Gentileza de Eva Chávez, viuda del maestro.
THIAGO DE MELLO
THIAGO DE MELLO
Amazónico Primordial
Volodia Teitelboim
En cuanto Thiago de Mello apareció en casa de Neruda supimos que tenía aquello que los gitanos andaluces llaman duende. El ángel travieso aportaba una misteriosa luminosidad, cierta magia de los brujos amazónicos. Al dueño de casa –de tranco y términos lentos, como sacados parsimoniosamente de las profundidades- siempre lo deslumbraron las personas asistidas por la gracia. Fue una razón más para admirar a García Lorca y Acario Cotapos, el músico que improvisaba óperas imaginarias en todos los idiomas que desconocía.
El recién llegado del Brasil aportaba un donaire distinto. Era la mitad de Sudamérica que llegaba por fin a la opaca y flaca marginalidad chilena. El joven alto y espigado no tardó en desplegar las artes del poeta romántico vestido de siglo XIX. La bella Anamaría lo acompañó esa noche lluviosa al célebre cumpleaños, en un doce de julio. El dueño de casa revivió imágenes entrevistas a orillas del Neva. ¡Silencio y luego clarines! Porque han llegado Alejandro Pushkin y Natacha Rostova, la hija de Tolstoi.
Teatro puro, adoración del espectáculo extraído de los sueños. No conocíamos su poesía, pero los poetas románticos debían ser así. Sin embargo, no parecía nada de triste. Solía pasar de plano al siglo XX. Y también a la alta comedia. Levantaba los dedos delgados empuñando una batuta invisible y se presentaba al público como solemne director –ciertamente apócrifo- de una orquesta fantasmal radicada en un mítica Tegucigalpa. El efecto era sinfónico. Al oírlo, más que sumergirnos en Honduras, saboreábamos esa palabra eufónica, enigmática, que nos traía sugerencias de rapsodia precolombina:Tegucigalpa.
El recién llegado del Brasil aportaba un donaire distinto. Era la mitad de Sudamérica que llegaba por fin a la opaca y flaca marginalidad chilena. El joven alto y espigado no tardó en desplegar las artes del poeta romántico vestido de siglo XIX. La bella Anamaría lo acompañó esa noche lluviosa al célebre cumpleaños, en un doce de julio. El dueño de casa revivió imágenes entrevistas a orillas del Neva. ¡Silencio y luego clarines! Porque han llegado Alejandro Pushkin y Natacha Rostova, la hija de Tolstoi.
Teatro puro, adoración del espectáculo extraído de los sueños. No conocíamos su poesía, pero los poetas románticos debían ser así. Sin embargo, no parecía nada de triste. Solía pasar de plano al siglo XX. Y también a la alta comedia. Levantaba los dedos delgados empuñando una batuta invisible y se presentaba al público como solemne director –ciertamente apócrifo- de una orquesta fantasmal radicada en un mítica Tegucigalpa. El efecto era sinfónico. Al oírlo, más que sumergirnos en Honduras, saboreábamos esa palabra eufónica, enigmática, que nos traía sugerencias de rapsodia precolombina:Tegucigalpa.
Transformador de almas
Neruda, poeta del mar, entró en trance cuando Thiago le comunicó que venía del río más mar del mundo. ¡Enviado plenipotenciario del Amazonas! Inmediatamente lo consagró poeta oceánico de agua dulce. Pero seguimos sin conocer su poesía.
Con el tiempo escribió el soneto “Thiago y Santiago”. “Mientras tomaba un trago –recuerda el amazónico-, escogió una xilografía de Santos Chávez, donde dos palomas enamoraban, y en pocos minutos escribió el soneto”:
Thiago, a Santiago, como un vago mago / has encantado en canto y poesía. / Sin San, has hecho de Santiago, Thiago, / un volantín de pajarería.
Con el tiempo escribió el soneto “Thiago y Santiago”. “Mientras tomaba un trago –recuerda el amazónico-, escogió una xilografía de Santos Chávez, donde dos palomas enamoraban, y en pocos minutos escribió el soneto”:
Thiago, a Santiago, como un vago mago / has encantado en canto y poesía. / Sin San, has hecho de Santiago, Thiago, / un volantín de pajarería.
“Una proeza de carpintería poética –dijo Thiago de Mello-. Sin una pausa, sin una corrección sólo paró en la última palabra del decasílabo final”. El mismo Thiago lo vio como un juego entre su nombre y el de la capital chilena. Después, a propósito de su amigo, Neruda escribió textos básicos, más serios que lúdicos. Permaneció aquí diez años como Agregado Cultural de la Embajada de Brasil. Se hizo un sitio inconfundible en la cultura chilena. Por añadidura sentó plaza de fabricante de júbilos y fantasías.
Años más tarde (marzo de mil novecientos sesenta y cinco) entre balanceos de océanos encapotado, el poeta de “El Mar y las Campanas” envió al acto de despedida al poeta que retornaba a la Amazonía un mensaje titulado “Desde que Thiago llegó a Chile”.
