domingo, diciembre 20, 2009



Deberíamos ser más como las mariposas monarca


por Eduard Punset


He podido contemplar la llegada de millones de mariposas monarca (Danaus plexippus) para invernar, lejos de la nieve de sus paisajes originarios en Canadá, a 5.000 kilómetros de las montañas de Valle de Bravo, en el oeste del Estado de México, donde estuve en Noviembre. Pienso, al mismo tiempo, en el asombro que nos produce que no se hayan descubierto todavía ciertos misterios de los humanos. Uno de ellos es la conciencia. El progreso efectuado en el conocimiento de las conexiones neurológicas no nos ha permitido todavía saber cómo el ser humano se forma la conciencia de sí mismo.

Me inquieta en mayor medida todavía que no hayamos descubierto el secreto del proceso migratorio de organismos como el de la mariposa monarca. Cada año, al iniciarse el invierno, huyen de las praderas nevadas del norte y siguen rumbos, elegidos por sus antepasados, hacia lugares donde el invierno es mucho más soleado y caluroso. Inundan las carreteras bajando de la montaña en busca de sol y agua. Los conductores, movidos la mayoría de ellos por empatía, disminuyen la velocidad por debajo de los 15 kilómetros por hora para no estrellarlas sobre el pavimento.

Su color rosado, ribeteado por contornos negros para ahuyentar a los depredadores, llega a ocultar los rayos del Sol en las franjas iluminadas de la carretera; en las sombreadas no hay ni una mariposa monarca. La mayor parte morirá después de poner los huevos en la flor por ellas elegida. Pero las recién nacidas descubrirán por sí mismas el camino de regreso, con la única ayuda de sus genes.

¿Cómo es posible que, a pesar de toda nuestra ciencia acumulada, seamos incapaces todavía de saber el secreto que permite regresar al hogar a unas mariposas ignorantes de su destino? Un lugar que, no está de más recordarlo, dejaron atrás sus progenitores, a 5.000 kilómetros de distancia, nada menos.

Me dicen que estamos a punto de desentrañar el secreto de la increíble resistencia de las telas de araña. ¡Pero vamos a ver! ¿Ninguno de mis amigos científicos será capaz de descubrir el secreto de las mariposas monarca para orientarse y evitarme con ello la desorientación y el sentimiento de pérdida que experimento en cuanto me cambian de barrio, no digamos ya de ciudad? Si gracias a la tecnología hemos aprendido a volar con aviones, ¿tan difícil será orientarse en el espacio como la mariposa monarca?

La verdad es que difícilmente se puede vivir un instante más conmovedor que el de estar rodeado por millones de estas mariposas en pleno bosque. De ellas se pueden aprender otros muchos secretos trascendentales que estamos muy lejos de comprender. Mientras a nosotros nos ha dado por echar cemento en todos los paisajes, ellas son un factor de equilibrio ecológico: por el camino se alimentan de la planta llamada “lengua de vaca” o “algodoncillo”, pero al mismo tiempo la poliniza. ¡Qué envidia! ¿Qué les damos nosotros a las vacas o a los cerdos que cruelmente nos comemos?

Otra cosa que me han enseñado las mariposas monarca en las montañas de México es que, para protegerse de los maleantes, les basta con absorber el alcaloide que sacan del algodoncillo, fabricando un producto venenoso que ahuyenta, si no mata, a las otras especies que se empeñen en comérselas, a pesar del mal olor desprendido por el alcaloide. Nosotros, en cambio, para protegernos de los maleantes estamos obligados a crear cuerpos de Policía y alianzas militares. ¡Qué envidia me dan las mariposas monarca! ¿No podrían mis amigos científicos asimilar para nosotros algunas de sus innovaciones? Por si fuera poco, viven doce veces más que el resto de las mariposas.


Fuente: Eduard Punset

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