domingo, diciembre 21, 2008


Breve historia del Erotismo

Por Georges Bataille


(Segunda Parte- Prefacio)



Vamos a concebir lo absurdo de las relaciones entre el erotismo y la moral.

Sabemos que su origen se encuentra en las relaciones del erotismo y de las supersticiones más lejas de la religión.

Pero por sobre la precisión histórica no perdamos nunca de vista este principio: de dos cosas una, o lo que obcede es primeramente lo que nos sugiere el deseo, la pasión ardiente, o tenemos la preocupación razonable de un futuro mejor.

Parece que existe un tercer término.

Puedo vivir en la necesidad de un porvenir mejor. Pero puedo rechazar este porvenir a otro mundo. A un mundo donde sólo la muerte tiene el poder de introducirme...

Este tercer término era, sin duda, inevitable. Llegó el tiempo para el hombre, de tener en cuenta —más seriamente que cualquier otra cosa— las recompensas o los castigos que podrían sobrevenirle después de la muerte...

Pero finalmente entrevemos el tiempo en que no pudiendo ya desempeñar ningún papel, tales temores (o tales esperanzas), el interés inmediato se opondrá sin término medio al interés futuro, o en que el deseo ardiente se opondrá directamente al cálculo reflexivo de la razón.

Nadie imagina un mundo donde la pasión ardiente dejará decididamente de turbarnos... Y por otra parte nadie imagina la posibilidad de una vida desvinculada para siempre del cálculo.

Toda la civilización, la posibilidad de la vida humana, depende de la previsión racional de los medios para, asegurar la vida. Pero esta vida —esta vida civilizada— que tenemos la obligación de asegurar, no puede ser reducida a los medios que la hacen posible. Más allá de los medios calculados buscamos el fino los fines— de estos medios.


Es banal darse por fin lo que claramente sólo es un medio. La búsqueda de la riqueza —tanto de la riqueza de los individuos egoistas y, a veces, de la riqueza común— es, evidentemente, un medio. El trabajo es un medio...

La respuesta al deseo erótico —así como al deseo, tal vez más humano (menos físico), de la poesía y del éxtasis (pero la diferencia entre el erotismo y la poesía, entre el erotismo y el éxtasis, ¿es comprensible?)— es, por el contrario, un fin.

La búsqueda de los medios es siempre, en última instancia, razonable. La búsqueda de un fin expresa el deseo, que a veces desafía la razón.

A veces, en mí, la satisfacción de un deseo se opone al interés. Pero yo cedo a él pues se ha convertido, brutalmente, en mi fin último.

Sin embargo sería posible afirmar que el erotismo no es sólo este fin que me deslumhra. No lo es en la medida en que su conciencia puede ser el nacimiento de un hijo. Pero sólo los cuidados que necesitarán los niños tienen humanamente valor de utilidad. Nadie confunde la actividad erótica
—de la que puede resultar el nacimiento de un niño— y ese trabajo útil sin el cual, finalmente, los niños sufrirían y morirían...

La actividad sexual utilitaria se opone al erotismo, en tanto que este es el fin de nuestra vida... Pero la búsqueda calculada de la procreación, semejante al trabajo de la sierra mecánica, corre el riesgo de reducirse a una lamentable mecánica.


La esencia del hombre, dada en la sexualidad —que es el origen y el comienzo del mismo—, le plantea un problema cuya única salida es la locura.

Esta locura está dada en la "pequeña muerte". ¿Puedo vivir plenamente la "pequeña muerte"? ¿Puedo pregustar en ella la muerte final?

La violencia de la alegría espasmódica está profundamente en mi corazón. Esta violencia es, al mismo tiempo, ¡tiemblo al decirlo! el corazón de la muerte: ¡se abre en mí!

La ambigüedad de esta vida humana es la del reir loco y la de los sollozos. Su causa está en la dificultad de acordar el cálculo razonable, que la funda, con las lágrimas... con ese reir horrible...


El sentido de este libro es, en un primer momento, abrir la conciencia a la identidad de la "pequeña muerte" y de una muerte definitiva. De la voluptuosidad, del delirio, al horror sin límites.

Es el primer momento.
¡Llevándonos al olvido de los infantilismos de la razón! De la razón que nunca supo medir sus límites.

Estos límites están dados por el hecho de que, inevitablemente, el fin de la razón, que excede a la razón, ¡no es contrario a la superación de la razón!

Mediante la violencia de la superación de la razón, capto, en el desorden de mis risas y mis sollozos, en el exceso de los transportes que me abaten, la similitud del horror y de una voluptuosidad que me excede, ¡ del dolor final y de una insoportable alegría!



Fuente: Breve historia del Erotismo, Ediciones Calden, 1970.

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