LAUTARO
(Epopeya del Pueblo Mapuche)
por Isidora Aguirre (In Memoriam)
(Epopeya del Pueblo Mapuche)
por Isidora Aguirre (In Memoriam)
Aprendemos en los textos de historia que los araucanos -ellos prefieren llamarse "mapuches", gente de la tierra- eran belicosos y valientes, que mantuvieron en jaque a los españoles en una guerra que duró tres siglos, que de algún modo no fueron vencidos. Por lo que muchos ignoran es que aún siguen luchando. Por la tierra en comunidad, por un modo de vida, por conservar su lengua, sus cantos, su cultura y sus tradiciones como algo vivo y cotidiano. Eloos lo resumen en pocas palabras: "luchamos por conservar nuestra identidad, por integrarnos a la sociedad chilena mayoritaria sin ser absorbidos por ella". Sabemos cómo murió el toqui Caupolicán, cómo Lautaro aprendió tácticas guerreras cuando, hecho prisionero, fue caballerizo de don Pedro de Valdivia. Sabemos, en suma, que no fueron vencidos pero ignoramos el "cómo" y el "por qué".
Hay numerosos estudios antropológicos sobre los mapuches pero se ha hecho de ellos muy poca difusión. Y menos conocemos aun su vida de hoy, la de esa minoría de un medio millón de gentes que viven en sus "reducidas" reducciones del sur. Sabemos que hay machis, que hacen "nguillatunes", que hay festivales folclóricos, y en los mercados y en los museos podemos ver su artesanía.
Después de la mal llamada "Pacificación de la Araucanía" de fines del siglo pasado -por aquelo de que la familia crece y la tierra no- son muchos los hijos que emigran a las ciudades; los niños se ven hoscos y algo confundidos en las escuelas rurales, porque los otros se burlan de su mal castellano; sin embargo son niños de mente ágil que a los seis años hablan dos lenguas, que llevan una doble vida, por miedo a la discriminación, la de la ruca y la de la escuela. Pocos saben que la cultura mapuche sigue vigente en el interior de la ruca, que los viejos siguen relatando historias y hablando del pasado junto al fuego -la tradición oral de un pueblo que no tuvo escritura se mantuvo siempre viva- relatos que traen al presente los mitos, su acervo cultural y una particular concepción de la vida. Muchos siguen raptando a sus esposas, como mero ritual, o ahuyendando a los espíritus (o, como decimos nosotros, la mala suerte). Lo cuentan con picardía, porque no rechazan la vida moderna; pocos indígenas del continente han tenido su capacidad de adaptación. Las machis, doctoras y a la vez personas consagradas, sanan a los enfermos con las mismas técnicas que hoy están en boga, la fe, la hipnosis, las yerbas.
Un creador se llena de alegría cuando descubre la riqueza de su patrimonio. Me acerqué a ellos cuando un amigo mapuche -de la gran familia Painemal- me rogó que escribiera una obra de teatro sobre su pueblo a fin de apoyarlos en su lucha de hoy.
El proceso mismo de elaboración de una obra es bastante complejo, quizá el subconsciente sepa más de él. Allí se van combinando y tomando forma los datos obtenidos de fuentes muy diversas. Valdivia nació de sus bellísimas cartas al Rey de España. Lautaro -de quien hay tan pocos datos- nació más bien de mi contacto directo con los mapuches, del amor con que fui acogida en el seno de la ruca "como una pariente, como una mapuche más", me decían; o cuando me cantaban, improvisando la letra -en su lengua, como es su costumbre-, "vengan pillanes a entretener a nuestra visita, porque es un milagro que esté aquí con nosotros..."; de los afanes de la Chiñura, la dueña de casa, con mi llegada, para corretear tras las gallinas y patos, los que despluman y guisan junto al fuego mientras se conversa, y se ofrece el mate o sus bebidas tradicionales.
La historia y la antropología me sirvieron para estructurar la obra teatral, en torno a los ejes centrales que son Valdivia y Lautaro, seleccionando lo que mejor sirviera al conflicto. Y el resultado final, lo que se ve en escena, es el fruto de un minucioso y prolongado trabajo de equipo; el director pide que se dinamice tal o cual escena, en los ensayos se ve la necesidad de cortes, o de acentuar algún parlamento; reestructurar escenas para dar al actor ocasión de mostrar su cualidad histriónica; coreografía, cantos, música incidental, escenografía, vestuario, sonido, luces, todo es un trabajo que se realiza con gran armonía, en equipo, bajo la vigilancia del director y autor. La música que gentilmente nos dieron Los Jaivas, seleccionada por el director y que, según ellos "parecía escrita para la obra..." fue un aporte valiosísimo gracias al talento de este conjunto y su concepción americanista y moderna del folclore. Queríamos todos que el público, al verla, pudiera recuperar lo que le pertenece: sus raíces. Los valores y la vitalidad de las dos razas que lo formaron. Pero quisimos mostrárselos, a los personajes que simbolizan esas razas, Valdivia y Lautaro, de carne y hueso, riendo o sufriendo, tanto en la guerra como en sus vicisitudes cotidianas, y no como se les ve tan a menudo: rígidos y lejanos en las estatuas, estampillas o billetes. O "floreando los discursos de los huincas" como dicen los mapuches.
Fuente: LAUTARO, Epopeya del pueblo mapuche, Isidora Aguirre, Editorial Nascimento, 1982.
Imagen: Memoria Chilena
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