viernes, junio 27, 2008



POR UN BIG-BANG DE CONFIANZA

Por Eduardo Yentzen Peric


Idólatras, desencantados y frívolos

No desconozco que hoy es predominante una visión de la modernidad como plenamente potente y vigente. Esto se afirma en primer lugar desde las élites capitalistas, en su versión neoliberal, que consideran el momento actual como expresión de su triunfo histórico; una nueva demostración -querrían decir- de la selección natural y la sobrevivencia del más apto. Pero también adhieren a la idea de la potencia de la modernidad mucha gente que fue de izquierda, y para quienes la “caída del muro” las llevó a reconocer los componentes autoritarios y cohartadores a la libertad de los socialismos reales, y desprovistas de ese ideal, encuentran una nueva fuente de optimismo y confianza en el futuro a partir de las promesas últimas de la modernidad neoliberal: sociedad globalizada: digitalización, nueva economía, desciframiento del genoma humano, tecnología de transgénicos, inteligencia artificial, etc.

Para quienes suscriben a la potencia de la modernidad, las múltiples crisis de las sociedades modernas contemporáneas -en salud, educación, empleo, deterioro ambiental, reivindicaciones étnicas, sobrepoblación, hambre, delincuencia, drogadicción, etc.- son leídas como disfunciones marginales a ser resueltas a futuro con mejor gestión o a partir de nuevos descubrimientos tecnológicos. El malestar de la ciudadanía es entendido como un desfase entre lo que la modernidad va produciendo y los distintos tiempos de acceso por parte de las distintas capas de la población a su consumo. Finalmente, la angustia, el estrés, y otras formas de malestar síquico, con las consiguientes respuestas de medicamentación y drogadicción, no son consideradas sino como incapacidades individuales de adaptarse a esta nueva realidad.

Ahora bien, no obstante el predominio de los idólatras del panteón de dioses de la modernidad, han existido desde los orígenes de este período de la historia un importante número de detractores, sobretodo entre las diversas vanguardias artísticas y corrientes filosóficas. Ahora bien, sus diagnósticos sobre la enfermedad de la sociedad moderna tuvo en ellos a sus principales víctimas; su alarido desgarrado fue marginal y se constituyeron en figuras trágicas. Pero con el tiempo, y tras las dos guerras mundiales y el surgimiento de múltiples evidencias de los límites de la tecnología, los perjuicios ambientales y la constatación de la sinrazón humana, su número se expandió significativamente y generó expresiones multitudinarias. Por otra parte, la corriente de desencantados de la modernidad recibió el caudal proveniente del fracaso de los proyectos de transformación social de los socialismos reales, anclados también en el paradigma de la modernidad.

Además de los idólatras y desencantados, surgió más recientemente un tercer modo de vivir la modernidad, que muchos autores describen como postmodernidad, en tanto representa a mi entender una modernidad light. Ella completa las tres actitudes posibles de enfrentar la modernidad: su aceptación optimista, su negación crítica, y finalmente su evasión. Es el camino de la ausencia de profundidad existencial y de su reemplazo por la gratificación inmediata, el cinismo, el hedonismo, y el consumismo. Aquí seguiremos la descripción de Armando Roa a lo que él llama postmodernidad, y que constituye, en mi opinión, una excelente descripción de la actitud light al interior de la modernidad.

En el capítulo titulado “El Horizonte de la Posmodernidad” dice: “Los posmodernos no andan tras la trascendencia espiritual, la comunión con la naturaleza o la búsqueda del reino milenario, como los hippies que eran todavía modernos, sino que deambulan por las superficies, sin interés por encontrar ideas globales y recias respecto al destino último, ni siquiera de ellos mismos”. (...) “Problemas bioéticos como el uso de tejidos embriones, la fertilización asistida, la manipulación del genoma humano, su clonación y el hecho de que ello ocurra, no provocan una necesidad de definirse ante el destino del hombre, sino más bien desengañan sobre la dignidad del hombre defendida antes por la modernidad, pues ahora todo es posible, desde luego crear hombres a repetición en cualquier laboratorio; ya no hay líneas demarcatorias entre el bien y el mal, y las decisiones se toman en acuerdo a lo que conviene; as. lo sagrado de la vida humana no aparece por ninguna parte, y en ese sentido tres siglos de denodados esfuerzos filosóficos, científicos y artísticos por descubrir los tesoros íntimos de la razón y la libertad no han conducido a nada según los posmodernos. Más aún el hombre, como lo muestra el aborto, el comercio de embriones y el convertir el cuerpo en mera fuente de órganos para transplantes, se vuelve un producto de desecho como cualquier otro. De ahí deriva casi naturalmente el que no valga la pena esfuerzo alguno por conquistar nada difícil, por vivir con altura, por sufrir por nada... No se trata aquí de un tedio aperplejante ante la existencia, como el de Baudelaire, o de un pesimismo como el de Leopardi y Schopenhauer, que era un contrapunto a fondo a la modernidad en auge, sino de un simple desengaño respecto a todo el hombre, en cuya naturaleza no valdría la pena profundizar...”.

La distinción entre esta actitud que describe Roa y la de los desencantados de la modernidad es que aquí, en vez de la oposición crítica, se produce una huida a través de la superficialización de la existencia y el goce inmediatista de los sentidos y de la posesión.


Fuente: Hacia una Democracia Creativa, Eduardo Yentzen Peric

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