La poesía: un viaje personal que nos pertenece a todos
Entrevista con JOSÉ MARÍA MEMET
por M. G. Lavandero
Fotos: Abel (Casa de las Américas)
El poeta José María Memet fue uno de ellos. Ya para entonces había recibido importantes premios nacionales, entre ellos el Gabriela Mistral (1977) y el Pablo Neruda (1996). Durante la dictadura de Pinochet fue perseguido, encarcelado y torturado. A su regreso del exilio, fundó el festival ChilePoesía. Además de poeta, se desempeña como editor, publicista, productor y gestor cultural. Poemas crucificados (1977), Bajo amenaza (1979), Cualquiera de nosotros (1980), Los gestos de otra vida (1985), Canto de gallos al amanecer (1986), El duelo (1994), Un animal noble y hermoso cercado entre ballestas (1995), y Años en el cuerpo (2005), son algunos de sus poemarios.
Considerado uno de los más consagrados exponentes de la poesía chilena contemporánea, Memet integra este año el Jurado de Poesía del Premio Literario Casa de las Américas. Junto con la argentina Graciela Aráoz, el colombiano Jotamario Arbeláez y el cubano Marino Wilson Jay, estos días le pasan volando entre 244 poemarios: una misión que reconoce difícil, pero que disfruta a plenitud. Interrumpirlo es una opción que se descarta, a primera vista; pero no hay otra: el chileno no se separa de las obras un solo instante. Entre ellas conversamos, pues, con la sensación de que cada palabra está siendo juzgada por los miles de versos que demandan nuestro silencio.
La poesía chilena muestra una de las más fuertes tradiciones del continente. ¿Cómo se reinventa, en términos creativos? ¿Qué fenómenos garantizan hoy la conservación de esa fuerza?
En lo que a poesía se refiere, Chile tiene muy buena salud. Hay cuatro o cinco generaciones activas. Entre los más viejos, tenemos a Nicanor Parra y a Gonzalo Rojas, por ejemplo, y llegando a los más jóvenes, hay poetas entre los 20 y los 25 años que son muy talentosos y con un futuro muy promisorio. Ya están ganando premios nacionales e internacionales, están siendo invitados a festivales de todo tipo.
Ciertamente, la poesía chilena tiene una gran tradición y por ende no sorprende que continúe un alto nivel. Pero lo que sí es sorprendente es que, por ejemplo, hice un concurso unos cuatro años atrás con una compañía de electricidad que se llamaba Chilectra, ilumina tu imaginación. Participaron 13 mil 400 poetas con más de 21 mil trabajos. El nivel era altísimo, costó un mundo dar los premios. Y el 50 por ciento de los autores tenía menos de 30 años, lo que augura un presente y un futuro esplendorosos.
Hay muchas líneas de trabajo, cada una con exponentes destacados. Pero lo bueno es que, como tú bien dices, la poesía chilena se reinventa cada cierto tiempo. De hecho, en el contexto de América Latina, Perú y Chile son los más fuertes desde el punto de vista creativo y poético. Hay varias cosas que han surgido en el panorama de la poesía chilena: una de ellas es la irrupción hace algunos años de poetas mujeres, en una forma bastante masiva, y con muy buena calidad de textos. También se observa otro fenómeno notable: la irrupción de la poesía de autores mapuches, una poesía que sorprende porque no se queda tan solo en los temas que podrían ser su condición de etnia o de nación: están en las ciudades, creando un nuevo lenguaje, un metalenguaje surgido en las zonas periféricas de la ciudad. Lo valioso es que son discursos que cambian absolutamente el panorama de la poesía chilena, pues hasta hace unos años solo se conocían uno o dos poetas de esa etnia, y ahora hay más de 40, todos con libros publicados y trabajando profesionalmente.
Entonces, ¿no “naufraga el barco de la poesía”?
