miércoles, septiembre 24, 2008




EL GEN ALTRUISTA

Por Álvaro Fischer Abeliuk





"La supervivencia del más fuerte" -desafortunada frase de Spencer para describir la selección natural- fue el fundamento con el que el "darwinismo social" formuló doctrinas políticas aberrantes. La reciente constatación científica que el altruismo es coherente con la selección natural eliminó esa "mancha moral", y ha permitido el florecimiento actual de la perspectiva evolucionaria.

Después de haber concebido su teoría, Darwin se demoró más de 20 años en publicar su libro "El Origen de las Especies", porque, entre otras razones, no había resuelto el problema del altruismo. Es decir, no había podido dar con una explicación - consistente con su formulación- para aquellas conductas que benefician a terceros y que implican un costo para quien las realiza. Son altruistas las hormigas estériles que trabajan sólo para cuidar a su reina, o los seres humanos que dan muestras de compasión y solidaridad para con sus congéneres, desde los que efectúan donaciones anónimas, hasta quienes sacrifican su vida en las guerras. Esas conductas, a primera vista, disminuyen la capacidad de quien las realiza para sobrevivir y reproducirse, y, por lo tanto, los individuos con esas disposiciones genéticas tenderían a estar menos representados en la siguiente generación. Por el contrario, aquellos individuos cuya disposición genética no los insta al altruismo, sino que, al revés, los predispone para ser receptores de favores, tenderían a estar más representados en la siguiente generación. Al cabo de varias generaciones la población de altruistas tendería a desaparecer, y la de los egoístas, a florecer. Al menos...eso parecería. El puzzle de la existencia del altruismo debió esperar más de 100 años -desde 1859 cuando se publicó "El Origen de las Especies" hasta los trabajos de Hamilton y Trivers en 1964 y 1971- para ser resuelto.

En el intertanto, hacia fines del siglo XIX, Spencer acuñó la desafortunada frase "la supervivencia del más fuerte" para describir la selección natural de Darwin. Ella avaló con un falso sustento moral a diversas doctrinas políticas que florecieron en torno a ideas racistas, eugenésicas e incluso de exterminio, culminando con las atrocidades ocurridas durante la segunda guerra mundial. La culpa fue atribuida al "darwinismo social", nombre genérico de esas erradas concepciones que se apoyan en la "falacia naturalista", concepto del filósofo británico G.E. Moore, consistente en el error de creer que aquello que "es" de manera natural, también "debe ser" desde el punto de vista moral. Esta "mancha moral" a las ideas de Darwin hizo que el mundo intelectual y científico rehuyera cualquier explicación conductual que tuviese que ver con la biología, relegando la idea de "selección natural" al ámbito de los rasgos anatómicos y fisiológicos de plantas y animales. Así, la teoría darwinista fue vetada como explicación para las conductas y comportamientos humanos.


Sin embargo, al comenzar la segunda mitad del siglo XX, la caracterización de la selección natural como "la supervivencia del más fuerte" se desplomó. Hamilton y Trivers lograron mostrar que el altruismo, la cooperación, la colaboración, o, si se quiere, la solidaridad, en el lenguaje político de hoy, eran conductas perfectamente compatibles con la selección natural, y, en consecuencia, el "darwinismo social" no tenía nada que ver con la selección natural de Darwin, no sólo en términos morales, como había dicho Moore, sino además en términos científicos. Hamilton se dio cuenta que cuando las hormigas estériles trabajan altruistamente para su reina, permiten que los numerosos huevos que ésta pone se transformen en nuevas hormigas, y como por la biología de la especie, todas esas nuevas hormigas son idénticas entre sí e idénticas a su vez a las de la generación anterior, el resultado es similar a si las hormigas trabajasen por su propia reproducción. En otras palabras, Hamilton demostró que tiene sentido evolucionario para un individuo realizar conductas altruistas que favorecen a sus parientes, pues el costo para él se compensa por el beneficio que recibe el pariente al aumentar sus posibilidades de engendrar nuevos individuos genéticamente similares al benefactor. Así, nosotros los seres humanos, destinamos esfuerzos en cuidar a nuestros hijos, con quienes compartimos en promedio un 50% de los genes, pero hacemos menos esfuerzos para cuidar a parientes cada vez más lejanos. Ello no resulta de un cálculo genético, imposible de hacer antes que existieran los exámenes de ADN, sino que está mediado por nuestro sistema emocional, diseñado por selección natural, que nos insta a comportarnos de esa manera.

Trivers, por su parte, se preocupó de explicar aquellas conductas altruistas que ocurren aún en ausencia de lazos sanguíneos cercanos. Constató, que desde el punto de vista evolucionario, tiene sentido que los individuos de una especie tengan una predisposición genética a realizar conductas altruistas, si es que el costo de ello es compensado por los beneficios de recibir conductas altruistas de otros, pues con ello se genera un intercambio de favores mutuos que mejora las posibilidades de supervivencia y reproducción de todos. Es decir, la predisposición genética altruista es compatible con la selección natural, pues al propiciar la reciprocidad de favores, todos los individuos, en promedio, quedan en una mejor situación que si no se hicieran favor alguno. Los chimpancés comparten su alimento con quienes los "asearon" unas horas antes, lo que es bueno para ambos. Nosotros compartimos con nuestros vecinos, donamos dinero para causas nobles, y ese intercambio de favores nos otorga mejores condiciones de supervivencia y reproducción que si nunca intercambiáramos favores con nadie. Por eso, en nuestro protocolo de interacción con otros, decimos "gracias" cuando recibimos un favor, pues nuestra psiquis evolucionada nos indica que cuando eso ocurre, sentimos la deuda de actuar de manera recíproca en el futuro.

Los trabajos de Hamilton y Trivers, cuyos conceptos fueron descritos como "aptitud inclusiva" y "altruismo recíproco", permitieron que la selección natural de Darwin borrase la "mancha moral" del "darwinismo social".De ahí en adelante, la perspectiva evolucionaria comenzó a florecer. La publicación de "Sociobiología" de E.O. Wilson en 1975, "El Gen Egoísta" de R. Dawkins en 1976, "La Peligrosa Idea de Darwin" de Daniel Dennett en 1994, "Como Funciona la Mente" de Steven Pinker en 1995, y "El Origen de las Virtudes" de Matt Ridley en 1997, entre muchos otros, lo ilustran elocuentemente. La capacidad que ofrece la perspectiva evolucionaria para explicar las conductas humanas, incluyendo la psicología, sociología, antropología y economía, la posibilidad que otorga para verificar sus hipótesis de manera empírica, todo ello sin perder la consistencia con las disciplinas más generales, como la física y la biología subyacentes, le confieren la relevancia que ha tomado en el escenario intelectual de comienzos del siglo XXI.
El altruismo es perfectamente compatible con la idea darwiniana de selección natural.


Fuente: Revista Azularte

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