Juan Pablo Orrego
Gregory Bateson escribe, con su característica crudeza “es evidente que la vasta mayoría de los conceptos de la psicología, psiquiatría, antropología, sociología y economía contemporáneas están totalmente desligados de la red de los fundamentos científicos”. (Pasos hacia una ecología de la mente, Chandler Publishing Company,1972).
Bateson es igualmente enfático cuando dice que “entre las proposiciones fundamentales que yo describiría como científicamente o generalmente y empíricamente verdaderas, yo nombraría las leyes de la conservación de la materia y de la energía…” Y parece ser que esta es una de las pocas proposiciones con las cuales toda la comunidad científica está de acuerdo. A. Einstein escribió “…es por esto que la termodinámica clásica me impresionó tan profundamente. Es la única teoría física de contenido universal que estoy convencido que, dentro del marco de aplicabilidad de sus conceptos básicos, nunca será refutada”. Parece ser que las leyes de la termodinámica (del calor y del movimiento) son unas de las pocas leyes que incuestionablemente “reinan supremas sobre toda la realidad física del mundo”. (Entropía, Jeremy Rifkin, 1990).
Usando
Según los expertos, el planeta Tierra es un sistema cerrado en relación al universo ya que el planeta sólo intercambia energía –recibiendo radiación solar y liberando calor- y no materia con el resto del universo. Según los mismos, la cantidad de materia que la biosfera intercambia –polvo y meteoritos que caen sobre la superficie de
Cuesta aceptar esta percepción porque se siente en las tripas que el planeta entero está vivo y que lo único que nosotros hacemos es usufructuar o participar de esta vida. Al decir que el planeta Tierra es un sistema cerrado se está de algún modo implicando que está muerto, que no es, como un todo, un sistema biológico. En la ciencia occidental no se ha llegado todavía a una síntesis que explique la íntima interrelación entre lo vivo de la biosfera y lo aparentemente “no-vivo” del resto del Cosmos.
Las Generaciones de
Como buenos miembros de las generaciones nacidas bajo el ominoso signo del hongo nuclear todos sabemos muy bien que la materia es una forma o estado “congelado” o “amarrado” de la energía, y que esta energía contenida en la materia puede ser liberada, transformada en ruido, onda expansiva, calor, luz y radiaciones más sutiles, residuales y devastadoras para lo vivo.
J. Rifkin, sin embargo, explica “a aquellos que erróneamente creen que el flujo de energía solar puede ser utilizado para producir materia, el economista N. Georgescu-Roegen contesta que incluso en el fantástico motor del universo no se crea materia de la energía sola… en vez, grandes cantidades de materia están continuamente siendo convertida en energía. (Entropía). Según Rifkin, de lo que hay que darse cuenta es de que “el Sol por sí mismo no genera vida” por mucha energía que tenga.
Levedad y Gravedad
De hecho, toda la vida sobre la tierra es materia desplegada en formas vivientes con la ayuda del Sol y a través del proceso biológico. El Sol le presta alas a la materia. La levedad, o influencia del Sol, y la gravedad, tirón de la materia terrestre, son las dos principales “fuerzas” estructurales que literalmente esculpen lo viviente entre sus dos polos. Para que lo viviente florezca, el Sol, filtrado por atmósfera y capa de ozono, tiene que desposarse a la materia, y de todas las substancias tiene que amar especialmente, para la creación de vida, al agua y al aire que sólo pueden existir a una distancia promedio de 93 millones de millas de “él”.
Pensamiento recursivo: ¿Cómo puede ser que el Sol pueda desde esa distancia interactuar así con la materia terrestre? ¿Cómo puede ser que toda la materia terrestre pueda ser vivificada de este modo por el Sol?
Desde siempre y para siempre el uno fue hecho para el otro, y ambos fueron hechos de tal modo que de su unión pudiera nacer toda la vida, todo lo viviente en sus infinitas formas. Y la relación entre Sol y Tierra no es casual. De hecho es una relación tan hiper-precisa que da para pensar y sentir que Sol y Tierra forman parte de un mismo cuerpo.
Así es que cada estrella que brilla o titila en el cielo “sabe” todo sobre lo viviente, y contiene de algún modo la vida dentro de sí. Quizás si todo sol –por lo menos durante la fase “dadora de vida” de su ciclo vital- anhela tener un esférico “pedazo” de materia a la distancia precisa para poder “elevar” de esta materia primero el agua, luego el oxígeno libre, y finalmente lo viviente. A estas alturas el planeta ya es azul y blanco y brilla como una joya en el espacio. Es más que probable que esta conjunción astral se dé, y a menudo, si tales seres principales están ardientemente deseándolo con todo su poder dorado. Tales seres flamígeros deben tener una verdadera debilidad por los frágiles y perfumados lirios acuáticos.
Valga por lo menos como mito.
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