sábado, junio 26, 2010

Carlos Monsiváis, Ciudad de México 1938-2010


Pasiones de Monsiváis


por Carlos Fuentes

Religiosa, sexual, culturalmente, era excéntrico a las normas de la tradición mexicana. Pero su genio consistió en violar la tradición acrecentándola, dándole nuevos caminos a nuestra vida religiosa, sexual, cultural.

Lo había oído, siendo niño Monsiváis, en el programa de Los niños catedráticos. Lo conocí más tarde. Yo estudiaba en la Facultad de Derecho en San Ildefonso. Monsiváis y José Emilio Pacheco eran alumnos de la vecina Preparatoria Nacional. Ambos se acercaron, por ese proceso de imantación que llamamos "simpatía", a los alumnos de jurisprudencia que publicábamos, amparados por el maestro Mario de la Cueva, la revista Medio Siglo. Allí aparecieron, si no me equivoco, textos primeros de Monsiváis y Pacheco. Los unía a nosotros la amistad compartida con Sergio Pitol quien (como yo, más que yo) se acomodaba mal a los estudios y prácticas juristas.

Monsiváis, en cambio, tenía clara la visión de sí mismo. Podíamos, él y yo, parearnos en literaturas contemporáneas. Pero Monsiváis tenía un conocimiento asombroso de la poesía mexicana de los siglos diecinueve y veinte. Competía con Gabriel García Márquez en recitar de memoria a los poetas grandes y pequeños. Añado "pequeños" no por insignificantes, sino porque formaban parte del vasto mundo del acontecer cotidiano, cuyo porvenir desconocemos. Acaso por una suerte de simpatía a la vez anticipada y, por si acaso, histórica, Monsiváis reunía con inmenso interés y cariño letras de boleros, periódicos antiguos, revistas desaparecidas, caricaturas políticas, monos y monerías. Todo lo que cobró presencia histórica en su personal museo de El Estanquillo.

Me inquietaba siempre la escasa atención que Carlos prestaba a sus dietas. La Coca-Cola era su combustible líquido. No probaba el alcohol. Era vegetariano. Su vestimenta era espontáneamente libre, una declaración más de la antisolemnidad que trajo a la cultura mexicana, pues México es, después de Colombia, el país latinoamericano más adicto a la formalidad en el vestir. Creo que jamás conocí una corbata de Monsiváis, salvo en los albores de nuestra amistad.

Compartimos una pasión por el cine, como si la juventud de este arte mereciera memoria, referencias y cuidados tan grandes como los clásicos más clásicos, y era cierto. La frágil película de nuestras vidas, expuesta a morir en llamaradas o presa del polvo y el olvido, era para Monsiváis un arte importantísimo, único, pues, ¿de qué otra manera, si no en el cine, iban a darnos obras de arte Chaplin y Keaton, Lang y Lubitsch, Hitchcock y Welles? Y no se crea que el "cine de arte" era el único que le interesaba a Carlos. Competía con José Luis Cuevas en su conocimiento del cine mexicano y con el historiador argentino Natalio Botana en películas de los admirables años treinta de Hollywood.

Juntos, presentamos hace un año diez películas que juzgamos las mejores de todos los tiempos -del Amanecer de Murnau a Bailando bajo la lluvia de Kelly y Donen-. Pero enseguida nos dimos cuenta de la injusticia e insuficiencia de tal selección. ¿Dónde quedaban Antonioni y Bergman, Rogers y Astaire, el cine de gánsteres, los westerns que Alfonso Reyes calificaba como "la épica contemporánea"? ¿Y dónde, Juan Orol y Rosa Carmina; dónde las cejas actuantes y activas de María Félix y Dolores del Río; dónde los parlamentos inescrutables de Arturo de Córdoba y la inventiva popular de Clavillazo?

