La subversión del sentido común
por Claudia Korol
Un obstáculo que encuentran los movimientos populares en sus batallas cotidianas es el peso del sentido común, que modela nuestras subjetividades individuales y colectivas.
El poder ha venido adquiriendo sofisticación en la manipulación autoritaria del sentido común, realizada a través de los medios masivos de comunicación, la influencia de las iglesias, las sectas, la educación escolar, la familia y las instituciones que organizan, homogeneizan y disciplinan nuestras creencias, formando consenso a la dominación.
El sentido común es básicamente conservador, y actúa como naturalizador de las diversas opresiones.
La subversión del sentido común implica desnaturalizar las opresiones, descubrir sus mecanismos, sus responsables, quiénes son los opresores y quiénes somos oprimidos y oprimidas. Qué intereses se defienden o reproducen con la opresión. Y sobre todo, cómo se vuelve insoportable vivir y convivir con estas opresiones.
El sentir como insoportable las opresiones implica un paso adelante en la posibilidad de dar batalla contra las injusticias. Es no sólo aprender a reconocerlas, sino forjar sentimientos de rabia, indignación, intolerancia ante las mismas. Rebelión visceral, que tal vez no pueda realizarse en lo inmediato, pero que se vuelve –mediada por las búsquedas colectivas– animadora de gestos de desobediencia ante los mandatos que nos subordinan.
La subversión del sentido común, punto de partida de la pedagogía emancipatoria, atraviesa ideas, sentimientos, creencias, resultando en consecuencia un proceso complejo de desaprendizaje y aprendizaje que rehace y crea sentidos, que toca los miedos, los dolores, los sueños, las esperanzas individuales y grupales, las utopías posibles, la fe y las crisis de fe, las posibles creencias, empujando desde todas las fuentes de energía de los hombres y mujeres, jóvenes, niños y niñas, ancianas y ancianos, acciones humanizadoras de la vida.
Subvertir el sentido común implica comprender también cómo se introyecta en nosotros y nosotras la cultura de la dominación. Significa cambiar nuestras percepciones sobre lo que son conductas “naturales” y lo que son valores y actitudes eficaces para dominar. Significa “aprender” y “aprehender” que el cambio cultural y el social no sólo son necesarios, sino que son deseables y posibles de ser realizados.
Sin embargo, esta transformación que es individual y es colectiva implica un gran riesgo, ya que no se resuelve simplemente en una diferente formulación de las ideas que tenemos sobre el mundo, sino que atraviesa nuestras nociones más profundas, nuestras prácticas cotidianas, nuestra manera de estar en la vida y en la historia. Implica por lo tanto crisis personales y colectivas; cuestiona aspectos fundantes de nuestra identidad, como la estructura familiar, las creencias religiosas, el respeto a los saberes emanados desde los diversos poderes –desde los superpoderes que se expresan a través de actos de gobierno hasta los micropoderes del médico que decide o tiene la pretensión de decidir sobre los cuerpos de las mujeres, por ejemplo.
Es por ello que la subversión del sentido común no puede resultar solamente un acto de autocrítica personal o de toma de conciencia individual. Es necesario unir esta dimensión a las posibilidades que generan las prácticas colectivas, las propuestas grupales, comunitarias, para afrontar los riesgos de la crisis de nuestras identidades individuales, y también intentar cambios, sabiendo que existen soportes en red para nuestras posibles caídas. El “estar juntos o juntas” en el ejercicio de las diferencias o de las desobediencias hace que estas no sean fácilmente aislables, marginables, y por lo tanto condenables. La fuerza del encuentro, la grupalidad, la creación de espacios comunes para sostener la desconfianza y la desobediencia –real o virtual– ante el sistema crean identidades que refuerzan la autoestima y la capacidad de desafío del sistema, haciendo más creíbles las rebeldías para sus mismos actores. La reunión de las impaciencias, de los malestares frente a lo que se percibe como injusto, es un camino de sostén de estos malestares, ya no como “problemas” individuales, susceptibles de ser resueltos o marginados por el sistema, sino como elementos que al juntarse comienzan a constituirse en desafíos al sistema. La reunión de las rabias crea el espacio para que estas amenacen ya no a sus portadores, sino a quienes las generan desde el ejercicio del poder.
La subversión del sentido común es la socialización de la sospecha frente a lo que se presenta como lugar común, como natural, como dado, como eterno.
No alcanza con desnudar las variadas formas de alienación. No se trata de un ejercicio de esgrima entre dos saberes enfrentados y dos lógicas opuestas en la interpretación del mundo. Por ello, en la subversión del sentido común y de los sentidos dominantes, cobran relevancia el deseo, la pasión, la alegría.
Unir el deseo a la transformación social resulta esencial para animarnos a poner en juego nuestras vidas, para disponernos a batallas prolongadas que no tienen punto final, porque implican una y otra vez revolucionarnos y revolucionar el mundo en que vivimos.
