El erotismo en la Grecia antigua
por María Castro Miranda
El estudio del erotismo en la Grecia antigua es un tema que durante mucho tiempo fue relegado a los gabinetes de los especialistas y tratado con suma discreción en las publicaciones sobre la vida de los griegos.
Erotismo y sexualidad, conceptos estrechamente ligados, formaban parte de un tabú casi infranqueable, que los más arriesgados solo apuntaban en términos vagos o inexactos, con escasas referencias al fenómeno sexual y carentes de un enfoque objetivo, así como de una ejemplificación específica. A partir de la segunda mitad del siglo pasado se inició un cambio notable en esta concepción; se abrieron colecciones antes inaccesibles y se facilitó así el análisis de obras de arte y objetos alusivos al desnudo, al movimiento lascivo del cuerpo y al acto sexual, con una nueva interpretación religiosa-simbólica de los genitales masculinos y femeninos.
En la actualidad una abundante bibliografía nos permite incursionar a través de este fascinante mundo que, sin lugar a dudas, ocupó un lugar relevante en la sociedad de los helenos antiguos, especialmente apreciable en las colecciones de museos y galerías, tanto públicas como privadas, hoy expuestas al público e investigadas por arqueólogos e historiadores del arte, al igual que por antropólogos, psicólogos, historiadores y otros especialistas en diversas ramas del saber.
La vida sexual de los griegos en la Antigüedad estaba estructurada en tres categorías principales: el matrimonio, la prostitución y la pederastia. Los dos primeros aspectos, con diversas modalidades, nuevas costumbres y diferentes matices que han variado sustancialmente durante el transcurso de los siglos, se mantienen como tales en las sociedades modernas y son conceptos no alejados de nuestras percepciones y experiencias cotidianas.
En cambio la pederastia, una forma especial de homosexualismo, es un fenómeno sui generis que no se corresponde con las conocidas características del homoerotismo, de las cuales se aparta en sus concepciones fundamentales. Se trata de la relación entre un varón adulto y un varón adolescente, en los primeros años de la pubertad. El primero es el amante activo (erastés) y el segundo es la figura pasiva, el amado (erómenos).
Esta relación solía terminar, o al menos perdía interés por parte del erastés, cuando el erómenos arribaba a la edad de la llamada primera juventud, es decir, entre los 18 o quizá 19 años. Aceptada por las costumbres de la época y especificidades socio-histórico-culturales de Grecia, especialmente en Atenas durante los períodos arcaico y clásico, la pederastia constituye un aspecto del estudio de la Antigüedad sumamente interesante, cuyo conocimiento es indispensable para la comprensión de la fuente literaria que así lo atestigua (Platón, Symposium, 178 b-c; 182-c; 217c), (Jenofonte, Symposium, 4, 12-28; 181b; 8, 34), (Diógenes Laercio, IV, 7, 49), entre otros, y de las obras de arte que con profusión lo ilustran, principalmente apreciable en la cerámica griega ática de los siglos VI y V a.n.e.
La pederastia facilitaba a los hombres otro tipo de relación erótica muy evidente en la iconografía de la cerámica griega. Esta unión era temporal hasta tanto aparecía la barba en el rostro de un erómenos, momento en que dejaba de ser interesante y sus aspiraciones pasarían a ser la de un erastés. La continuación de esta relación cuando los caracteres físicos del erómenos eran ya los de un hombre adulto era juzgada como una forma de prostitución, mal vista y criticada por la sociedad.
Mientras un joven fungía como erómenos podía tener vínculo erótico con un varón aún más joven que él, en cuyo caso era su erastés, a la vez que permanecía como erómenos del otro varón adulto. Sin embargo, no podía ejercer las dos funciones con la misma persona, porque la edad desempeñaba un papel decisivo en este tipo de unión. La relación pederástica implicaba que el erastés era, en gran medida, responsable de la educación y el bienestar del erómenos, al que debía proteger, independientemente de la motivación erótica existente entre ambos.
Considerada un ser inferior y con funciones muy específicas y restringidas, siempre dominadas y controladas por figuras masculinas, la posición de la mujer en la Grecia antigua determinaba su papel de forma muy estricta en la vida sexual de los hombres. Tanto el matrimonio como la prostitución afectaban socialmente solo a las mujeres, mientras que los hombres disfrutaban de sus derechos como ciudadanos, soldados o políticos sin sufrir menoscabo alguno en tales funciones. Únicamente en el ejercicio de la pederastia, la figura masculina adulta y su joven pareja asumían totalmente la relación, que era reconocida como algo natural.