Recuerdo estas pasiones de Monsiváis porque formaban parte de su vasto apetito, su fantástica asimilación de todo, añado, lo que el mundo "oficial" desconocía o desdeñaba. Curioso hasta las cachas de lo que sucedía en el mundo político, Monsiváis separaba muy bien la autenticidad de las apariencias y de éstas se burlaba con un humor que desnudaba a los pomposos, desmentía a los mentirosos y señalaba a los criminales. Creo que nadie, en la sociedad mexicana contemporánea, escapó a la mirada, irónica, solidaria, burlona, camarada, de Carlos Monsiváis. La ridícula respuesta de Vicente Fox a la muerte del escritor lo comprueba.

En 1970, estrené una obra mía, El tuerto es rey, en el teatro An-der-Wien de la capital austriaca. Monsiváis, hilarante, me dijo en el intermedio que había en la sala dos o tres espías del presidente Gustavo Díaz Ordaz porque el mandatario imaginaba que el título se refería a él. Típico error de la presunción política, que causó una risa incontenible cuando se lo conté a la actriz María Casares y al director Jorge Lavelli. Con mi amiga Caroline Pfeiffer, que era representante de gente de teatro y cine, viajamos a Italia y presenciamos la filmación de La muerte en Venecia de Thomas Mann. Dirigía Luchino Visconti y, después de saludarlo, Monsiváis miró al Adriático y prometió no lavarse más la mano. Seguimos a Milán, donde una confusión enredó a Carlos con una manifestación de comunistas, y a París, donde lo invité a vivir en el apartamento que yo ocupaba en la Isla St. Luis. Juntos fuimos, guiados siempre por Caroline, a la casa de campo de Alain Delon, quien nos sentó dos días a ver el Mundial de fútbol en la tele y, de regreso a París, fuimos juntos también a visitar a Pablo Neruda en el hotel del Quai Voltaire.

Neruda estaba en cama, empijamado, fatigado tras asistir al entierro de Elsa Triolet, la mujer de Louis Aragon. La conversación Neruda-Monsiváis fue muy singular.

-¿Cómo se encuentra? -le preguntó Neruda a Monsiváis.

-Sucede que me canso de ser hombre -contestó Carlos.

Al principio, Neruda no registró la cita.

-¿Y qué hace en París? -continuó Pablo.

-Juego todos los días con la mar del universo. -Citó Monsiváis, y Neruda, cayendo en el juego, se rió y decidió continuarlo, hasta la pregunta a Carlos:

-¿Y que escribe ahora?

-Los versos más tristes.

-¿Cuándo?

-Esta noche.

Ingenio rápido, cultura profunda, mirada penetrante, referencia oportuna, melancolía escondida, regocijo siempre.

¡Qué falta nos harán todas estas características del grande y único Carlos Monsiváis!


Fuente: El País

Fotografía: Uly Martín


jueves, junio 24, 2010

We Tripantü, creación de Jeannette Montoya




KIMNIEKAN TA MAPU ÑI MONGETUFEL CHEW RUME MÜLELEMÜM TA MAPUCHE
(Celebración del Nuevo ciclo de la tierra donde haya mapuche)

Por Ignacio Kallfükura


La Ñuke Mapu en esta fecha se nos presenta en otra faz y nos encuentra a los mapuche en diferentes lugares: en el campo, en los pueblos, en las ciudades… Porque los mapuche estamos en todas partes.

Sabemos que el We Tripantü, el inicio del nuevo año no es otra fecha más para nosotros. Alegrémonos por eso.

Mantener nuestras costumbres y valores es una muestra de respeto a las generaciones milenarias de gente mapuche, de antepasados, de ancestros, que viven en nosotros por su acción, por su figura, por ser parte nuestra.
Viven en nuestras mentes y corazones.


WE TRIPANTÜ, HERENCIA DE NUESTROS PADRES

Tenemos respeto por una historia que nos ha sido heredada por nuestros mayores.
Es un camino recorrido por nosotros y será recorrido por nuevos mapuche, por las nuevas generaciones. Camino que se basa en la bella relación de nuestra mapu con nosotros.

Celebrar el We Tripantü no es una tradición, es parte de nuestra existencia como persona, como Che. Pensemos que cuando el humano no se considera el centro del mundo, sino que valora la tierra y sus elementos como el corazón de su vida, las cosas cambian y eso ya no es tradición, es parte de la vida misma.
Hermosa renovación de la Mapu.

