Gilles Lipovetsky: La felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo (Anagrama, 2007)
Por Bernabé Sarabia
Cuando Lyotard acuña el concepto de ‘postmodernidad’ a finales de los años setenta y escribe que ya “se han acabado los grandes relatos”, se palpa en las sociedades desarrolladas de todo el mundo una potente sensación de liberación. El “narciso” cool, individualista y consumista que tan bien retrata Lipovetsky en La era del vacío y El imperio de lo efímero es un ser optimista en su gozo, un individuo que vive el presente, olvidado del pasado y sin preocupación por el futuro. Veinte años después, esa euforia de los años postmodernos ya no es la misma. En Los tiempos hipermodernos, Lipovetsky advierte al lector del fin de la euforia. El hedonismo del presente que caracterizó los años ochenta –la movida madrileña constituye una magnífica ilustración- ya no existe. En la hipermodernidad, el desempleo, la preocupación por la salud, las crisis económicas y un largo sinfín de virus que provocan ansiedad individual y colectiva se han introducido en el cuerpo social.
Para Lipovetsky el desarrollo de la globalización y de la sociedad de mercado ha producido en estos años nuevas formas de pobreza, marginación, precarización del trabajo y un considerable aumento de temores e inquietudes de todo tipo. Sin embargo, la sociedad hipermoderna no ha supuesto la aniquilación de los valores. Al contrario, el hedonismo ya no estimula tanto, la extrema derecha no ha tomado el poder y el conjunto de la sociedad no ha caído en desviaciones xenófobas y nacionalistas. La dinámica de la individualización personal no ha supuesto que la democracia pierda firmeza o se aleje de sus principios humanistas y plurales. Los derechos humanos siguen constituyendo uno de los principios morales básicos de la democracia. La dinámica del individualismo refuerza, en opinión de Lipovetsky, la identificación con el otro. El culto al bienestar conduce, aunque parezca paradójico, a que los individuos sean más sensibles al sufrimiento.
La producción de bienes se centra en las personas, como es el caso del teléfono móvil. Las culturas de clase se erosionan, se hacen menos legibles y la pertenencia a un grupo social no determina ya los modos de consumo
En la sociedad hipermoderna el peligro no viene por algo que precisamente la caracteriza, lo que Lipovetsky denomina hiperconsumo. “Cuanto más se impone la comercialización de la vida, más celebramos los derechos humanos. Al mismo tiempo, el voluntariado, el amor y la amistad son valores que se perpetúan e incluso se fortalecen”. El peligro viene para Lipovetsky de otra parte. Procede de lo que él denomina una inquietante fragilización y desestabilización emocional de los individuos. La debilidad de cada uno de nosotros tendría su origen en el hecho de que cada vez estamos menos pertrechados para soportar las desgracias de la existencia, y ello no porque el culto al éxito o al consumo provoque esa fragilidad, sino porque las grandes instituciones sociales han dejado de proporcionar la sólida armazón estructuradora de antaño. De ahí vendría la ola de trastornos psicosomáticos, depresiones y demás angustias con las que las distintas industrias que producen psicofármacos se enriquecen.
En la arquitectura de La felicidad paradójica, cuyo subtítulo es enormemente significativo –Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo-, se entra con la aparición de un nuevo arquetipo social, el hiperconsumidor, un ser que ya no desea sólo el bienestar, lo que ahora anhela es armonía, sensación de plenitud, felicidad y sabiduría. Dicho hiperconsumidor es la consecuencia, según Lipovetsky, del desarrollo de las tres etapas a través de las cuales se despliega la sociedad contemporánea. La primera de ellas, comprendida entre 1880 y
Para su desgracia, el hiperconsumidor se apoya tanto en sus emociones que éstas no acaban nunca de ser satisfechas, y la experiencia de la decepción asoma y amenaza a distintas capas de la sociedad
En torno a 1950 es cuando se inicia el nuevo ciclo histórico de las economías de consumo. En esta segunda etapa, la capacidad de producción aumenta tanto que se genera una mutación social que da lugar a la aparición de la sociedad de consumo de masas. Se abren supermercados, centros comerciales, hipermercados y, aunque de naturaleza básicamente fordista, el orden económico se rige ya en buena medida por los principios de la seducción y de lo efímero. En este período se vienen abajo las antiguas resistencias culturales y se expande la sociedad del deseo.
En la tercera etapa, la vida de las sociedades desarrolladas no hace sino acumular signos de placer y felicidad. En este estado de cosas la cultura del consumo promete felicidad y evasión de los problemas. La producción de bienes se centra en las personas, como es el caso del teléfono móvil. Las culturas de clase se erosionan, se hacen menos legibles y la pertenencia a un grupo social no determina ya los modos de consumo. Sin embargo –y ahí aparece la paradoja anunciada en el título de esta obra- el hiperconsumidor se vuelve desconfiado e infiel. Ya no sigue sólo a una marca, ahora entra en internet y compara, analiza, reflexiona y orienta sus deseos hacia lo que más le gratifica.
Para su desgracia, el hiperconsumidor se apoya tanto en sus emociones que éstas no acaban nunca de ser satisfechas, y la experiencia de la decepción asoma (del análisis de la decepción se ocupó el siguiente libro de Lipovetsky aparecido en Francia --La société de déception (2006)-- que será próximamente traducido) y amenaza a distintas capas de la sociedad. Jóvenes violentos, ancianos desprotegidos o inmigrantes son colectivos sobre los que el autor reflexiona. Desde este análisis y desde los excesos del hedonismo del capitalismo de consumo, Lipovetsky se atreve a predecir una mutación cultural que ha de revisar la importancia de los goces inmediatos y contener el frenesí consumista.
Gilles Lipovetsky (1944-) es profesor de filosofía en la universidad de Grenoble, miembro del Consejo de Análisis de
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