Para toda joven griega el matrimonio era el objetivo primordial por alcanzar; constituía el sentido principal de su vida y la máxima realización de sus posibles aspiraciones como ser humano. La mujer griega se casaba cuando tenía 14 ó 15 años, por orden de su padre o tutor, sin que pudiese opinar sobre la decisión, que podía ser tomada cuando ella era todavía una niña pequeña y obedecía a intereses de índole puramente económicos o familiares. En muchas ocasiones, la joven veía al novio, por primera vez, el día de la boda y pasaba a su nuevo estado civil en un total desconocimiento del esposo asignado. El amor no era opción de las mujeres griegas. El hombre se casaba aproximadamente a partir de los 30 años, por lo que casi siempre era considerablemente mayor que la esposa.
La función del matrimonio era asegurar la descendencia legítima; cuidar del hogar; dirigir a los esclavos, y ocuparse de la producción de toda la lana necesaria para la ropa de la familia. La mujer griega permanecía la mayor parte del tiempo en el interior de su casa y sólo tenía oportunidad de salir en ciertas festividades religiosas, a las que le estaba permitido asistir. Dependía del padre o esposo; no tenía educación, ni participación social (Jenofonte, Económico, 7,19). La vida sexual del matrimonio estaba dirigida en un solo sentido, cuyo objetivo estaba predeterminado y era, además, la única posibilidad para la mujer de tener una vida respetable y tranquila.
La prostitución ofrecía al hombre la oportunidad de disfrutar libremente del sexo fuera del hogar. Los prostíbulos eran lugares donde se podían encontrar mujeres de todas las edades, casi siempre de origen humilde, esclavas o extranjeras. En numerosas representaciones de los vasos griegos, encontramos imágenes de las llamadas "prostibularias", que ofrecen interesantes detalles sobre el funcionamiento de estos establecimientos atenienses. En una magnífica copa ática de la Colección Condes de Lagunillas, atribuida al Pintor de Pentesilea (Beazley, ARV 884,78), podemos observar una imagen de marcado carácter erótico con la participación de un joven que en el interior de un burdel ofrece una bolsa de dinero a una cortesana, mientras otro, menos afortunado, sin dinero que ofrecer, solicita los favores sexuales de forma aparentemente gratuita, al rogar con las manos unidas, en gesto de súplica. En el centro de la composición, otra figura femenina parece encargarse del funcionamiento del lugar y agiliza el negocio y las posibles ganancias con ademán decidido.
Además de las prostitutas que trabajaban en los prostíbulos o en las calles de Atenas, debemos considerar a las llamadas heteras, mujeres que tenían un nivel más alto y ofrecían servicios más especializados. Las heteras debían, además de ser jóvenes, elegantes y bellas, saber tocar uno o varios instrumentos musicales, bailar, cantar y poseer cierta instrucción, con la finalidad de ofrecer una compañía agradable a los hombres en adición al sexo.
Las heteras eran las únicas mujeres que podían asistir al symposium o banquete, reunión de carácter social, muy importante entre los hombres, en la que se comía y bebía copiosamente, se disfrutaba de la música, la danza, la conversación, los juegos eróticos y cuyo punto culminante solía ser, naturalmente, la actividad sexual con las heteras. Las esposas y demás mujeres de la casa no podían participar, pues era derecho exclusivo de los hombres.
Algunas heteras lograron hacer fortuna y desempeñaron un papel preponderante en la vida política de Atenas, como Aspasia, la segunda esposa de Pericles y Friné, la amante de Praxíteles y musa inspiradora de la famosa escultura de la Afrodita de Cnido. Una sugestiva escena con la presencia de una hetera en un symposium, elegantemente vestida y en disposición de tocar o haber tocado un instrumento de viento, ocupa el centro de la composición en una bella crátera ática de figuras rojas, que en vitrina exenta se exhibe en la sala de cerámica griega del Museo Nacional de Bellas Artes.
Erotismo y sexualidad eran funciones inherentes a la vida de los griegos antiguos, quienes podían disfrutarlas en el matrimonio, en la prostitución y en la pederastia. No ocurría así en el caso de la mujer helena quien, disminuida y desprovista de protección, nunca ocupó el lugar de verdadera compañera del hombre.
Nota: La autora es curadora de Arte de la Antiguedad. Texto cortesía del Museo Nacional de Bellas Artes.
Fuente: La Jiribilla
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