SABIDURÍA DE LA TIERRA

La sabiduría de nuestros mayores, el kimün mapuche, sostiene nuestros buenos valores y la buena conducta para vivir una vida plena. La sabiduría de nuestros pu füchakecheyem se ha manifestado al identificar los procesos del cielo y de la tierra y vivir miles de We Tripantü hasta ahora.

Michimalongko celebró el cambio de energía en la Mapu.
Leftraru celebró la nueva salida del sol.
Kewpulikan hizo llellipun para agradecer más y más newen.
KoloKolo enseñó a los jóvenes a vivir respetando.
Pelontraru, Lientur, Alejo supieron de eso.
Janekeo nuestra mujer toki conversó sobre los cambios naturales y la adaptación a ellos.
Mariluan celebró como gran kimche igual que Kolipi.
Kallfükura en Puel Mapu se reunió con su gente para celebrar a la Mapu.
Mangin hizo grandes discursos a su gente para exigir respeto así como darlo.
Kilapan trajo a la memoria de su generación las palabras de su padres y sus mayores.
Año tras año.

Y ahora nosotros…
Nosotros celebramos algo tan propio como la nueva salida del sol.
A través de la historia se ha celebrado el We Tripantü y se sigue celebrando.

Eso demuestra una determinación a seguir actuando como buenos hijos de la tierra, buenos mapuche y también demuestra que existe una continuidad en recorrer el camino hecho por nuestros antepasados, nuestros abuelos y bisabuelos.

No solo los mapuche celebramos, también lo hacen nuestros hermanos de los pueblos originarios del mundo.

Recordemos también que nuestra celebración de We Tripantü nunca se ha terminado, todo lo contrario, cada año es celebrada por más y más hijos de la Mapu. Además cada año muchos no-mapuche se suman a celebrar el inicio de una nueva salida del sol, un nuevo Wiñol Tripantü y eso es señal de respeto y reconocimiento a la Mapu, respeto a la Ñuke Mapu que es padre y madre.


MILES DE WE TRIPANTÜ

Por miles de años se ha celebrado el inicio de la nueva fase en el mundo, del ciclo en que la vida se fortalece y brota la vida al mismo tiempo que los días se hacen más largos. Celebrar un nuevo año es una cuestión de relación con el suelo materno y eso se hace de diferentes maneras. Los pueblos que dan máxima importancia a la naturaleza son los que actualmente continúan observando los procesos de la tierra. Nuestros sabios leían el cielo y las estaciones del año.

La ñuke Mapu renueva nuestras fuerzas, nuestro newen.
Wenewenngetuiñ feula.
Estemos felices.

Actualmente los mapuche celebramos el nuevo ciclo desde donde estemos.
Chew rume mülelemüm ta che.

Los mapuche tenemos consciencia de que estamos en We Tripantü mientras estamos en el lafken mapu a la orilla del mar o entre los bosques nativos ancestrales que todavía resisten porque también son mapuche, quizás en un bote en medio de un río o por las calles de una ciudad; en un ngillatun para agradecer y pedir buen año; a los mejor caminando por una población; subiendo o bajando las escaleras de un edificio; desde otros países; tal vez en el metro de Santiago o arriba de una micro mirando a otros mapuche que nos miran y nos reconocen como peñi o lamngen; puede que en la cama de un hospital o en el trabajo; en la sala de clases o el patio de una escuela o universidad o en el patio de la casa; desde el cerro Ñielol o desde el cerro Welen; en el fogón de la ruka o yendo a cuidar los animales; en el camino del pueblo a la ruka…

Donde estemos los mapuche,… sabemos que estamos en We Tripantü.
Y sabemos que no es una fecha más.

Felepe may.
Ayüwüaymün kom pu che.
Wewuaiñ pu mapuche.
Küme azmongefelniekeiñ ta pu mapuche.

