LA CANCIÓN EN EL
SOMBRERO
Historia de la música
de
INTI-ILLIMANI
Por Horacio Salinas
A modo de Introducción
Hace muchos años, en Berlín,¿tal
vez en los ochenta?, mientras nos alejábamos luego de un concierto en el teatro
Volksbühne, se acercó un hombre mayor con cara de intelectual –en verdad la
mitad de los alemanes parecieran serlo-, pero en este caso era uno de ellos, un
musicólogo, para preguntarme: “Señor Salinas, ¿qué significa tatatí en lengua quechua? ¿O es aymará?”.
“La verdad –le respondí con asombro-, se trata de una palabra inventada por mi
mujer, y es solo la onomatopeya de la melodía de la pieza instrumental, que se
le ocurrió en el instante mismo en que la compuse, pues algo le llamó la
atención a Irene como para pedirme que la repitiera. ‘¿Cuál melodía?’, le dije,
y ella me insistió: ‘Esa que suena t ata ti’”. Era el año 1971. Luego de esta
anécdota con el estudioso, me dije: algún día escribiré sobre el origen de las
canciones, las piezas instrumentales, los arreglos, en fin, los momentos que
resultan decisivos en la vida azarosa de la creación y que bien pudieran
enriquecer y complementar nuestra curiosidad.
Y heme aquí entonces, manos a la
obra, con los torpes dedos de mis manos sobre el teclado (la verdad, solo los
índices de cada una) y cierta ansiedad por descubrir el tono de la narración
que, espero, no la haga “desmayada y baja” como sentenciaba Cervantes y repetía
mi padre.
Desde aquel episodio alemán ha
pasado un buen trecho de tiempo. Han nacido no pocas canciones y discos. Ha
cambiado nuestra residencia, Chile, Italia y hoy Chile nuevamente, y también
cambió la vida del grupo que el musicólogo estudioso fuera a escuchar con vibrante
entusiasmo, el Inti-Illimani. Aunque es preciso decir que si bien siempre
cambió la música del Inti, también siguió siendo la misma; como si fuera una
sola, y su historia, la posibilidad de escucharla en diferentes fragmentos
aparentemente dispersos.
Quizá por esto me he propuesto
contar los inicios de esas músicas y sus peripecias, con los entornos que se
van salvando del ineluctable paso del tiempo y el acecho del olvido. Acercarme
a las respuestas que tienen preguntas como estas: ¿cómo se hace el montaje de
una canción? ¿Cómo viene la invención de una canción? ¿Qué cosas se privilegian
y cuáles se descartan en el trayecto que determina un arreglo musical?
¿Son todos creadores? ¿Qué responsabilidad
tiene el director musical, y qué dificultades? Quizá no sea esto último algo
muy distinto de lo que enfrentamos en otras áreas de la vida llegado el momento
de ir tras un propósito, que en este caso, hay que decir, es temerario
pretenderlo con palabras por lo inefable del lenguaje musical.
Deseo, por último, no ser
majadero ni torpemente ensimismado, consciente del carácter solista de este amacord que espero esté exento de
especulaciones y alucinaciones. Sé que por sobre toda crónica está la música
que seduce y perdura casi sin necesidad de explicación alguna, y esto relega,
afortunadamente, toda narración a una mera anécdota. Pero sé también que fui
partícipe privilegiado, desde mis dieciséis años y desde la dirección musical,
de una aventura que ha cumplido más de cuarenta y seis años, hoy año 2013. No
se me escapa también que junto a este número hay otro que habla con
trascendencia: cuarenta años atrás llegamos por primera vez a la luminosa,
cálida y húmeda Italia de aquel mes de septiembre del 73, con ojos alegres y
oídos curiosos que cambiaron a los pocos días de nuestra llegada, con el golpe
de Estado del 11 de ese mes. Desde todo esto quiero hablar, casi desde mi silla
en la sala de ensayo o desde el taburete sobre el escenario.
Prevengo que no será un
anecdotario, que bien pudiera protegerme ante la impericia de mi escritura,
pero mi memoria se desordena y tiende a ser más aguda con el recuerdo de las
notas musicales que con los chascarros y sucesos ciertamente abundantes y
sabrosos que hemos acumulado en casi medio siglo.
Fuente: "La canción en el sombrero. Historia de la música de Inti-Illimani", Horacio Salinas, Editorial Catalonia, 2013.