IDEA Y SÍMBOLO
Guy Aznar
Hemos definido a la idea como un punto intermedio entre lo real y lo imaginario, o más bien como una diagonal trazada entre el universo horizontal socializado y el universo vertical de la visión subjetiva.
Consideramos útil situar esta definición con relación al vocabulario psicológico existente.
Los psicólogos distinguen generalmente tres aspectos: el de lo real, el de lo imaginario y el de lo simbólico, que viene a ser un nivel intermedio entre lo real y lo imaginado.
El registro de lo imaginario o la función psicológica de lo imaginario no es lo mismo que la función del símbolo, y una y otra deben ser distinguidas de la función de lo real. Se ha confundido muy a menudo la función de lo imaginario con la función del símbolo; lo imaginario es una función psicológica que puede quedar en una función individual, y cabría quizá decir que el producto puro de lo imaginario viene a ser la ilusión.
A partir del momento en que nos dirigimos a alguien, en que buscamos una comunicación, puede decirse que estamos ya totalmente dispuestos a introducir algo más aparte de nosotros en este registro de lo imaginario: es decir, la comunicación con el prójimo, un lenguaje en este caso, o por lo menos cierta forma de búsqueda de comunicación.
Nos aproximamos al registro de lo simbólico; tratamos de hacernos comprender y se necesita para ello que exista alguna cosa en común.
Tomado en el sentido de la ilusión, lo imaginario es una expresión que tiene quizás un sentido, pero que no apunta realmente a una comunicación con el prójimo. Si hay algún significado, este será válido para el propio individuo, pero no se socializará.
El límite es la relación con el espejo, es decir, la imagen narcisista. La relación mediata puede ser opuesta a la relación especular: no hay ya captación por la imagen, sino intención de dirigirse al prójimo. En la relación especular, existen el sujeto y su intimidad que es la imagen, su doble en el espejo. La relación especular es una relación dual. No hay comunicación en una relación de este género; captado por la imagen, el sujeto puede perderse en ella según nos demuestra el mito de Narciso; la imagen no remite a otra cosa que a sí misma, aportando cierta respuesta a la intención del individuo vuelto hacia ella. Pero no le conducirá nunca más lejos; el sujeto puede permanecer ligado a la imagen sin encontrar la apertura hacia otro tipo de relación.
Por ello, adoptando la idea de Lacan, Ortigues subraya que la relación dual corresponde a una relación de deseo. El sujeto que imagina desea, y es este deseo lo que hace surgir la imagen. El deseo puede quedar fácilmente prisionero de la imagen no le responde de un modo satisfactorio, ya que no se trata de un objeto real, pero puede sin embargo resultar un señuelo lo bastante poderoso para que el sujeto quede, por decirlo así, preso por ella.
Se podrían evocar aquí ciertas concepciones que pertenecen a la vez a la psicopatología y al psicoanálisis, y que muestran cómo la imagen puede ser una imagen alucinatoria o, si así se prefiere, que la imagen alucinante es una respuesta a un deseo que no encuentra su satisfacción (ejemplo, el espejismo de un oasis en el desierto). Se observará en este caso que la imagen responde al deseo, a una necesidad intensa. Cuando el sujeto es incapaz de buscar lo real, ocurre entonces que esta imagen alucinatoria adquiere toda su intensidad. Si nos remitimos a las etapas de desarrollo en la teoría de Lacan, veremos cómo la imagen corresponde a la relación del hijo con su madre; se trata de una relación en la cual el niño es bastante pasivo: todo llega del exterior y, en ausencia de la madre, el niño no puede hacer otra cosa que alucinar a esta madre ausente o manifestar con el frenesí de sus gritos que la desea a su lado.
En oposición con esta relación dual en la que existen solamente dos términos, aparece la relación mediata. La relación mediata contiene tres términos en lugar de dos, y quedamos esta vez cerca del símbolo.
Existen dos términos en el símbolo, pero unidos por una relación diferente a estos dos términos en sí mismos y de naturaleza social.
Podemos situar al simbolismo a nivel del complejo de Edipo, donde la situación dual del niño frente a su madre queda modificada por el hecho de la existencia de un tercer personaje, que es el padre. La ley obliga a que el niño salga de la relación dual en la que se hallaba encerrado; se ve obligado a darse cuenta de que existe otro ser distinto a él, y que impone unos límites a sus propias visiones o deseos. El deseo del niño tiene que admitir la existencia y los deseos de otro personaje.
En el aspecto de la reflexión, el símbolo introduce un orden que no es ya solamente el de la fantasía del sujeto, sino el de otro, con el cual existe un pacto.
Si se medita sobre una imagen simbólica, uno deja ya de perderse en sí mismo porque esta clase de imagen le introduce en la totalidad de un mundo que es ya un mundo social.
Ficha bibliográfica
AZNAR, Guy, Idées : 100 techniques de créativité pour les produire et les gérer, Paris, Éditions d'Organisation, 2005, 331 pages.
AZNAR, Guy, La Créativité dans l'entreprise : organisation pratique et techniques d'animation, Paris, Éditions d'Organisation, 1973, 189 pages.
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