Lemoria.

miércoles, junio 23, 2010

María Martner In Memoriam


Alabadas las Piedras de María



Las piedrecitas puras,

olivas ovaladas

fueron antes

población

de las viñas

del océano,

racimos agrupados,

uvas de los panales

sumergidos:

la ola las desgranaba,

caían en el viento,

rodaban al abismo abismo abismo

entre lentos pescados,

sonámbulas medusas,

colas de lacerantes tiburones,

corvinas como balas!

las piedras transparentes,

las suavísimas piedras,

piedrecitas,

resbalaron

hacia el fondo del húmedo reinado,

más abajo, hacia donde

sale otra vez el cielo

y muere el mar sobre sus alcachofas.

Rodaron y rodaron

entre dedos y labios submarinos

hasta la suavidad inacabable,

hasta ser sólo tacto,

curva de copa suave,

pétalo de cadera.

Entonces arreció la marejada

y un golpe de ola dura,

una mano de piedra

aventó los guijarros,

los desgranó en la costa

y allí en silencio desaparecieron:

pequeños dientes de ámbar, pasas de miel y sal,

porotos de agua,

aceitunas azules de la ola,

almendras olvidadas de la arena.


Piedras para María!

Piedras de honor para su laberinto!


Ella, como una araña

de piedra transparente,

tejerá su bordado,

hará de piedra pura su bandera,

fabricará con piedras plateadas

la estructura del día,

con piedras azufradas

la raíz de un relámpago perdido,

y una por una subirá a su muro,

al sistema, al decoro, al movimiento,

la piedra fugitiva,

la uva del mar ha vuelto a los racimos,

trae la luz de su estupenda espuma.


Piedras para María!


Ágatas arrugadas de Isla Negra,

sulfúricos guijarros

de Tocopilla, como estrellas rotas,

caídas del infierno mineral,

piedras de La Serena que el océano

suavizó y luego estableció en la altura,

y de Coquimbo el negro poderío,

el basalto rodante

de Maitencillo, de Toltén, de Niebla,

del vestido mojado

de Chiloé marino,

piedras redondas, piedras como huevos

de pilpilén austral, dedos translúcidos

de la secreta sal, del congelado

cuarzo, o durísima herencia

de Los Andes,

naves y monasteriosde granito.


Alabadas

las piedras

de María,

las que coloca como abeja a clara

en el panal de su sabiduría:

las piedras

de sus muros,

del libro que construye

letra por letra,

hoja por hoja

y piedra a piedra!

Hay que ver y leer esta hermosura

y amar sus manos

de cuya energía

sale,

suavísima, una

lección

de piedra.


Fuente: Piedras para María, Pablo Neruda, en Las Piedras de Chile, 1960.

domingo, junio 20, 2010

¨La utopía no muere; el sueño la hacer vivir¨


El Tricentenario


Texto: Francisco Sazo



El universo es grande

como tu corazón

hay vida en todas partes

Tricentenario hoy

El cielo está cerrado

el infierno también

el cristo tiene casa

allá en Peñalolén.


Mi país es el mundo

milagro de humanidad

y mi tierra es el sueño

posible de libertad.


Bienvenido al hombre nuevo

que se puso a bailar

por las grandes Alamedas

abiertas de par en par

el dinero ya no existe

pues no hay explotación

en Chile se muere de anciano

o de pesares de amor.


Mi país es la tierra

que siempre podrá ser

y con toda mi América

canta el amanecer.


Las fronteras son de mentira

la fuerza es nuestra razón

el Huáscar se fue de regalo

lo despidió un orfeón

la cárcel es un museo

de fantasmas que no están

la tierra ahora es de todos

Bolivia llega hasta el mar.



Fuente: Grupo Congreso

viernes, junio 18, 2010



“Todos los días, en sueños, luchaba con Heracles y lo vencía.”