El poder ha venido adquiriendo sofisticación en la manipulación autoritaria del sentido común, realizada a través de los medios masivos de comunicación, la influencia de las iglesias, las sectas, la educación escolar, la familia y las instituciones que organizan, homogeneizan y disciplinan nuestras creencias, formando consenso a la dominación.
El sentido común es básicamente conservador, y actúa como naturalizador de las diversas opresiones.
La subversión del sentido común implica desnaturalizar las opresiones, descubrir sus mecanismos, sus responsables, quiénes son los opresores y quiénes somos oprimidos y oprimidas. Qué intereses se defienden o reproducen con la opresión. Y sobre todo, cómo se vuelve insoportable vivir y convivir con estas opresiones.
El sentir como insoportable las opresiones implica un paso adelante en la posibilidad de dar batalla contra las injusticias. Es no sólo aprender a reconocerlas, sino forjar sentimientos de rabia, indignación, intolerancia ante las mismas. Rebelión visceral, que tal vez no pueda realizarse en lo inmediato, pero que se vuelve –mediada por las búsquedas colectivas– animadora de gestos de desobediencia ante los mandatos que nos subordinan.
La subversión del sentido común, punto de partida de la pedagogía emancipatoria, atraviesa ideas, sentimientos, creencias, resultando en consecuencia un proceso complejo de desaprendizaje y aprendizaje que rehace y crea sentidos, que toca los miedos, los dolores, los sueños, las esperanzas individuales y grupales, las utopías posibles, la fe y las crisis de fe, las posibles creencias, empujando desde todas las fuentes de energía de los hombres y mujeres, jóvenes, niños y niñas, ancianas y ancianos, acciones humanizadoras de la vida.
Subvertir el sentido común implica comprender también cómo se introyecta en nosotros y nosotras la cultura de la dominación. Significa cambiar nuestras percepciones sobre lo que son conductas “naturales” y lo que son valores y actitudes eficaces para dominar. Significa “aprender” y “aprehender” que el cambio cultural y el social no sólo son necesarios, sino que son deseables y posibles de ser realizados.
Sin embargo, esta transformación que es individual y es colectiva implica un gran riesgo, ya que no se resuelve simplemente en una diferente formulación de las ideas que tenemos sobre el mundo, sino que atraviesa nuestras nociones más profundas, nuestras prácticas cotidianas, nuestra manera de estar en la vida y en la historia. Implica por lo tanto crisis personales y colectivas; cuestiona aspectos fundantes de nuestra identidad, como la estructura familiar, las creencias religiosas, el respeto a los saberes emanados desde los diversos poderes –desde los superpoderes que se expresan a través de actos de gobierno hasta los micropoderes del médico que decide o tiene la pretensión de decidir sobre los cuerpos de las mujeres, por ejemplo.
Es por ello que la subversión del sentido común no puede resultar solamente un acto de autocrítica personal o de toma de conciencia individual. Es necesario unir esta dimensión a las posibilidades que generan las prácticas colectivas, las propuestas grupales, comunitarias, para afrontar los riesgos de la crisis de nuestras identidades individuales, y también intentar cambios, sabiendo que existen soportes en red para nuestras posibles caídas. El “estar juntos o juntas” en el ejercicio de las diferencias o de las desobediencias hace que estas no sean fácilmente aislables, marginables, y por lo tanto condenables. La fuerza del encuentro, la grupalidad, la creación de espacios comunes para sostener la desconfianza y la desobediencia –real o virtual– ante el sistema crean identidades que refuerzan la autoestima y la capacidad de desafío del sistema, haciendo más creíbles las rebeldías para sus mismos actores. La reunión de las impaciencias, de los malestares frente a lo que se percibe como injusto, es un camino de sostén de estos malestares, ya no como “problemas” individuales, susceptibles de ser resueltos o marginados por el sistema, sino como elementos que al juntarse comienzan a constituirse en desafíos al sistema. La reunión de las rabias crea el espacio para que estas amenacen ya no a sus portadores, sino a quienes las generan desde el ejercicio del poder.
La subversión del sentido común es la socialización de la sospecha frente a lo que se presenta como lugar común, como natural, como dado, como eterno.
No alcanza con desnudar las variadas formas de alienación. No se trata de un ejercicio de esgrima entre dos saberes enfrentados y dos lógicas opuestas en la interpretación del mundo. Por ello, en la subversión del sentido común y de los sentidos dominantes, cobran relevancia el deseo, la pasión, la alegría.
Unir el deseo a la transformación social resulta esencial para animarnos a poner en juego nuestras vidas, para disponernos a batallas prolongadas que no tienen punto final, porque implican una y otra vez revolucionarnos y revolucionar el mundo en que vivimos.
Fuente: CLACSO
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