jueves, octubre 16, 2008



El monólogo del profe

Por Guillermo Calderón, dramaturgo y director de la obra CLASE


Mi papá era normal, mi mamá era normal, mis hermanos eran normales.
Crecí en una casa.
Comí arroz con huevo.
Tomé jugo en polvo rojo cancerígeno.
Hubo juguetes que nunca tuve.
Pedí un piano, no me lo compraron.
Pedí una hermana, la tuvieron.
Pedí conocer la nieve, me llevaron al Cajón del Maipo.
Aquí viene la parte triste.
En mi casa no había libros.
Sólo cariño.
Mis padres tenían un corazón grande y la mirada simple.
No tenían libros.
A veces llovía y llegaba el otoño pero todo lo que sentíamos se quedaba ahogado aquí porque sabíamos pocas palabras.
Partí tarde.
Todos esos ministros crecieron mirando dinosaurios.
Los criaron para ser dueños.
Los llevaron a llorar a conciertos.
A museos de arte llenos de cuadros colgados.
Al mar.
A visitar a los abuelos que tenían libros.
Les hablaban en francés o en inglés.
Les silbaban canciones de películas.
Les enseñaban a callarse.
Yo podría haber volado.
Si hubiera crecido como esa corte yo habría llegado.
Pero ahora estoy tan lejos.
Yo tenía mucho potencial.
Cuando dibujaba a mi familia le ponía uñas.
Pero partí tarde.
Cuando yo iba en los números, ellos iban en las letras.
Cuando yo decía no, ellos decían yes.
Cuando yo tenía ideales, ellos tenían cumpleaños.
Y cuando yo tuve problemas, ellos estaban enamorados.
No sé si sabes, pero los que nos educamos solos y atrasados tenemos que pasar por etapas para convertirnos en hombres.
Tenemos que pasar etapas con problemas.
Tenemos que pasar por una etapa en la que no podemos estudiar porque queremos jugar en la calle con los amigos.
Y otra etapa en la que no podemos estudiar porque nos enamoramos de una niña que vive lejos.
O no podemos estudiar porque pasamos una etapa perdidos o embriagados.
Pero felices.
Mirando las estrellas.
Una etapa en la que no queremos que el sistema nos trague.
Una etapa de vagar por el sur con amigos que no valen la pena.
Una etapa de no ir a clases y caminar.
Una etapa de leer libros argentinos.
Y esas etapas son la que tenemos que superar para descubrir quiénes somos.
Y no lo descubrimos nunca.
Pero descubrimos que nuestra juventud no ha sido fascinante.
Y mientras tanto los hijos de los ricos estaban estudiando.
Mientras nosotros nos acostábamos con nuestras compañeras de curso, ellos estaban aprendiendo a ser dueños del mundo.
A ser maravillosos.
A tener una vida fascinante.
Mientras nosotros perdíamos el tiempo en vivir, ellos aprendían la ciencia y la industria.
Y los trasplantes de corazón.
Y a nosotros, los verdaderos, nos dejaron las humanidades y las letras, que creo que a veces nos hacen un poco felices.
Por eso llegué tarde.
¿Y sabes lo que pienso?
Pienso que yo lo habría hecho mejor.
Yo podría haber solucionado problemas graves.
Yo podría haber plantado bosques.
Yo podría haber construido pirámides.
Yo podría haber logrado que todos fuéramos iguales.
Pero eso nunca se va a saber porque siempre voy a se un profesor indignado, siempre sabiendo que no pude desarrollar mi potencial.
Porque yo tenía mucho potencial.
Pero en mi casa no había libros.
No puedo cambiarme de clase.
Todos pasan de curso y yo me quedo en la misma clase.


Fuente: The Clinic

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