OCHENTA AÑOS
DE FUEGO Y POESÍA
Ernesto Che Guevara nació el 14 de junio de 1928, en Rosario, Argentina, en el seno de una familia de clase media. Su infancia y su adolescencia transcurrieron en Buenos Aires y Córdoba. Se graduó como médico y ejerció su profesión en una leprosería. Con el propósito de conocer directamente la realidad latinoamericana, emprendió con un amigo un largo recorrido (en motocicleta, en balsa, etc.) que abarcó desde Argentina a Venezuela. En 1954 estuvo en Guatemala; eran los últimos tramos del gobierno progresista de Jacobo Arbenz. Tras el levantamiento del mercenario Castillo Armas, hombre de los yanquis que frustra esa posibilidad revolucionaria, el Che cruza la frontera con México. Allí trabaja como fotógrafo ambulante y hace investigaciones sobre alergia; asimismo escribe la mayor parte de los poemas que se muestran a continuación. Conoce a Fidel Castro y de inmediato se integra a su grupo de revolucionarios cubanos. Es uno de los ochenta y dos hombres que, a fines de 1956, embarcan en el Granma; también es uno de los doce sobrevivientes del desembarco. A partir de ese episodio, y la lucha revolucionaria en
Fiel, como siempre, a esa profunda convicción, comienza a organizar en 1966 las guerrillas bolivianas. En la primavera de 1967 envía su “Mensaje a
El 19 de octubre de 1967, ante una imponente y silenciosa multitud, reunida en
El mar me llama con su amistosa mano
El mar me llama con su amistosa mano.
Mi prado –un continente-
se desenrosca suave e indeleble
como una campanada en el crepúsculo.
De pie el recuerdo caído en el camino
De pie el recuerdo caído en el camino,
cansado de seguirme sin historia,
olvidado en un árbol del camino.
Iré tan lejos que el recuerdo muera
destrozado en las piedras del camino,
seguiré siendo el mismo peregrino
de pena adentro y la sonrisa fuera.
Esa mirada circular y fuerte
en un mágico pase de muleta
esquivó en mi ansia toda meta
convirtiéndome en vector de la tangente.
Y no quise mirar para no verte,
sonrosado torero de mi dicha,
invitarme con gesto displicente.
Palenque
Algo queda vivo en tu piedra
hermana de las verdes alboradas
tu silencio de manes
escandaliza las tumbas reales.
Te hiere el corazón la piqueta indiferente
de un sabio de gafas aburridas
y te golpea el rostro la procaz ofensa
del estúpido “¡oh!” de un gringo turista.
Pero tienes algo vivo.
Yo no sé qué es,
la selva te ofrenda un abrazo de troncos
y aun la misericordia araña de sus raíces.
Un Zoólogo enorme muestra el alfiler
donde prenderá tus templos para el trono,
y tú no mueres todavía.
¿Qué fuerza te mantiene
más allá de los siglos
viva y palpitante como en la juventud?
¿Qué dios sopla, al final de la jornada
el hálito vital en tus estelas?
¿Será el sol jocundo de los trópicos?
¿Por qué no lo hace en Chichén-Itzá?
¿Será el abrazo jovial de la floresta
o el canto melodioso de los pájaros?
¿Y por qué duerme más hondo a Quiriguá?
¿Será el tañir del manantial sonoro
golpeado entre los riscos de la sierra?
Los incas han muerto, sin embargo.
Treno
Qué fiera soledad, cielo de tierra,
la del que muere combatiendo por
la terrena justicia y el amor
que en forma de odio la garganta cierra.
No hay consuelo en el valle ni en la sierra
para tanto abandono clamador
de la forjada al fuego humana flor
por defender la vida que la entierra.
No hay consuelo ni fe que nos aguante.
De sol, ardiendo, el alma se vacía
para ver aquel cuerpo en luz sangrante
(concreta, acribillada poesía),
ocupando en la nada militante
toda la soledad, toda la hombría.
Fuente: Poesía Trunca, Mario Benedetti, Visor Madrid 1980.
Imagen: La Jiribilla, Revista de Cultura Cubana.
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