¡No, no naufraga! La posibilidad de reinventarse de la literatura latinoamericana es infinita. Se siente como el ajedrez: hay millones de jugadas. Por otro lado, aparte de los distintos estilos que puede haber en el continente, hay algo que no se ha perdido: el carácter del poeta, lo que marca un camino propio, una forma escritural donde se hace un viaje personal y a la vez colectivo. Los demás se reconocen en ese viaje personal porque es un viaje que nos pertenece a todos.
¿Se siente esa infinitud en las obras que concursan en esta edición del Premio Casa?
En todos los concursos se siente una situación dispar: por un lado, hay gente que participa con ánimo festivo, diría yo, que no son muy buenos. Pero nuestra misión es hacer una selección entre la gente que tiene talento y que sí merece el premio… y hacerlo rigurosamente. En eso no te quepa dudas de que hay, hay varios dignos. Yo esperaba más obras notables que decantar, dentro de todos los envíos. Calculo unos diez o doce que están en la posibilidad de ganar. Pero lo que sí aseguro que el que lo gane es muy bueno, porque los finalistas tienen mucho, mucho talento.
El Premio Casa es un certamen que se renueva constantemente, porque existen nuevas miradas y el mundo ha cambiado: los ismos que estaban en boga hace unos años han ido desapareciendo, hay una integración en términos de discurso lingüístico y creativo donde incluso se combinan varias artes, y las comunicaciones han hecho posible que estemos en contacto con la literatura que se produce en cualquier parte del mundo.
Mi relación con Casa no comienza ahora, sino en 1983, durante el primer encuentro de creadores jóvenes latinoamericanos.
Mientras estaba en el exilio…
Sí, estaba en París en esa época. He venido luego en varias oportunidades. Siempre es grato apoyar en lo que sea por que este concurso mantenga su vigencia y su calidad. Fue grato venir en la primera ocasión y aún lo sigue siendo.
El exilio, como sucedió con muchos escritores del continente, ¿marcó de alguna forma su poética, su manera de concebir la literatura?
Claro. Indudablemente, sufrir represión política y persecución por tus ideas no es algo que sea agradable. Yo trabajé muchos años en derechos humanos, durante la dictadura de Pinochet y, por tanto, sufrí muchas torturas, prisiones. Tuve que exiliarme porque tenía peligros serios de perder la vida. Eso te marca la escritura y la vida.
Como gestor cultural, ¿hasta dónde considera que la institucionalidad o las políticas culturales influyen en el proceso creativo?
Creo que pueden propiciarlo: existen todas las posibilidades de que institucionalmente se apoye el desarrollo de las artes, la cultura y el pensamiento. Y posibilidades que pueden ser muy acertadas. Pero en el caso de la poesía, hay un trabajo que es personal, de formación autodidacta: a ningún poeta se le prepara en una universidad. Es un camino propio, que hay que construir por uno mismo. En América Latina, la institucionalidad cultural ha sido muchas veces manipulada, tergiversando su rol: se debe fomentar ese proceso, pero no necesariamente dirigirlo. La finalidad de un estado es posibilitar que su pueblo tenga la posibilidad de expresión y de desarrollar discursos que pueden cambiar incluso el rumbo de un continente. Por ejemplo, en el caso específico de Chile, antes de ser un país fue un poema: se llamaba "La Araucana", 300 años antes de que Chile fuera una República. El arte y la literatura también hacen la historia de un país y de un continente.
En el año 2001 “bombardeó” La Moneda de poemas. ¿Qué es la poesía para usted? ¿Podrían desaparecer los libros de poemas, en su formato tradicional, como muchos auguran?
Bombardeé La Moneda con poemas porque la poesía es lo único que en lo personal me ha hecho vivir y creer que esta humanidad tiene alguna posibilidad. La poesía es el pulso, es el latido. Y el libro, en su formato tradicional, no puede desaparecer. Es una posición demasiado alarmista. ¿Qué puede ser más sofisticado?, tal vez, pero la tecnología nunca podrá sustituir el placer de la tinta, la textura… es casi gustativo. El libro, como objeto, es una joya. Y un libro de poemas…
Fuente: La Jiribilla
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