José Saramago
In Memoriam

El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de nuestra aldea de Azinhaga, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a la cama. Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable. Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado. Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera". Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera. Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea. Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba. Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, introducía en el relato: "¿Y después?" Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo. Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa. Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza". Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños. Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir". No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada. Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.
Muchos años después, escribiendo por primera vez sobre éste mi abuelo Jerónimo y ésta mi abuela Josefa (me ha faltado decir que ella había sido, según cuantos la conocieron de joven, de una belleza inusual), tuve conciencia de que estaba transformando las personas comunes que habían sido en personajes literarios y que ésa era, probablemente, la manera de no olvidarlos, dibujando y volviendo a dibujar sus rostros con el lápiz siempre cambiante del recuerdo, coloreando e iluminando la monotonía de un cotidiano opaco y sin horizontes, como quien va recreando sobre el inestable mapa de la memoria, la irrealidad sobrenatural del país en que decidió pasar a vivir. La misma actitud de espíritu que, después de haber evocado la fascinante y enigmática figura de un cierto bisabuelo berebere, me llevaría a describir más o menos en estos términos un viejo retrato (hoy ya con casi ochenta años) donde mis padres aparecen. "Están los dos de pie, bellos y jóvenes, de frente ante el fotógrafo, mostrando en el rostro una expresión de solemne gravedad que es tal vez temor delante de la cámara, en el instante en que el objetivo va a fijar de uno y del otro la imagen que nunca más volverán a tener, porque el día siguiente será implacablemente otro día. Mi madre apoya el codo derecho en una alta columna y sostiene en la mano izquierda, caída a lo largo del cuerpo, una flor. Mi padre pasa el brazo por la espalda de mi madre y su mano callosa aparece sobre el hombro de ella como un ala. Ambos pisan tímidos una alfombra floreada. La tela que sirve de fondo postizo al retrato muestra unas difusas e incongruentes arquitecturas neoclásicas". Y terminaba: "Tendría que llegar el día en que contaría estas cosas. Nada de esto tiene importancia a no ser para mí. Un abuelo berebere, llegando del norte de África, otro abuelo pastor de cerdos, una abuela maravillosamente bella, unos padres graves y hermosos, una flor en un retrato ¿qué otra genealogía puede importarme? ¿en qué mejor árbol me apoyaría?"

Escribí estas palabras hace casi treinta años sin otra intención que no fuese reconstituir y registrar instantes de la vida de las personas que me engendraron y que estuvieron más cerca de mí, pensando que no necesitaría explicar nada más para que se supiese de dónde vengo y de qué materiales se hizo la persona que comencé siendo y ésta en que poco a poco me he convertido. Ahora descubro que estaba equivocado, la biología no determina todo y en cuanto a la genética, muy misteriosos habrán sido sus caminos para haber dado una vuelta tan larga. A mi árbol genealógico (perdóneseme la presunción de designarlo así, siendo tan menguada la sustancia de su savia) no le faltaban sólo algunas de aquellas ramas que el tiempo y los sucesivos encuentros de la vida van desgajando del tronco central. También le faltaba quien ayudase a sus raíces a penetrar hasta las capas subterráneas más profundas, quien apurase la consistencia y el sabor de sus frutos, quien ampliase y robusteciese su copa para hacer de ella abrigo de aves migratorias y amparo de nidos. Al pintar a mis padres y a mis abuelos con tintas de literatura, transformándolos de las simples personas de carne y hueso que habían sido, en personajes nuevamente y de otro modo constructores de mi vida, estaba, sin darme cuenta, trazando el camino por donde los personajes que habría de inventar, los otros, los efectivamente literarios, fabricarían y traerían los materiales y las herramientas que, finalmente, en lo bueno y en lo menos bueno, en lo bastante y en lo insuficiente, en lo ganado y en lo perdido, en aquello que es defecto pero también en aquello que es exceso, acabarían haciendo de mí la persona en que hoy me reconozco: creador de esos personajes y al mismo tiempo criatura de ellos. En cierto sentido se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser.

