lunes, mayo 12, 2008



Las representaciones sociales y el pensamiento único

Por Fernando Cembranos Díaz


De la misma manera que las lenguas con las que nos comunicamos y pensamos han sido producto de innumerables interacciones entre las personas a lo largo de muchas generaciones, también las representaciones sociales y los diferentes relatos con los que se entiende el mundo, han sido producto de la interacción de las personas entre sí y con el territorio. Si bien es cierto que los relatos culturales también han sido promocionados (cuando no impuestos) desde los diferentes núcleos de poder en los territorios, nunca ha existido una tecnología capaz de introducir las imágenes y sus mensajes cortos directamente en el interior de los cerebros mientras se mantienen éstos a bajo rendimiento y aislados entre sí. Hasta hace dos generaciones las representaciones sociales tenían que propagarse despacio, y a través de una maraña de interacciones y distancias, siendo matizadas aquí y allá según las circunstancias y recursos de cada lugar. La diversidad de representaciones sociales ha permitido a las diferentes comunidades relacionarse con su entorno. A la vez, éstas se iban modificando de acuerdo a los nuevos problemas (y también pugnas de poder) que se iban presentando. En la actualidad, las representaciones sociales (la mayor parte de ellas comerciales, aunque también políticas) son diseñadas por un pequeño número de personas al servicio de los intereses de quienes las producen y son difundidas simultáneamente y sin apenas resistencia cognitiva a millones de personas que las reciben quietas en su sofá, probablemente calladas, en su habitación en semipenumbra. No hay que olvidar que un sector importante de la población tiene la TV como fuente casi exclusiva de información, y que incluso el resto de medios de información, ya en buena parte en manos de las propias cadenas de televisión, desarrollan una fuerte servidumbre con la televisión.

El discurso y las representaciones sociales difundidas a través de la televisión muestran una serie de características que pasamos a enumerar brevemente:

- Es en buena parte un discurso comercial desarrollado de forma directa a través de la publicidad (la mayoría de los programas son una excusa para ver la publicidad) o indirectamente a través de programas esponsorizados, películas, concursos, deportes que introducen la publicidad, publireportajes camuflados (por ejemplo los que promocionan tecnologías), noticiarios que hablan de las grandes compañías (en sus cabeceras o en la sección económica), etc.

- Es un discurso del poder, en el que se identifican los intereses de unos pocos con los de la generalidad de la humanidad. Por ejemplo, se da como una cosa buena en sí misma que hayan aumentado las ventas de coches independientemente de que sean necesarios o de los problemas ecológicos que causan. Los países lejanos que aparecen son sobre todo aquellos con los que EE.UU. ha establecido algún conflicto. Las formas culturales mayoritarias que se muestran son las de una pequeña parte de la humanidad (46 de cada 50 películas son norteamericanas y 4 pertenecen al resto del mundo). Es prácticamente imposible que aparezca una crítica relevante a una de las grandes compañías. Es imposible que aparezca una crítica a las compañías propietarias de la propia televisión. A pesar de ser uno de los fenómenos más relevantes de nuestro tiempo, no aparece nada que se parezca a una reflexión o crítica remota de la publicidad en televisión.

- Es un discurso simple, con muchos adjetivos y pocos argumentos. No se analizan en general las causas de los problemas. (¿Alguien recuerda más de tres programas que hayan hablado de las causas que producen la exclusión social?). La televisión no soporta la construcción colectiva del discurso, sólo le interesa la confrontación emocional. El debate es extravagante (los polos están cuidadosamente seleccionados) y tiene la función de crear espectáculo, para mantener mirando y sin pensar al espectador.

- Adula al espectador (“Nos importas”, “Vd elige”, “Muestre su inteligencia”, “Su personalidad es única”) mientras le propone gratificaciones inmediatas, triviales y pueriles. Y celebra el sistema que lo hace posible (la modernidad, el crecimiento, el progreso, la tecnología, la sociedad de la información, la globalización, las armas inteligentes, etc.). Mientras ignora o reduce a “sucesos” o accidentes los destrozos que el sistema proporciona.

- Elimina, ignora, silencia, esoteriza, convierte en espectáculo o distorsiona cualquier tipo de alternativa al modelo de desarrollo que propone, haciendo ver que sólo hay un camino posible y el resto es el caos, la superstición, la violencia o el fanatismo. La propia naturaleza de la televisión y sus servidumbres (sin las cuales no sería posible) impide desde ella iniciar una alternativa, pues se le cortarían las alas de forma inmediata.

La televisión se convierte en el principal productor de representaciones “sociales”, en el medio difusor por excelencia del discurso dominante. Desde unos pocos centros de diseño se seleccionan las informaciones, programas y mensajes comerciales y se distribuyen con una inmensa eficacia al interior del cerebro de millones de espectadores, a los que se les dice qué estilo de vida es el deseable, qué valores defender, cómo entender la economía, cómo entender la tecnología, qué es el terror, cómo construir las sociedades y cómo mirar el planeta. Como, cuando las personas reciben el discurso icónico dejan de interaccionar y pensar, este discurso se convierte en el principal referente en la construcción de la visión del mundo. Desde la tecnología de la televisión el concepto de pensamiento único adquiere toda su significación.


Fuente: Televisión, interacciones sociales y poder, Revista Intervención Psicosocial.

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