en él sin siquiera notar su presencia.

Esta impresión puede expresarse diciendo que, normalmente, todos somos más o menos razonables, todos nos movemos en pautas que nos permiten tener un conjunto de certezas operativas acerca de lo que es esperable de los demás, de la vida, de los sueños, del trabajo, del amor, etcétera.

Razonable, normal, implícito, operativo, cierto de sí, espontáneo, son los adjetivos que más firmemente podemos asociar con él. El más mínimo intento de especificarlo muestra que es una construcción maravillosamente compleja. ¿Cómo se puede explicar a un joven qué es ser razonable? ¿Cómo se puede explicar a un niño que hay cosas que no se pueden esperar de la vida, o del amor? ¿Cómo se puede explicar a un hombre del campo que en la ciudad la gente es más complicada? ¿Cómo se puede explicar a un indígena amazónico que las aspirinas no son artefactos mágicos? Bien pensadas las cosas, como ya lo saben los filósofos del lenguaje natural, hay muy poco en las creencias comunes que pueda ser explicitado de manera clara y, sin embargo, operamos sin grandes problemas, hacemos distinciones de enorme profundidad como si nada, decidimos cada acto casi sin pensarlo, en medio de una certeza que, en principio, podría parecer asombrosa.

En las preguntas inmediatamente anteriores, sin embargo, es fácil notar que lo que se llama sentido común no es, en ningún sentido, una construcción homogénea. Cuando digo normal y razonable estoy refiriendo una normalidad y una razonabilidad con límites definidos: la normalidad dominante. El sentido común dominante no es, ciertamente, el de los jóvenes, el de los niños, el de los campesinos, o el de los indígenas del Amazonas.

Hay más de un sentido común a lo largo de la historia, por lo mismo, hay más de uno de manera contemporánea. En el sentido común se acumula la vida práctica de la humanidad. Respecto de ella es su teoría, su compendio enciclopédico, su conjunto de máximas éticas, estéticas, vitales. No hay ningún ámbito de la experiencia para el que no tenga respuestas (es cosa de conversar paciente y largamente con una tía, o con un abuelo).

Las profundas alteraciones que la vida moderna ha implicado para la vida de los hombres concretos han producido un sentido común específico, característico y funcional, que hace posible la vida cotidiana, que hace fluidas las decisiones más habituales y hace posible los intercambios personales inmediatos. Y, más allá de estas tareas tan cotidianas, proporciona el lenguaje y el conjunto de creencias básicas que, con la fuerza de lo implícito, reproducen los mecanismos de la dominación social al nivel microsocial e intersubjetivo.



2. Creo que la virtud principal de este sentido común medio puede describirse a través de lo que llamo “criterio de evidencia racional”. Un conjunto de exigencias que funcionan de hecho como criterio de realidad, y sobre la base de las cuales se pueden tomar decisiones tanto acerca de las informaciones, como acerca del valor de teorías posibles, de una manera razonable.

La cuestión concreta es la de qué mecanismo tenemos para decidir si las evidencias que recibimos en torno a una situación son confiables o no. La situación que hay que imaginar es la de una novedad ante la cual es necesario pronunciarse, no por sus características extraordinarias, sino simplemente porque se ha puesto ante nosotros como una experiencia cotidiana.

La primera condición que el sentido común moderno pediría ante la experiencia de lo nuevo sería que las evidencias que lo informan sean de tipo empírico, en el sentido general de este término. Lo que se puede ver, tocar, oír, gustar. No es aceptable o, debemos desconfiar en principio, de aquellas cosas que no sean accesibles a la mirada común, en sentido literal.

Una segunda condición es que las evidencias sean generalizables, esto es, accesibles a cualquier observador. Debemos desconfiar espontáneamente de aquella realidad que sólo pueden ver observadores de tipo especial. En principio la máxima es que uno mismo pueda ser el observador. “Lo creo porque lo he visto con mis propios ojos, porque cualquiera que venga a constatarlo lo vería”.

