¿Quién se queda con el agua? El mono que tiene el garrote. El mono
desarmado muere de sed. Esta lección de la prehistoria abre la película
2001, Odisea del espacio. Para la odisea 2003, el presidente Bush
anuncia un presupuesto militar de mil millones de dólares por día. La
industria armamentista es la única inversión digna de confianza: hay
argumentos que son irrebatibles, en la próxima Cumbre de la Tierra en
Johannesburgo o en cualquier otra conferencia internacional.
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Las potencias dueñas del planeta razonan bombardeando. Ellas son el
poder, un poder genéticamente modificado, un gigantesco Frankenpower que
humilla a la naturaleza: ejerce la libertad de convertir el aire en
mugre y el derecho de dejar a la humanidad sin casa; llama errores a sus
horrores, aplasta a quien se pone en su camino, es sordo a las alarmas y
rompe lo que toca.
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Se alza la mar, y las tierras bajitas quedan por siempre sepultadas bajo
las aguas. Esto parece una metáfora sobre el desarrollo económico en el
mundo tal cual es, pero no: se trata de una fotografía del mundo tal
cual será, en un futuro no tan lejano, según las previsiones de los
científicos consultados por las Naciones Unidas.
Durante más de dos décadas, las profecías de los ecologistas merecieron
burla o silencio. Ahora, los científicos les dan la razón. Y el 3 de
junio de este año, hasta el propio presidente Bush no tuvo más remedio
que admitir, por primera vez, que ocurrirán desastres si el
recalentamiento global continúa dañando el planeta. El Vaticano reconoce
que Galileo no estaba equivocado, comentó el periodista Bill McKibben.
Pero nadie es perfecto: al mismo tiempo, Bush anunció que los Estados
Unidos aumentarán en un 43 por ciento, en los próximos dieciocho años,
la emisión de los gases que intoxican la atmósfera. Al fin y al cabo, él
preside un país de máquinas que ruedan comiendo petróleo y vomitando
veneno: más de doscientos millones de automóviles, y menos mal que los
bebés no manejan. A fines del año pasado, en un discurso, Bush exhortó a
la solidaridad, y fue capaz de definirla: "Deja que tus niños laven el
auto del vecino".
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La política energética del país líder del mundo está dictada por los
negocios terrenales, que dicen obedecer al alto cielo. Trasmitía
mensajes divinos la finada empresa Enron, fallecida por estafa, que fue
la principal asesora del gobierno y la principal financista de las
campañas de Bush y de la mayoría de los senadores. El gran jefe de
Enron, Kenneth Lay, solía decir: "Creo en Dios y creo en el mercado". Y
el mandamás anterior tenía un lema parecido: "Nosotros estamos del lado
de los ángeles".
Los Estados Unidos practican el terrorismo ambiental sin el menor
remordimiento, como si el Señor les hubiera otorgado un certificado de
impunidad porque han dejado de fumar.
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"La naturaleza está ya muy cansada", escribió el fraile español Luis Alfonso de Carvallo. Fue en 1695. Si nos viera ahora.
Una gran parte del mapa de España se está quedando sin tierra. La tierra
se va; y más temprano que tarde, entrará la arena por las rendijas de
las ventanas. De los bosques mediterráneos, queda en pie un quince por
ciento. Hace un siglo, los bosques cubrían la mitad de Etiopía, que hoy
es un vasto desierto. La Amazonia brasileña ha perdido florestas del
tamaño del mapa de Francia. En América Central, a este paso, pronto se
contarán los árboles como el calvo cuenta sus pelos.
La erosión expulsa a los campesinos de México, que se marchan del campo o
del país. Cuanto más se degrada la tierra en el mundo, más
fertilizantesy pesticidas hay que usar. Según la Organización Mundial de
la Salud, estas ayudas químicas matan tres millones de agricultores por
año.
Como las lenguas humanas y las humanas culturas, van muriendo las
plantas y los animales. Las especies desaparecen a un ritmo de tres por
hora, según el biólogo Edward O. Wilson. Y no sólo por la deforestación y
la contaminación: la producción en gran escala, la agricultura de
exportación y la uniformización del consumo están aniquilando la
diversidad. Cuesta creer que hace apenas un siglo había en el mundo más
de quinientas variedades de lechuga y 287 tipos de zanahoria. Y 220
variedades de papa, sólo en Bolivia.
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Se pelan los bosques, la tierra se hace desierto, se envenenan los ríos,
se derriten los hielos de los polos y las nieves de las altas cumbres.
En muchos lugares la lluvia ha dejado de llover, y en muchos llueve como
si se partiera el cielo. El clima del mundo está para el manicomio.
Las inundaciones y las sequías, los ciclones y los incendios
incontrolables son cada vez menos naturales, aunque los medios insisten,
contra toda evidencia, en llamarlos así. Y parece un chiste de humor
negro que las Naciones Unidas hayan llamado a los años noventa Década
Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales. ¿Reducción?
Esa fue la década más desastrosa. Hubo ochenta y seis catástrofes, que
dejaron cinco veces más muertos que los muchos muertos de las guerras en
ese período. Casi todos, el 96 por ciento para ser precisos, murieron
en los países pobres, que los expertos insisten en llamar "países en
vías de desarrollo".
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Con devoción y entusiasmo, el sur del mundo copia, y multiplica, las
peores costumbres del norte. Y del norte no recibe las virtudes, sino lo
peor: hace suya la religión norteamericana del automóvil y su desprecio
por el transporte público, y toda la mitología de la libertad de
mercado y la sociedad de consumo. Y el sur también recibe, con los
brazos abiertos, las fábricas más cochinas, las más enemigas de la
naturaleza, a cambio de salarios que dan nostalgia de la esclavitud.
Sin embargo, cada habitante del norte consume, en promedio, diez veces
más petróleo, gas y carbón; y en el sur sólo una de cada cien personas
tiene auto propio. Gula y ayuno del menú ambiental: el 75 por ciento de
la contaminación del mundo proviene del 25 por ciento de la población. Y
en esa minoría no figuran, bueno fuera, los mil doscientos millones que
viven sin agua potable, ni los mil cien millones que cada noche se van a
dormir sin nada en la barriga. No es "la humanidad" la responsable de
la devoración de los recursos naturales, ni de la pudrición del aire, la
tierra y el agua.
El poder se alza de hombros: cuando este planeta deje de ser rentable, me mudo a otro.
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La belleza es bella si se puede vender y la justicia es justa si se
puede comprar. El planeta está siendo asesinado por los modelos de vida,
como nos paralizan las máquinas inventadas para acelerar el movimiento y
nos aíslan las ciudades nacidas para el encuentro.
Las palabras pierden sentido, mientras pierden su color la mar verde y
el cielo azul, que habían sido pintados por gentileza de las algas que
echaron oxígeno durante tres mil millones de años.
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Esas lucecitas de la noche, ¿nos están espiando? Las estrellas tiemblan
de estupor y de miedo. Ellas no consiguen entender cómo sigue dando
vueltas, todavía vivo, este mundo nuestro, tan fervorosamente dedicado a
su propia aniquilación. Y se estremecen de susto, porque han visto que
ya este mundo anda invadiendo otros astros del cielo.
Fuente: Rebelion.org