Por Pamela Jiles
“Yo, la peor de todas”
Mi paso por SQP y Chilevisión es una historia de amor. Puedo proclamarlo ahora desde mi sepulcro televisivo, cuando un evidente rigor mortis y un inconfundible olor a cadáver se apodera de mi presente y mi futuro.
Llegué a ocupar el último banco de ese despreciado panel, acusado de las peores lacras, con fama de antropófago y asesino de imágenes, luego de mi breve pero polémica aparición en la franja televisiva del Juntos Podemos Más.
Sólo ese espacio televisivo le tendió la mano entonces a una periodista con un prontuario de marginalidad, una comunista peligrosa e incontrolable, un rostro que había colgado ya de la industria durante quince años. En ese momento lo sentí como un castigo al que debía acudir solamente por mi convicción de que no hay que despreciar ningún escenario puesto que todos son un terreno ideológico en disputa.
Durante meses, mi aparición diaria allá causó extrañeza ciudadana. Unos consideraron que me había vendido a la obsesión por la fama, otros que era chancho en misa, la mayoría me interpeló porque era la tonta útil de Sebastián Piñera que tendría la intención de quedar como rey contratando a una periodista censurada en época de elecciones. La prensa afirmó que una profesional con mi trayectoria debería estar en otra tribuna más seria y prestigiosa, o que mis vetustos huesos iban a parar a esa lacra del periodismo porque estaba acabada, que me había entregado en el otoño de mi carrera a la peor basura de la televisión en un imperdonable traspié, que me prostituí, que llegué a lo más bajo, y algunos pocos más benévolos dijeron que aceptaba tal humillación por la necesidad de parar la olla.
Con espíritu generoso la temible Natalia Freire me recomendó “no te apures, observa y aprende hasta que despierte el personaje que está dentro tuyo”. Así lo hice, tal cual. Al cabo de un mes comenzó a salirme una catuma en la espalda que se transformó en un par de alas de plumas fucsias, una cola de sirena, unos cachos sulfurosos, y por mi boca apareció una voz pausada, hipnótica, seductora, que yo desconocía. Ignacio Gutiérrez –mi polo opuesto en absolutamente todo- fue el primero en acogerme explícitamente. No lo olvido. Luego
Florecí como la perra más perra de la televisión, una villana justiciera que no se arrodilla jamás, la jueza de hierro de la farándula, una polemista de temer, una entrevistadora mordaz y asertiva, un escarpelo en las almas de los famosos, una pulga en el oído para los chilenos con poder y dinero, maestra en el hilo dramático de la puesta en escena televisiva. Mis colegas de la prensa me apoyaron usando los más estrafalarios mecanismos para vencer el veto a mi nombre de las grandes cadenas. El público aplaudió a rabiar a esta vieja que, con aire displicente y superior, decía “en estricto rigor… si me acallan, me acallarán y si me censuran, me censurarán”. Disfruté poniendo ojos de mala hasta quedar con dolor en las sienes. Me transformé en la madre castigadora pero absolutamente veraz y divertida que la audiencia –carente de figuras parentales en este país de huérfanos- necesitaba con desesperación.
A mis compañeros de SQP los odié y me odiaron. En verdad, los quise mucho pero nunca se los dije para no salirme de personaje. Intenté protegerlos de mí misma y de los numerosos peligros que nos acecharon. Me hicieron reír como cabra chica, dimos peleas increíbles como una manada de lobos en que cada uno juega un rol indispensable, sufrimos juntos y creímos muchas veces que el programa moría. Pero seguimos peleando nuestro extraño espacio de libertad.
Somos –fuimos- un grupo de perdedores que no se rinden ni se toman en serio, unos losers, el foco de todo tipo de insultos, la representación del oprobio, una casta de perseguidos, lo que botó la ola del periodismo, el último reducto de las carcajadas y de la más profunda frivolidad. Rejuvenecí diez años por lo menos, aunque no se me note por fuera.
Los bastiones conservadores de que está plagada la televisión dicen que sólo sabemos destruir, que nos sale fuego por la boca, que nos recibimos con honores en la universidad del mal. Es una buena señal causar tanto rechazo entre mojigatos, los retrógrados, los practicantes del doble estándar. Es un orgullo poner tan nerviosos al club de pinochetistas trasnochados de la televisión chilena. Y yo sé que fuimos puros en nuestra cruzada. Una patética familia disfuncional, unos raros, los freak de la pantalla, un lote de ovejas descarriadas, un montón de payasos, unos francotiradores en medio de fuego cruzado, los bufones del reino que se las arreglan para decir las verdades que nadie quiere escuchar.
Tuve la más absoluta libertad de expresión durante casi dos años. Pude ofrecer una mirada del país que no estaba presente en la televisión. Fui estimulada, cuidada y regaloneada por mi equipo como nunca antes en mi carrera. Los ejecutivos de Chilevisión, debo reconocerlo, me permitieron hacer mi trabajo en un marco de respeto y valoración profesional, salvo en la última semana.
Aunque el final de esta historia de amor es ingrato y desconcertante, creo que en este tiempo hicimos avanzar la industria catódica en materia de opinión y que contribuimos un buen poco a entregar contenidos desprejuiciados, tolerantes, pluralistas, distintos de lo oficial y bien visto. Me parece –modestamente- que arrastramos a toda la televisión chilena en esta difícil tarea y que corrimos los marcos de lo que está permitido decir hoy en pantalla. Estimo que logramos transparentar varias zonas oscuras de nuestra provincia del final del mundo. No es poco.
Las mejores historias de amor son breves e intensas. Era demasiado bueno para durar. Que mis numerosos enemigos se regocijen con mi fallecimiento. Que hagan una serpentina con mi cabeza –que exigieron por pantalla- y se la metan por el culo.
No habrá viudos en esta historia porque carezco de talento para hacerme de amigos. Tengo un carácter hosco e irónico que se ha empeorado con los años. A mí me gusta pelear y que peleen conmigo. Pero tal vez, el público me recuerde de vez en cuando. Quizás me vuelva un fantasma legendario. O tal vez no. Capaz que hasta las Argandeñas y los Camiroagas me echen de menos de manera inconfesable. La vida es un misterio sorprendente. Seguro habrá en alguna parte otra batalla esperándome, una nueva aventura para esta anciana rebelde. Debo mantener mi armamento preparado, como siempre.
En la hora del adiós, tengo pica y tengo rabia. Pero si me aquieto unos instantes prevalece a las malas sensaciones el agradecimiento por haber formado parte de un proyecto comunicacional progresista en el que creo firmemente y en el que entregué toda mi maldita pasión indomable.
Muero con las botas puestas. Yo, la peor de todas.
Fuente: The Clinic
FUNA A "YINGO"
Una intervención mediática realizaron alumnos de
Luego de sufrir varios golpes, los estudiantes, provenientes de Cs. Sociales, Derecho e ICEI, procedieron a abandonar el lugar, escoltados por el personal del canal televisivo. Estando ya fuera del establecimiento, les retuvieron los documentos de identificación hasta que uno de los alumnos llamó a Carabineros, luego de que uno de los guardias lo amedrentara diciéndole que le iba “a romper la cámara y el hocico”(sic).
Posterior a eso, gritaron nuevamente la consigna, para retirarse finalmente.
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