Somos polvo de estrellas
Por Ernesto Cardenal
Se piensa que es muy posible que la vida exista en otros planetas de otras estrellas por el hecho de que en el nuestro apareció la vida inmediatamente que hubo las condiciones para ella. El título “Somos polvo de estrellas”, aunque poético es perfectamente científico. Pero cuál es el origen de la vida no tiene respuesta científica.
A esta pregunta el científico Du Bois-Reymond en el siglo XIX, en un congreso de fisiólogos, respondió diciendo: “Ignoramus et ignorabimus”. Y aún seguimos sin respuesta. Me parece que sobre el origen de la vida sólo podemos decir tres cosas: Que la creó Dios, lo cual podría ser una respuesta verdadera o falsa, pero no es científica. Que se creó sola sin ningún Dios, lo cual podría ser también una respuesta verdadera o falsa, pero tampoco es científica, y exige tanta o más fe que la anterior. O que no sabemos, lo cual podría ser científico pero no es respuesta.
Lo que sabemos es que la vida apareció en la tierra hace tres mil o cuatro mil millones de años. Primero hubo moléculas grandes, que procedían de moléculas más pequeñas, las que procedían de átomos formados a temperaturas de 20 millones de grados en el corazón de las galaxias, las cuales se formaron de nubes de hidrógeno y helio que salieron del Big Bang. Algo pues sí sabemos: que la vida viene del Big Bang.
Esto según el relato científico actual de la creación. Hay otros relatos contados de otra manera pero que en el fondo vienen a decir lo mismo. Los indios cunas de Panamá dicen que al principio no había sino crepúsculo. En los Mares del Sur se dice que sólo Ta´aroa existía en la gran inmensidad, cuando no había tierra ni había cielo, ni había mar ni Tahití, y él se convirtió en universo. Los chinos dicen que al principio el Tao no tenía nombre; lo tuvo, y fue la creación. Un pueblo amazónico dice que en aquel tiempo sólo había oscuridad y no había río. Otros dicen que él hizo la tierra de Hawai como una concha marina, y la tierra comenzó a danzar. Otro pueblo dice que en el principio sólo estaba el Uno sin otros, y ese Ser pensó y deseó ser muchos. Otro dice que fueron dos gemelos, los que enseñaron a producir fuego, a cazar las focas, enseñaron a los hombres a hacer el amor, y les revelaron los nombres de las cosas.
Lo que sabemos científicamente es que en el principio no había nada, y surgió la energía, y después la materia que está compuesta de átomos, y los átomos están unidos de una manera que engarzan unos con otros. Así se formaron aglomeraciones de átomos. Y así el orden emergió del caos. Los átomos no tienen forma fija propiamente, son un núcleo rodeado de una nube. Las moléculas sí tienen forma fija, como los encajes de cristal de un copo de nieve. Este es un orden salido del caos. Un orden aún mayor es cuando de la molécula salió la vida.
La evolución de la vida es de lo pequeño a lo más grande. Se pasa de lo más simple a lo más complejo, y lo más complejo es más grande. Los mamíferos han procedido gradualmente de los reptiles sin que hubiera un reptil que de pronto diera a luz un mamífero. De la misma manera la vida ha procedido gradualmente de la no vida. En el agua o el barro moléculas de carbono fueron dando origen a otras moléculas de carbono cada vez más complejas y más grandes, y después empezaron a repetirse, y esto poco a poco fue haciéndose vida. Hasta nosotros.
El universo es uniforme. Sólo hay como cien elementos (cien clases de átomos) en todo el universo, y de ellos estamos hechos nosotros. Y también así es la vida. Todas las células tienen composición similar. Desde la diatomea unicelular hasta la ballena azul (y en medio los humanos) todos los seres vivos estamos compuestos de los mismos amino-ácidos: en total 20 amino-ácidos. Y de una sola célula proceden todos los seres vivos. Y aun de la misma organización de moléculas que más tarde pasó a ser la primera célula. Aunque la diferencia que hay entre la molécula y la célula es tan grande que se dice que si una molécula fuera un automóvil la célula sería la compañía Ford.
