jueves, junio 10, 2010



30 segundos de Cultura



por Cristián Warnken


La cultura ocupó apenas 30 segundos en el discurso presidencial del 21 de mayo. Y si antes ocupaba más, tampoco servía de mucho. La cultura no es un adorno, ni un lujo, ni una excusa para hacer un evento para la foto, ni una cita para mejorar un mal discurso sin ideas.

La cultura no es propiedad de la izquierda ni del centro ni de la derecha. La cultura no es un hobby de estiradas damas señoriales ni el monopolio de desastrados artistas marginales. La cultura tiene cada día menos páginas en los diarios. La cultura es casi una herejía en televisión. La cultura es secuestrada a veces por la academia, pero siempre escapa ilesa y recupera su libertad. La cultura no es la función de ópera a la que se va para calentar el asiento ni la pintura que se compra para adornar el living de la casa. La cultura no puede ser una plataforma para pagar facturas de almuerzos de amigos o “compañeros”, operadores políticos que confundieron el Ministerio de la Cultura con el Ministerio de la Frescura. La cultura necesita gestión, pero no puede ser la esclava, la Cenicienta de la gestión.

La cultura es Vicente Huidobro enterrado de pie en Cartagena, mirando al infinito y flotando por sobre un mar de olvido y abandono. La cultura se respira, se huele, se vive, se camina, se hace bailando de campanario a campanario. La cultura no es hablar en difícil para que todos nos quedemos dormidos. La cultura no es el Carnaval de la Cultura, sino la fiesta auténtica de los pueblos.

La cultura —como Dios y el diablo— vive en los detalles de un oficio y un gesto. La cultura se esconde para que no la conviertan en pieza de museo: la veo correr al alba, con todos sus velos y su sonrisa enigmática al viento. Los jóvenes que están tocando y bailando cuecas sabrosas con el mismo fervor y rigor de sus bisabuelos: eso es cultura.

La cultura es también cuando la Roja se arriesga y danza y vuela y juega bonito, dirigida por el poeta Bielsa. La cultura escapa a toda meta, a toda cifra redonda, a todo cálculo. No calza, excede. La cultura me hace cosquillas en el alma.

La cultura es también la sabiduría guardada en los refranes de una oralidad chilena que casi nadie recuerda —nos dice Gastón Soublette—. La cultura es la gratuidad desatada a todos los vientos, los libros que los poetas chilenos publican a pesar de que nadie los compre ni los podrá comprar jamás. La cultura son las orquestas juveniles que siguen tocando en pueblos borrados por el mar y cuya batuta es el puntero del reloj del futuro. La cultura son los estudiantes de lenguas “muertas”, latín y griego, los herederos heroicos de Giuseppina Grammatico que persisten en leer y traducir “La Eneida” de Virgilio, ¡oh, milagro!, en un país donde nadie lee nada.

La cultura no es el resentimiento ni la mala leche, ni la guerra mezquina de pandillas en la carrera loca al Premio Nacional de Literatura. La cultura son todas las casas de adobe del Maule hechas polvo, pero polvo enamorado. La cultura es el refugio antiaéreo para protegerse de los bombardeos de chabacanería y farándula. La cultura es el 65,6 por ciento de los vecinos de Las Condes que —por un instintivo impulso de amor a su barrio— dijeron “no” a la destrucción de la armonía y las proporciones, a la desmesura inmobiliaria. La cultura es un afiche pegado en las ventanas de Valparaíso y que dice: “Yo cuido la vista de mi vecino”.

La cultura nos hace ver con los ojos cerrados imágenes inocentes, tan escasas en estos días. La cultura manoseada, ninguneada, la loca de la casa, loca de patio, a veces se levanta y pena. Despierta a los que todavía creen que un país se mide no sólo por el PIB (producto interno bruto), sino también por el PID (producto interior delicado). Y los hace soñar con un país que se eleve sobre el nivel del mar. Un país que merezca tener las altas cumbres que tiene. Un país que llegue a los 200 años con más, con mucho más que 30 segundos de cultura.


Fuente: BlogsEmol

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