…Se produjeron –anotó de entrada- varias alteraciones territoriales dignas de tomarse en cuenta. El llamado viento puelche cambió invisiblemente de rumbo y formó figuras romboidales en la Cordillera. El pulso del país se recobró como si despertara de una letárgica tristeza… También se observó en la arena de Isla Negra un precipitado calcáreo a la vez transparente y sonoro. Podemos atribuir estas variaciones a la influencia de Thiago de Mello en nuestras almas. A la vez nuestras almas hacen cambiar el paisaje. Thiago de Mello es un transformador del alma. De cerca o de lejos, de frente o de perfil, por contacto o transparencia, Thiago ha cambiado nuestras vidas, nos ha dado la seguridad de la alegría…
El poeta chileno lo tradujo. Pero para nosotros aún seguía la alienación de la distancia, como si no existiera “la comunicación de las almas”. Pecado capital que desbordaba y trascendía su persona. ¿Qué quiero decir? Que la literatura brasileña continúa siendo virtualmente desconocida entre nosotros. Es un gran silencio, salvo para especialistas, iniciados o lectores abrefronteras. Recuerdo que en mil novecientos cincuenta y tres Jorge Amado permaneció un tiempo en Chile. Llegaron algunos de sus libros, ninguno editado en estas comarcas australes y frías. En Buenos Aires se lo lee muchísimo más que en Santiago.
La mitad del espíritu de Sudamérica no está revelado en este declive de los Andes. El Tratado de Tordesillas nos sigue pesando demasiado, como si el portugués fuera un idioma de otro planeta.
Ahora este libro llamado Aún es tiempo nos viene a revelar a un Thiago de Mello de cuerpo entero, a decirnos quién es y cuánto vale. Como forma parte de un todo nos abre la ventana para mirar al Brasil, su literatura, su amplitud, su hondura, su naturaleza y su humanidad; su desdicha y su esperanza; su poesía y su historia.
LA CREACIÓN DEL MUNDO
No desfloré a nadie.
La primera mujer que vi desnuda
(era adulta de alma y de cabello)
fue la primera que me mostró los astros,
pero no fui el primero a quien se los mostró.
Vi el resplandor de sus nalgas
de espaldas a mí: era morena,
mas al darse vuelta fue dorada.
Sonrió porque sus pechos me asombraron,
por mi mirada de adolescente no acostumbrado
a la gloria de la belleza corporal.
Era de mañana en la selva, pero nacían
estrellas de sus brazos y resbalaban
por el cuello, lo recuerdo, era el cuello
lo que me enseñaba a deletrear secretos
guardados en la clavícula. Pedía,
ya echada de bruces y llamándome,
que posara mis labios por los pétalos
con rocío de la nuca, eran lilas;
que alisara, levemente, con las yemas
las espaldas de espumas y esmeraldas;
quería que mi mano recorriera,
yendo y viniendo, el valle de la columna,
Très doucement, porque me cuidaba.
Ella inauguró en mí la alegría
inefable de dar felicidad.
Tanto conocimiento no podía
ser sino innato, pienso ahora.
Pero no.
Era un saber hecho de experiencia,
más que ingenio para transmitirlo.
Ella era de otras aguas, una fuente
de treinta años, que vino desde el Sena
con el destino de darme de beber
-en la aurora de sus ojos, en sus pechos,
en la boca musical, en el mar del vientre,
en la risa de azucena, en la voz densa,
en las cejas y en el vértice de las piernas-
la miel antigua de la sabiduría,
de saber que el deseo crece cuando entiende
que la chispa se enciende en la ternura,
que las antesalas se prolongan
hasta que uno esté listo para entrar en el cielo.
(Traducción de Jorge Enrique Adoum)
La primera mujer que vi desnuda
(era adulta de alma y de cabello)
fue la primera que me mostró los astros,
pero no fui el primero a quien se los mostró.
Vi el resplandor de sus nalgas
de espaldas a mí: era morena,
mas al darse vuelta fue dorada.
Sonrió porque sus pechos me asombraron,
por mi mirada de adolescente no acostumbrado
a la gloria de la belleza corporal.
Era de mañana en la selva, pero nacían
estrellas de sus brazos y resbalaban
por el cuello, lo recuerdo, era el cuello
lo que me enseñaba a deletrear secretos
guardados en la clavícula. Pedía,
ya echada de bruces y llamándome,
que posara mis labios por los pétalos
con rocío de la nuca, eran lilas;
que alisara, levemente, con las yemas
las espaldas de espumas y esmeraldas;
quería que mi mano recorriera,
yendo y viniendo, el valle de la columna,
Très doucement, porque me cuidaba.
Ella inauguró en mí la alegría
inefable de dar felicidad.
Tanto conocimiento no podía
ser sino innato, pienso ahora.
Pero no.
Era un saber hecho de experiencia,
más que ingenio para transmitirlo.
Ella era de otras aguas, una fuente
de treinta años, que vino desde el Sena
con el destino de darme de beber
-en la aurora de sus ojos, en sus pechos,
en la boca musical, en el mar del vientre,
en la risa de azucena, en la voz densa,
en las cejas y en el vértice de las piernas-
la miel antigua de la sabiduría,
de saber que el deseo crece cuando entiende
que la chispa se enciende en la ternura,
que las antesalas se prolongan
hasta que uno esté listo para entrar en el cielo.
(Traducción de Jorge Enrique Adoum)
Eva Chávez junto a Thiago de Mello
Thiago de Mello
Nació en Barreirinha, Brasil, en el corazón de la Selva Amazónica, en 1926. Tiene más de veinte libros publicados desde 1951. En el conjunto de su obra, se destacan: Está; Oscuro pero canto; La canción del amor armando; Bochorno en la floresta; Viento general y En un campo de margaritas; Noticias de la visita que hice en el verano de 1953 al río Amazonas y sus barrancos; Arte y ciencia de elevar cometas; Amazonía, La niña de los ojos del mundo; y El pueblo sabe lo que dice. Su poema Los Estatutos del Hombre fue editado en más de treinta países. Ha traducido al portugués a César Vallejo, Pablo Neruda, Ernesto Cardenal y Eliseo Diego, entre otros. Thiago de Mello piensa que el arte debe siempre servir a la vida; que además de su finalidad estética, debe tener también una finalidad ética.
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