martes, abril 19, 2011




¡Patria, aún tenemos a El Ciudadano!

por Pedro Santander


Cuando todo parece perdido y se debilita la esperanza, siempre son necesarias las voces que nos recuerden con fuerza, razón y pasión, de qué lado estamos y por qué. "Con el optimismo de la voluntad", como decía Gramsci, quien con un lápiz y cualquier papel, escribió por once años desde las cárceles del fascismo italiano, en la situación más desesperada que nos podemos imaginar, para que sus letras, las palabras, pudieran tener algún efecto.

En esa ruta de la rebelde porfía, abierta por hombres y mujeres que mantienen su palabra y su claridad cuando las circunstancias son adversas, veo a El Ciudadano. Como Manuel Rodríguez y su famosa arenga luego del Desastre de Cancha Rayada; o Bolívar pidiendo una imprenta para fundar un diario (El Correo del Orinoco) cuando perdía batallas ("y sobre todo, mándeme usted la imprenta, que es tan útil como los pertrechos en la guerra, ella es la artillería del pensamiento").

Tras 20 años de gobiernos de la Concertación, no puede haber peor escenario para la prensa que quiere informar desde un punto de vista independiente. Prácticamnete todos los medios que lo han intentado, no obstante su calidad y tiraje, se quedaron en el camino: Cauce, Análisis, La Época, Plan B, La Nación Domingo.

El adversario que adversa la palabra autónoma es muy poderoso y a diferencia de lo que se nos quiere hacer creer, no compite lealmente. Antes bien, cuenta a su favor con una estructura de apoyo que le provee recursos fiscales, que hace posible una competencia desleal, que ha creado una legislación que los beneficia y protege y un mercado publicitario ideológicamente cómplice cuya inversión en avisaje no refleja necesariamente los índices de lectoría. De lo contrario, es decir, si realmente la inversión publicitaria estuviera tan directamente relacionada con los niveles de lectoría como falsamente proclama el discurso pro-mercado (o sea, procaitalista), entonces periódicos como The Clinic o El Ciudadano deberían ver multiplicadas en muchas veces los avisos que realmente tienen sus páginas. O, por el contrario, diarios como El Mercurio de Valparaíso que, según informó el diputado Marcelo Schilling (hora de incidentes, 2 de abril de 2009), de lunes a sábado no supera una venta de 450 ejemplares diarios, no debieran tener prácticamente avisos.

Pero es el precio de hacer una apuesta por no vivir el mundo al revés. Y en el caso de El Ciudadano eso significa algo tan simple como decir las cosas por su nombre, a través de sus reportajes, crónicas y columnistas. Porque vivimos en una etapa de la historia donde el poder del lenguaje se ha puesto al servicio de la opacidad, de la confusión y de la distorsión. Ese es hoy el rasgo central del lenguaje del poder y su instrumento son los medios.

Son los titulares del mundo celebrando el Premio Nóbel de la Paz, concedido a quien maniene abierto el campo de concentración Guantánamo y bombardea países árabes, o las informaciones mundiales hablando de Estados Unidos como la mayor democracia del mundo, cuando en ese país no existe el voto directo para elegir presidente y a reglón seguido tratando de dictadura a Venezuela, el país que más elecciones ha realizado en América Latina en los últimos 13 años (todas con cientos de observadores extranjeros). Es la prensa nacional culpando al luchecillo por la muerte de los cisnes en Valdivia.

Lejos de todo eso, El Ciudadano.

Fuente: El Ciudadano

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