Así es que somos hermanos de todos los eres vivos, pero de los no vivos también. Hace poco leía al científico Louis J. Halle en su libro Out of Chaos, quien decía que lo vivo y lo no vivo son sólo categorías con las que nuestra mente divide los seres. No consideramos vivo al cristal de un copo de nieve que flota en el viento, decía él, pero consideramos viva a la diatomea, la bellísima célula de caparazones sílicos con dibujos extraordinariamente delicados que flota en el mar. Y sin embargo las moléculas que componen la diatomea no son más vivas que las del copo de nieve. Y agregaba que la vida de la diatomea es efímera y pronto no tendrá más vida que la nieve, pero nuestras vidas son también efímeras como las diatomeas.
Pero de un unicelular se pasó después a las muchas células. Y no sabemos cómo las células han hecho para organizarse y ser un pulpo, un roble, una mariposa. Hay casos en que crecen sin control y a eso llamamos cáncer. No sabemos cómo en un huevo fertilizado están las instrucciones hasta del color de los ojos de la criatura que va a nacer. Cómo en el huevo de un ave está el mapa de la tierra, y los conocimientos geográficos y astronómicos necesarios para que el nuevo pájaro pueda emigrar de un polo a otro sin que nadie lo lleve.
La evolución del universo comenzó en el Big Bang, y la vida es continuación de esta evolución. Hasta nosotros. Todos los seres del universo hemos nacido del mismo vientre, ese evento tan improbable como es el Big Bang. Y desde entonces empezó la evolución. En
Nosotros somos agentes de la aceleración de la evolución, y agentes conscientes. De la evolución no biológica, conste. Porque la mano humana evolucionó en herramienta. Y ya no tenía por qué evolucionar en más dedos, por ejemplo.
Este vastísimo universo en el que estamos es por nosotros que se conoció a sí mismo. Somos las estrellas estudiando ahora a las estrellas.
En los lodazales de la tierra el cosmos se hizo vivo. Y poco tiempo después (en los humanos) se entendió a sí mismo. En nosotros, a quien un científico ha llamado la más compleja de las moléculas.
En este planeta, de reacciones puramente químicas se pasó a vida inteligente. Pero no para ser mentes múltiples, sino una sola mente colectiva. Preguntaron al astronauta cómo se ve la tierra desde la luna y contestó: “Frágil”. Y también dijo que se ve sin ninguna división de naciones.
Existe lo que se llama el “Principio de
Puede ser que en el futuro próximo las computadoras nos hermanen más. Pero la cooperación ha existido siempre a todo nivel biológico, y es tan antigua como la vida. Preguntar por el origen de la cooperación –se ha dicho– es como preguntar por el origen de la vida. Un factor de la evolución ha sido la cooperación. Y otro el altruismo.
“Altruismo” es una palabra nueva en biología. Ya existía antes pero sin el nuevo sentido biológico que ahora tiene. Cuando el gavilán va a atacar una bandada de tordos que comen en un prado, hay un tordo que silba fuerte alertando a los demás. Es a él al que el gavilán ataca mientras los otros pueden escapar: eso es altruismo. Los genes de ese altruista no se trasmiten porque murió prematuramente, pero se trasmiten los de sus familiares más cercanos, y eso hace que más tarde se produzca otro altruista. Igual sucede con los héroes y mártires.
La primera economía fue compartir. Y la sociobiología enseña que hacer bien a otro es hacerlo a uno mismo. Y que la guerra la tenemos en nuestros genes es un mito de nuestro tiempo.
Una diferencia que hay entre la evolución humana y la de los animales es que las abejas han venido teniendo el mismo lenguaje desde hace millones de años, mientras entre nosotros ya nadie sabe hablar sumerio. La evolución animal ha sido del instinto. La nuestra superar el instinto.
Somos animales que son elementos químicos que son átomos que son sólo niebla de probabilidades. Es un misterio el que el azar pueda ser causa del orden. Pero los electrones parecen tomar decisiones, dice Talbot. Y dice Dysson: “La mente es inherente al electrón”.
Toda especie se va dividiendo y dividiendo. Sólo una se fue uniendo más y más, y ésa somos nosotros, que nos unimos tanto hasta convertirnos en ciudades.
Una vez en el siglo XIX en el Caribe estaba un niño en la cubierta de un barco mirando las estrellas, y sentado junto a él el gran prócer cubano José Martí. Posteriormente ese niño, ya de más de noventa años, relató al escritor cubano Cintio Vitier lo que le dijo Martí de las estrellas, y su relato quedó en una grabadora, y es como oír a Martí hablando. Martí le dijo: “Muchacho ¿tú crees que todo eso fue hecho sólo para que nosotros lo contempláramos un tiempo breve? ¿No te parece que habrá algo más grande que nosotros? ¿Tú te das cuenta de lo que todo eso que estás viendo allí arriba representa, y que nosotros somos parte de eso? Así pues, debes entender que todo eso no fue hecho para divertirnos y que tenemos obligaciones con eso que se ha creado”.
