El futuro de la música está en el pasado
Por Andrés Valdivia
No vale la pena entrar en detalles, todos sabemos y hemos experimentado un cambio radical en la forma en que consumimos música, y sobre todo, en la forma en que le asignamos valor. Desde la industria se nos dice “no mates la música”, en una de las campañas del terror más generosas desde la campaña del “Sí” en el plebiscito del ‘88. Pero el slogan esconde una mentira: la que muere es la industria, es decir, una forma de hacer negocio (un modelo de negocios como se dice más escolásticamente) y no una de las manifestaciones culturales más ancestrales del ser humano (es probable que mientras se creaba la industria de la prostitución alguien por allí ya comenzara a silbar melodías de bienvenida a la clientela).
Y es que estamos tan acostumbrados a la forma en que se ha consumido música los últimos 60 años que nos resulta extraño que las cosas puedan hacerse de otra manera. Industrias completas han sucumbido a raíz de cambios tecnológicos a lo largo de la historia y no sería raro que la industria de la música, tal como la conocemos hasta el momento, sea un nuevo caso de estudio al respecto.
Nuevos modelos de negocio se están comenzando a probar en el mundo entero, pero una cosa está clara: si estás en un negocio donde lo que vendes puede ser digitalizado, entonces resulta torpe y casi imprudente esperar que lo que vendes no será compartido por millones de personas a tiempo real y a costo cero. Esas son las nuevas restricciones, punto. Y claro, la industria y los beneficiarios históricos de un modelo de negocios en retirada, se defienden como gatos de espalda ante la amenaza, lo que me parece completamente normal pero al mismo tiempo al menos miope.
Es esa miopía la que en manos de legisladores negligentes o ignorantes podría eventualmente poner un candado feroz sobre nuestro acceso a la cultura o a la mismísima innovación, siempre y cuando entendamos la innovación como un espacio de remezcla de elementos ya existentes cuyo resultado abre nuevos espacios y horizontes de posibilidades y oportunidad para todos.
Comercialmente al menos, tengo la impresión de que para encontrar respuestas para el futuro de la industria creativa (o de contenidos si se quiere), hay que partir haciéndose la siguiente pregunta: ¿qué elementos de la música como fenómeno humano NO son digitalizables? Mi respuesta, que no tiene nada de original por lo demás, pasa por una palabra horrible y manoseada como pocas: interacción. Es la interacción, entendida como lo que nos ocurre como personas frente a un trozo de música y su autor, lo que NO es replicable. A partir de lo anterior, se abren tres vetas por las que creo correrán las siempre fecundas aguas verdes de dinero que tanto nos gustan a todos: la comunidad, “factor fetiche” y de la performance.
La comunidad es el grupo de personas que circula alrededor de un género, o de un autor en particular (preciadas cada día más por marketeros desesperados por la brutal saturación de los medios tradicionales). El factor fetiche no es más que esa extraño fascinación que sentimos con los objetos (no es la música que contiene un CD deluxe la valiosa, sino el objeto en si mismo). Y claro, la performance: músicos volviendo a los escenarios y dejando las cálidas playas de Bermudas donde ya llevan más de un buen tiempo engordando y echando a perder su talento.
Una de las paradojas más bellas de nuestros tiempos tiene justamente que ver con el último punto del párrafo anterior: mientras nuestra futurista y archicontemporánea forma de comprender la música se apodera del presente, los músicos del mundo deberán volver a hacerse cargo del oficio primigenio que los vio nacer: el arte de actuar frente a una audiencia. Damos un paso al futuro y nos encontramos con soluciones que nos obligan a volver directo al pasado.
Fuente: Trato justo para todos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario