miércoles, septiembre 10, 2008




Carta Pastoral del Agua

Por Luis Infanti de la Mora



Muy queridos hermanos y hermanas:


De visita a la comunidad de Villa O’Higgins, mi auto tenía sed. Saciar esta sed me costó $ 850 (pesos) cada litro de gasolina.

Yo también tenía sed. $ 900 me costó cada litro de AGUA. No quedé tranquilo. En el reino de las aguas puras y cristalinas, de las nieves eternas, de las cascadas de gracia, de los ríos majestuosos, como es Aysén, en que se puede tomar el agua más pura del planeta, y gratis, el agua embotellada es más cara que la gasolina, que la leche, que un kilo de pan. Y como estallidos de fuegos artificiales se me llenó la mente de “por qués”. Y fui buscando, y preguntando, y observando, y pensando, y dialogando,…

Fue otro motivo más para escribir esta carta pastoral, la primera en mis 8 años de servicio episcopal en la región de Aysén de la PATAGONIA.

Me di cuenta que el agua, la “hermana agua”, junto a la “hermana tierra”, son tan esenciales a nuestra vida de cada día, que sin ellas estaríamos atrapados por los tentáculos de la muerte. A través del tema del agua fui descubriendo cómo se entrelazan profundos motivos e intereses sociales, éticos, políticos, religiosos, culturales, económicos. Pude entender el rumbo que tiene la historia de nuestra humanidad, las políticas económicas en un mundo globalizado, la vocación y la misión del ser humano en esta tierra, el urgente y profético papel del cristiano en su responsabilidad de ser instrumento de Dios para luchar y construir un mundo en armonía, paz, justicia, solidaridad y equidad. En fin, fui descubriendo la intima relación que debía haber entre el ser humano y Dios, entre el ser humano y los bienes de su creación.

En cada rincón de la inmensa Patagonia uno descubre la huella de un Dios creador, la grandiosidad de la belleza y del misterio que nos envuelve y sobrepasa, en los colores, los silencios, los olores, las aguas y el bosque, el viento y los animales, los ventisqueros y el arcoiris; y por tanto, en profunda y solemne alabanza, nos sentimos responsables de su protección y preservación.

Patagonia es contemplación y alabanza. Es vida exuberante. Es gozo por vivir en una reserva de vida. Es responsabilidad, lucha y esfuerzo, es amor y sabiduría, paz y fiesta, es futuro y oración. Al reconocer esta realidad, queremos expresarnos para que este rincón del planeta no sea herido y carcomido por el afán de lucro, de explotación y de destrucción que el “dulce consumismo” quisiera atrapar.

¿Logrará la espiritualidad cristiana del tercer milenio convertir al ser humano en un sabio y responsable conviviente con el manto de la naturaleza que amorosamente lo envuelve? ¿Seguirá actuando como acérrimo enemigo de la hermana tierra, de la hermana agua, del hermano aire, y del hermano hombre y mujer de esta tierra, convirtiéndola en un “valle de lágrimas”?

¿Sentiremos aún los suaves pasos de Dios, que pasea por nuestra tierra, encontrándose con el pescador y el campesino, el avispado niño o el valiente pionero; y conversar con la mujer sufrida, con el joven soñador, con el sacerdote misionero, en el jardín de la Patagonia?

Despunta el arco iris. Señal del amor y de la paz con que Dios bendice y abraza nuestra tierra, la sagrada Patagonia, en alianza eterna de compromiso para que las aguas puras, transparentes y cristalinas sigan fluyendo vida, cual sangre que dinamiza las arterias de nuestra tierra.

Alianza de la Patagonia con su Dios, para mantener el verdor y la pureza del aire, la vehemencia de los mares, la majestuosidad de los hielos y nieves eternas, la nobleza del ágil huemul, el gracioso ñirre y la lenga y el calafate en flor. Crece la fraternidad alrededor del fogón, y con mate y truco se sella el compromiso de amistad y fe, frente a proyectos amenazantes de destrucción.

La Patagonia se pone de pie, alza su voz, se une, se organiza, y construye su futuro con sudor y fe.

Fuente: Terram

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