En nuestro tiempo Wheeler ha preguntado para qué sirve un universo sin conciencia de ese universo. Y agrega que el universo es tan grande porque sólo así podríamos estar nosotros. Si no hubiera evolucionado hasta ser del tamaño que ahora es no hubiéramos tenido oportunidad de estar en él. Igualmente dice Barrow que nuestra existencia es la causa de la estructura del universo.
Misteriosa astrofísica es ésta. Que las condiciones físicas hayan producido al hombre lo entendemos. ¿Pero que el hombre haya producido las condiciones físicas para que él apareciera en el futuro? Otro físico ha dicho, aunque ya no recuerdo quién, que el universo tenía que crear observadores de él. (Como aquel niño que había estado mirando las estrellas junto con José Martí).
La tierra era una bola de piedra derretida que se enfrió. Se enfrió en la corteza, pues se dice que en su interior es tan caliente como la superficie del sol. Y la corteza fue quedando llena de toda clase de pedazos de piedra, muchos de ellos terrestres y otros extraterrestres. Y esas piedras un homínido las empezó a labrar. Así se hicieron hachas y flechas. Por el filo del pedernal fue desapareciendo el filo de los colmillos.
El Homo habilis labró las piedras. Pero en su evolución no fue lo más determinante la perfección de herramientas, sino la socialización. O como decimos ahora, la solidaridad. Muchos animales cazan juntos, pero no comparten lo cazado. Cuando el mono compartió la comida ya no fue mono sino humano. El dar y recibir es también lo que nos hizo humanos. Darwin había dicho: “La sobrevivencia del más apto”. Pero los más aptos son los más solidarios. El biólogo Stephen Jay Gould ha dicho que el progreso de la evolución ha sido más por comunión que por combate. En esas selvas no hubo ley de la selva.
Éste ha sido el único animal de posición erguida. Los brazos se le acortaron y se le alargaron las piernas. Ya tuvo una capacidad física para andar en dos pies, y también se dice que ya tuvo una “ideología bípeda”.
El estar en dos pies nos hizo inteligentes. Porque ya no era un cerebro inclinado hacia abajo, colgado de un cuerpo, sino puesto sobre una columna vertical dominándolo todo. Y el cerebro se hizo más grande y con más frente. Llegó a ser cuatro veces más grande que el del mono, y esto hizo que la frente se proyectara hacia delante. Al mismo tiempo las manos ya no fueron para caminar.
Mientras estaba más tiempo erecto usaba más sus manos; y mientras usaba más sus manos estaba más tiempo erecto.
El fuego también sirvió para juntarnos. Propició el lenguaje, el estar contando historias junto a la fogata. El macho tuvo ya una mayor inclinación familiar. De no haber sido así se habrían extinguido los humanos.
La penúltima rama de la evolución habían sido los neanderthales. La última fuimos nosotros (hasta ahora). La manito apretada del bebé es por el pelambre que tenía la mamá y al que él se aferraba. Parece que físicamente el neanderthal era más avanzado que el sapiens, pero no desarrolló los lóbulos frontales como el sapiens, que son los de la imaginación, la ética y las emociones.
Somos también el único vertebrado que fue filósofo. Hacía tiempo que la cola ya no era útil. El fuego no sólo fue útil sino también fascinante. Y todavía lo es; por eso a los niños les gusta tanto jugar con fósforos. Y a todos nos gusta mirar las llamas de la chimenea. Ese fuego había sido traído del interior del bosque, posiblemente de algún árbol que estaba ardiendo. Fue como si se hubiera metido el sol en la cueva. Y a su alrededor danzamos.
El ser humano existe sólo en grupo. Existe sólo como comunidad humana.
Debemos saber también que esta especie humana es una especie afortunada. Tenemos el caso de los delfines. Se dice que son tan inteligentes como nosotros, y tal vez más. Hay delfines que casi han hablado inglés –la lengua de su entrenamiento–– en acústica sub-acuática que es a veces ultrasónica. Sus sonares y radares son mejores que los nuestros. En tecnología no antropocéntrica una gran tecnología. Su cerebro más evolucionado que el de nosotros. Con una visión bajo el agua igual que en el aire. Mitad del ojo con visión acuática y mitad visión aérea. Pero ellos quedaron frustrados en su evolución. Por ser aerodinámicos no tienen mano derecha ni izquierda. No pueden tocar piano ni usar herramientas, y no pueden encender fuego por estar bajo el agua.
Todavía no se sabe por qué nosotros nos pusimos en dos pies. La afición de los niños de trepar a los árboles se debe a nuestro primer estado. Por no andar ya en los árboles nuestros dedos se movieron separados. El pulgar y el índice pudieron así formar un círculo. Los ojos habían sido para mirar de noche y por eso eran grandes. Después fueron para mirar de día pero siguieron siendo grandes. Y también ya fueron para mirar los colores. Esto en la selva monocroma era una ventaja. Un mundo de colores, tridimensional y tocable, para distinguir mejor la fruta dentro del follaje, y cogerla y cortarla, y tal vez ofrecerla. Eso fue ya pensamiento: separar lo concreto de su entorno indiferenciado. Fue ya pensamiento y lenguaje. Eso sería el fruto del conocimiento que dice el Génesis. Sea como sea, la verdad es que el que veamos en colores se debe a las frutas maduras.
La curva hacia atrás arriba del lumbar hizo al cuerpo más erecto y más bello también. Tal vez fue entonces que se sintieron desnudos, con el sexo en medio de sus cuerpos. El Edén era en África. ¿Será desde entonces que ya tuvimos que andar vestidos? En África a orillas del lago Turkana se han encontrado fósiles de homínidos, de los más antiguos, y entre esos fósiles una hoja de higuera: una hoja de higuera que quedó moldeada en el barro ahora petrificado. Se dice que dejamos de tener pelo como los monos para estar más frescos bajo el sol tropical, y que los pigmentos negros fueron un pudor de la piel. El hecho es que desde entonces ya no andamos desnudos.
El Homo erectus es cuando ya fuimos hombres y no monos. Por un millón y medio de años fuimos cazadores-recolectores, con herramientas y con el fuego domesticado. El paraíso no fue algo dado sino tan sólo ofrecido. Algo ofrecido al hombre y no al animal. Y fue ofrecido el progreso al hombre, pero no al animal.
Por eones estuvieron mirando las estrellas, que tenían alguna regularidad y muchas irregularidades, y se preguntaban: ¿Qué serán ellas? Más tarde aprendieron aritmética contando ovejas. Aritmética que ha permitido ahora contar galaxias.
El hombre es también el único animal con nalgas. Y en posición erecta se le ocultó el ano. La mujer es el único mamífero con mamas permanentes, no sólo cuando está amamantando; y también con orgasmo y con celo todo el año. Eso fue para que en aquellas cuevas hubiera un amor permanente. Y para que así, los niños de crecimiento lento, fueran cuidados muchos años, hasta que pudieran valerse por sí mismos. O la especie habría desaparecido.
También el hombre es el único animal que sonríe. Los labios se modificaron, separándose de las encillas, para poder sonreír.
La nariz se alargó hacia delante, igual que la barbilla, y estas dos cosas fueron para poder hablar. Los colmillos se atrofiaron, lo que nos modificó la cara, y también nos permitió hablar. La lengua ya fue menos larga que la de los monos, y esto fue también para hablar. Primero habrán sido sonidos simbólicos individuales, pero después habrán sido de todo el grupo. También el estar mucho tiempo juntos en la cueva habrá aumentado la comunicación. El hombre empezó a hablar, y hablando recordó el pasado y planeó para el futuro –lo que no hacen los animales– y también ya fue consciente de sí mismo, del que hablaba.
Cada vez andaba mejor en dos pies y su mano cada vez agarraba mejor. Esto hizo crecer su cerebro. Y así llegó a su término la evolución anatómica del Homo sapiens; ya no hubo necesidad de más evolución anatómica. La evolución fue ya de otro orden.
Los monos menos humanos se perdieron en el monte. ¿El lenguaje nos hizo humanos o fue el cerebro humano el que hizo el lenguaje? Comenzaron a tener ideas y nociones. Por ejemplo la noción de la muerte. Es el único animal que sabe que va a morir.
El lenguaje fue con fines prácticos primeramente, pero después pasó al mito y a cosas espirituales. Domesticó plantas y animales, pero antes se domesticó a sí mismo.
¿Tal vez los vestidos fueron para ocultar la animalidad? Ya no tuvo pelambre en el cuerpo, tan sólo en la cabeza, para proteger del sol al cerebro, y en el sexo para resaltarlo.
Tuvo ojos bellos, labios bellos y bellos dientes, Homo sapiens. Ésta fue la evolución de una especie para dominar la evolución. Otra diferencia con los animales es que somos responsables. A pesar de que algunos fósiles humanos apenas se distinguen de los de los animales.
El Salmo dice que Dios creó al hombre sólo un poco menor que los ángeles. ¿Pero por qué con pedos y con intestino recto? Y Dios encarnó en el Homo sapiens. Aquello que pasmaba a Tertuliano: el que Dios ––decía– hubiera sido sacado a luz por partes vergonzosas, y alimentado de manera ridícula.
Es el único animal que sabe que va a morir. Pero antes todo cambió evolutivo, hasta nosotros, había sido para la sobrevivencia. Y yo pienso: ¿siendo la nuestra la más adaptable de las especies, no se adaptará también tras la muerte? No es muy difícil concebir que pasaríamos a ser parte de una conciencia colectiva, y que nuestro cuerpo será todo el universo.
Desde antes que el hombre fuera hombre, desde el neanderthal, se ha creído en la resurrección. Sin embargo, de todos modos, sabe que va a morir. Y será tal vez por eso que el hombre es el único animal que llora cuando nace.
La muerte también es un factor de la evolución. Morimos para que nazcan otros, y esos otros sean mejores. Sin muerte no habría especie humana, ni ninguna especie. O sea no habría evolución. La muerte es un fenómeno de todos los sistemas estelares. Pero según Dysson la vida es organización más que sustancia, y por tanto puede estar libre de la carne y la sangre.
Yo diría que esa vida tras la muerte sería una vida no molecular. Estaríamos en la última etapa de la evolución cósmica. Hace cuatro mil millones de años la química se hizo biología. Cabe preguntar: ¿En el futuro no podría la biología ser algo más?
Consideremos a la muerte como otra fase de la vida. O consideremos a la muerte como que es sólo reciclaje. Es entrar a nuevas combinaciones. Es un proceso orgánico. ¿Cómo es este proceso? Yo diría que es como una forma de conservación de la energía. La misma fuerza que nos sacó del caos es la que nos lleva hacia la muerte. Y el científico Prigogine ha dicho que el desorden no es el destino final del que nadie escapa, sino que es algo de donde nace el orden.
El nacimiento del mundo, aquel Big Bang, fue anti-entrópico. Las estrellas son sociales, están siempre en galaxias. Y existe una cosmología común a todas las galaxias.
Las estrellas es donde la materia se hizo luz. Pero es cierto que entre ellas hay hoyos negros que están hechos de nada. Unos piensan que en el corazón de cada galaxia hay un hoyo negro donde el tamaño es cero y la densidad infinita. Y que nosotros giramos con toda la galaxia hacia ese fatal centro común a morir. Pero también se piensa que el hoyo negro es a la vez muerte y nacimiento de la materia. Que el hoyo negro puede ser también hoyo blanco. Hoyo negro aquí y blanco en otra parte.
¿Por qué no pensar que la vida es algo inherente al universo, como lo son el espacio y el tiempo? El cosmos podrá ser todo él un hoyo negro y todos vamos cayendo en ese hoyo ¿pero no sería para resurgir en otra realidad como un hoyo blanco? Pienso que el temor a la muerte es un error de óptica. ¿Qué nos dice el cielo estrellado? Que somos parte de algo mucho mayor, como le dijo José Martí a aquel niño en la cubierta de un barco.
La ley más universal es que todo nace y muere en el universo, aun las estrellas, aun el mismo universo. Pero todo nace de otras muertes, aun las estrellas. Y yo pregunto: ¿qué nacerá de este universo? En la parroquia de Sâo Féliz de Marinha, una pequeña aldea de Portugal, hay un sacerdote llamado Padre Torres Maia, el cual está siempre predicando a sus feligreses que no enfloren las tumbas ni las estén cuidando ni aseando. Cuando él va a visitar su aldea natal nunca va a la tumba de sus padres. Y él dice: “Todas las tumbas están vacías. ¡En los cementerios no hay nadie!”