Una tercera condición es que las evidencias sean repetibles. No sólo cualquiera debe poder verlas, también deben ser accesibles en cualquier momento. En este punto se puede decir que el sentido común no descarta a priori como falso lo extraordinario, lo que sólo fue posible ver una vez, lo que muchos vieron pero que no volvió a ocurrir nunca más. El asunto es más flexible y más práctico. El asunto es si aceptaríamos como confiable una información que no sólo viene de otro sino que no estamos en condiciones de revisar cuando queramos. En ciertas circunstancias podríamos vernos obligados a hacerlo, en general no lo haríamos. Si aceptamos evidencias que no podemos verificar personalmente es porque sabemos que, al menos en principio, podríamos hacerlo. Si estamos seguros de que por ningún medio podrían ser revisadas por nosotros, tenderíamos a quitarles credibilidad.

En cuarto lugar es necesario que las evidencias que nos presentan estén documentadas, es decir, que tengamos medio para asegurarnos de que efectivamente son evidencias de lo que dicen ser. Una evidencia empírica no es aceptable por sí misma hasta que no podemos conectarla de manera igualmente empírica, generalizable y repetible, con la novedad de la que se dice es evidencia. Si alguien presenta un tornillo como prueba de que ha estado en presencia de una nave interplanetaria tendría que demostrar de alguna forma que es de esa nave que sacó ese tornillo. El objeto por sí mismo no es una prueba.

Al respecto podemos preguntarnos qué tipo de evidencia tenemos de que realmente hay un señor Bush que es presidente de USA. Si creemos en esto es porque estamos seguros de que hay procedimientos empíricos, generalizables y repetibles para constatarlo. Pero también podríamos aceptar evidencias indirectas, una carta, una grabación de su voz, un video. Si aceptamos estas evidencias es porque creemos que podría documentarse que dan cuenta efectivamente de su realidad. De la misma manera creemos que las camisas de Napoleón, que se conservan, podrían conectarse con su existencia, algo más remota. O que el testimonio histórico podría encontrar buenas razones para creer que efectivamente los Evangelios fueron escritos a propósito de un personaje histórico real.

Una nueva condición puede ahorrarnos mucho trabajo en ese sentido. Como todas las anteriores es eminentemente práctica. Es la que sostiene que “circunstancias extraordinarias requieren pruebas extraordinarias, y viceversa”. El sentido práctico de esta máxima es evidente. Nos evita tener que demostrar a cada paso que las murallas tienen lado de atrás, o que los viajes a la Luna no son una conspiración publicitaria. Nos previene, en cambio, de toda información con rasgos de inverosimilitud. No es, nuevamente, que el sentido común no pueda aceptar lo extraordinario, el criterio es más bien que lo extraordinario requiere naturalmente más cuidados para ser usado como información confiable.

Por último, y ya en el orden de la inmediata conexión con el ámbito de las acciones prácticas, está una condición que ahorra muchísimas complicaciones: “no es necesario probar lo que ya funciona”. El riesgo de un pragmatismo tan inmediato podría parecernos problemático. Demás está decir que para la vida cotidiana no lo es en absoluto. Nadie se detiene a confirmar el buen estado de una micro, nadie llama al técnico antes de encender su televisor. Por supuesto lo que no funciona debe ser revisado. ¿Quién se detiene a revisar cada vez lo que sí funciona? Por supuesto que la idea de que algo funciona puede ser problematizada: ¿funcionan los test de selección de personal?, ¿ser amable con las personas es algo que “funciona”?, ¿“conciliar en lo posible pero no aceptar ser avasallado”, funciona?, ¿usar una minifalda provocativa para entusiasmar a un pretendiente, funciona? Creo que el sentido común sólo hará estas preguntas enfrentado a un fallo evidente. Si no lo hay procederá con todo el entusiasmo que su certeza de sí le permita.

Ante la novedad el sentido común ilustrado pedirá evidencias empíricas, generalizables, repetibles, documentables, proporcionales a lo extraordinario o a lo problemático de lo que se presente. Proceder de esta manera en la cultura moderna es razonable y normal. Más aún, creo que se puede decir que este es el criterio de lo que se puede llamar una actitud razonable. A esto es necesario agregar todavía una manera particular de argumentar sobre las evidencias.


Nota: Carlos Pérez Soto es Profesor de Estado en Física, desde donde incursionó posteriormente a la política y la filosofía. Actualmente se desempeña como profesor de epistemología, filosofía de la ciencia y método científico en la Universidad ARCIS.

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