Los hoyos negros son materia sin dimensión. Los hoyos blancos será el tener todos los muertos dimensión otra vez.
Imagino a los muertos de todas las naciones de la tierra preguntando: “Se triunfará alguna vez sobre
Yo digo que la muerte es buena, porque si no, Dios no hubiera creado un universo donde todo muere y todo ser vivo se genera de una muerte. Tan sólo no mueren las partículas elementales, las que no se pueden sub-dividir más y por tanto no se desbaratan, existen desde el Big Bang. En este sentido son eternas. Ellas constituyen nuestros cuerpos y estamos hechos de partículas eternas.
Por eso es muy indicativo que sintamos a la muerte como antinatural. En el fondo no creemos en ella. En el hombre ha sido universal la creencia en la inmortalidad, y ya dije que aun desde antes, desde el neanderthal. Yo me había declarado, y me sigo declarando, comunista, pero mi divergencia con ese comunismo que fracasó en el camino era mi creencia en la supervivencia después de la muerte. Y creo que una de las principales razones por las que ese comunismo haya muerto es porque negaba la inmortalidad.
En el universo todo tiende a convertirse en algo mejor, a ser superior a lo anterior, y eso es la evolución. ¿Y el ser humano no iba a tender también a una transformación?
Demócrito, el de los átomos, creía que el espíritu estaba también compuesto de átomos, aunque estos eran átomos “especiales”. Ahora sabemos que los átomos no son la más pequeña unidad de la materia porque pueden dividirse; la última realidad son las partículas elementales, y Jean Charon sostiene que es en ellas donde reside el espíritu. Ellas están no sólo en nuestro cerebro sino en todo nuestro cuerpo y también fuera de él, y han estado en infinidad de seres. Habiendo en ellas espíritu, tienen memoria y amor, y se han ido enriqueciendo con el tiempo según la trayectoria individual de cada partícula a través de tantísimos seres. Una partícula de nuestro cuerpo puede haber estado en el de Sócrates, y una en el de Jesucristo, lo que me hace recordar aquello de San Pablo de que todos formamos un solo cuerpo y que somos el cuerpo de Cristo. Y me parece también que esta teoría, o tal vez metáfora de Charon, es como una interpretación científica de la reencarnación y de la resurrección a la vez.
Bohm ha dicho que todo se interpenetra con todo. Materia viva y no viva por igual. Y también que cada vez es más inadecuado pensar como individuos. Y hay un lugar del universo donde todo está junto, dice Bohm.
Los electrones no existen, se dice, sino tienen “tendencia a existir” ¡y sin embargo estamos compuestos de ellos! “Un excéntrico elemento del mundo físico” llama Davies a las partículas, y de ellas estamos hechos.
En la dinastía Ming alguien planteó la pregunta de que si había mucha distancia entre la tierra y el cielo. Ahora podemos decir que cada vez hay menos distancia. En realidad entre la evolución y la trascendencia no hay diferencia. La evolución es la aspiración de la tierra de juntarse con el cielo.
Con arena de la playa son fabricadas las computadoras. (De silicio que es el principal compuesto de la arena). Y con esta humilde arena se han calculado los cuasares que siendo del tamaño del sistema solar son más brillantes que un trillón de soles y a veces más que cien mil galaxias; y se ha calculado una billonésima de billonésima del núcleo de un átomo.
En estos hechos científicos yo encuentro mucha inspiración mística y mucha inspiración poética. Por eso desde hace tiempo mi poesía se nutre de la ciencia. Una vez me tocó en Munich leer fragmentos de mi Cántico Cósmico (un extenso poema de más de 500 páginas hecho principalmente con poesía científica o ciencia poética) y leí citas como las de Wheeler al que ya he mencionado, de que un universo sin vida no podría haberse producido y un universo sin un observador no es tal; la teoría de Prosser que todo está en todas partes; lo que dice Bohm, que el universo entero está en cada una de sus partes; lo de Dysson, que parece que el universo sabía que vendríamos; o lo que de Sir Fred Hoyle, que pareciera que el universo es una obra planeada; y lo de Murchi, de que las abstracciones místicas parecen ser la esencia de la materia. Sucedió que en esa lectura estaba presente el director del Instituto Max Planck de Astrofísica de Munich, Hermann Ulrich Schmidt, y él me invitó a que al día siguiente fuera a conversar con los científicos del Instituto. Me parece que fue el famoso Wheeler, el que desde Barkeley, California, había informado al Instituto de Astrofísica de mi próxima pasada por Munich, después de que yo tuviera una lectura en la universidad de Berkeley, y por eso es que llegó a escucharme el director. Así es que al día siguiente yo visité el Instituto Max Planck, que queda un poco fuera de Munich.
Allí estuve toda la mañana conversando con los científicos en torno a una mesa en que había café y galletas. Se habló del Big Bang, el cual no había habido según uno de los científicos; del Principio Antrópico, que fue negado por otro científico; de los extraterrestres, en los que no creía otro de ellos; de sí el tiempo tenía existencia real; de si la física y la mística coincidían cada vez más, lo que uno de ellos negó vehementemente; de si no debíamos decir pluriverso en vez de universo, pues eran muchos y no uno. Yo les expliqué que mis criterios en materia de ciencia no eran científicos, por no tener capacitación para ello, sino poéticos. La ciencia me apasionaba por lo que había en ella de poético, y también de místico –si es que las dos cosas pueden separarse.
Lo mismo les digo ahora a ustedes (y esto es ya casi para terminar) con respecto a esta conferencia científica que les he venido a dar. Científica en cuanto que está basada en hechos científicos o teorías científicas, pero es un material que yo he reunido por lo que encuentro en él de poético y de místico. Son pequeñas notas que he venido reuniendo en mis lecturas científicas, y algunas de ellas ya las he incluido en mis poemas, y otras podrían ser incluidas en el futuro.
He dicho que lo científico tiene para mí un interés poético y místico, pero también pudiera agregar el interés político y el económico que no están desvinculados de mi poesía. No menciono lo religioso, porque comparto la posición de un teólogo portugués, el P. Mario de Oliveira, que pone en boca de Dios estas palabras: “A mí no me interesa la religión sino la política” (con lo cual no hace sino copiar a los profetas bíblicos).
Después de la caída de los regímenes socialistas que a más de la mitad del mundo ilusionaron, vislumbramos con esperanza los albores de una nueva revolución que se viene levantando en toda la tierra, y es la de esos miles de miles de jóvenes, convocados por ellos mismos y con la velocidad de la electrónica, sin partidos políticos ni líderes ni ideologías, reuniéndose en una gran ciudad un día y en otra gran ciudad otro día, o simultáneamente en todas las ciudades el mismo día para protestar contra la guerra y el neoliberalismo y la globalización, y anunciar que otro mundo es posible.
Es la evolución la que está haciendo aparecer a todos estos hombres y mujeres con una preocupación por mejorar el mundo como nunca se había tenido antes. Es una aceleración de la evolución, y es la evolución haciéndose cada vez más y más consciente. Todos somos productos de un mismo Big Bang, desde las sub-partículas más simples que fueron las primeras en juntarse hasta las sociedades humanas más complejas que se siguen juntando. Y no sería científico pensar que nosotros somos ya el final de la evolución. El caballo tiene 60 millones de años. Mientras que el hombre sólo tienen como dos millones de años, el Homo sapiens menos de cien mil años, y la civilización –con el invento de la agricultura y la domesticación de los animales– apenas diez mil años. ¿Podemos imaginar lo que será la humanidad dentro de diez mil años más? ¿Y dentro de cien mil años? ¿Y dentro de un millón de años? ¿Cómo se puede decir entonces que estamos al fin de la historia, o que ya llegamos al final de las utopías?
La evolución tiene reversibilidades y retrocesos, pero después sigue el avance aunque sea por otros caminos.
Todos los cabellos de nuestra cabeza están contados, dijo Cristo. Ahora la ciencia nos dice que todo el revestimiento del estómago y del intestino es reemplazado cada tres días. ¿Será que hay alguien que nos cuida? ¿Alguien que nos está cuidando desde el Big Bang? Me parece que requiere más esfuerzo no creerlo.
Comencé diciendo que no había respuesta científica para el origen de la vida. Una vez a Einstein le preguntó un periodista cuál era el origen de la materia, y él no contestó una palabra sino que levantó el dedo hacia arriba. Un científico alemán, que es el que cuenta esta anécdota, termina su libro Das Molekül und das Leben (“La molécula y la vida”) diciendo que este dedo levantado al cielo es la única respuesta científica para explicar el origen de la vida. Y es también la única respuesta que yo doy sobre la vida, y más allá de la vida.
Fuente: La Ventana
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