Ahora soy capaz de ver con claridad quiénes fueron mis maestros de vida, los que más intensamente me enseñaron el duro oficio de vivir, esas decenas de personajes de novela y de teatro que en este momento veo desfilar ante mis ojos, esos hombres y esas mujeres, hechos de papel y de tinta, esa gente que yo creía que iba guiando de acuerdo con mis conveniencias de narrador y obedeciendo a mi voluntad de autor, como títeres articulados cuyas acciones no pudiesen tener más efecto en mí que el peso soportado y la tensión de los hilos con que los movía. De esos maestros el primero fue, sin duda, un mediocre pintor de retratos que designé simplemente por la letra H., protagonista de una historia a la que creo razonable llamar de doble iniciación (la de él, pero también, de algún modo, la del autor del libro, protagonista de una historia titulada "Manual de pintura y caligrafía", que me enseñó la honradez elemental de reconocer y acatar, sin resentimientos ni frustraciones, sus propios límites: sin poder ni ambicionar aventurarme más allá de mi pequeño terreno de cultivo, me quedaba la posibilidad de cavar hacia el fondo, hacia abajo, hacia las raíces. Las mías, pero también las del mundo, si podía permitirme una ambición tan desmedida. No me compete a mí, claro está, evaluar el mérito del resultado de los esfuerzos realizados, pero creo que es hoy patente que todo mi trabajo, de ahí para adelante, obedeció a ese propósito y a ese principio.

Vinieron después los hombres y las mujeres del Alentejo, aquella misma hermandad de condenados de la tierra a que pertenecieron mi abuelo Jerónimo y mi abuela Josefa, campesinos rudos obligados a alquilar la fuerza de los brazos a cambio de un salario y de condiciones de trabajo que sólo merecerían el nombre de infames. Cobrando por menos que nada una vida a la que los seres cultos y civilizados que nos preciamos de ser llamamos, según las ocasiones, preciosa, sagrada y sublime. Gente popular que conocí, engañada por una Iglesia tan cómplice como beneficiaria del poder del Estado y de los terratenientes latifundistas, gente permanentemente vigilada por la policía, gente, cuántas y cuántas veces, víctima inocente de las arbitrariedades de una justicia falsa. Tres generaciones de una familia de campesinos, los Mal-Tiempo, desde el comienzo del siglo hasta la Revolución de Abril de 1974 que derrumbó la dictadura, pasan por esa novela a la que di el título de Alzado del suelo y fue con tales hombres y mujeres del suelo levantados, personas reales primero, figuras de ficción después, con las que aprendí a ser paciente, a confiar y a entregarme al tiempo, a ese tiempo que simultáneamente nos va construyendo y destruyendo para de nuevo construirnos y otra vez destruirnos. No tengo la seguridad de haber asimilado de manera satisfactoria aquello que la dureza de las experiencias tornó virtud en esas mujeres y en esos hombres: una actitud naturalmente estoica ante la vida. Teniendo en cuenta, sin embargo, que la lección recibida, pasados más de veinte años, permanece intacta en mi memoria, que todos los días la siento presente en mi espíritu como una insistente convocatoria, no he perdido, hasta ahora, la esperanza de llegar a ser un poco más merecedor de la grandeza de los ejemplos de dignidad que me fueron propuestos en la inmensidad de las planicies del Alentejo. El tiempo lo dirá.

¿Qué otras lecciones podría yo recibir de un portugués que vivió en el siglo XVI, que compuso las "Rimas" y las glorias, los naufragios y los desencantos patrios de Os Lusíadas, que fue un genio poético absoluto, el mayor de nuestra literatura, por mucho que eso pese a Fernando Pessoa, que a sí mismo se proclamó como el Súper-Camoens de ella? Ninguna lección a mi alcance, ninguna lección que yo fuese capaz de aprender salvo la más simple que me podría ser ofrecida por el hombre Luis Vaz de Camoens en su más profunda humanidad, por ejemplo, la humildad orgullosa de un autor que va llamando a todas las puertas en busca de quien esté dispuesto a publicar el libro que escribió, sufriendo por eso el desprecio de los ignorantes de sangre y de casta, la indiferencia desdeñosa de un rey y de su compañía de poderosos, el escarnio con que desde siempre el mundo ha recibido la visita de los poetas, de los visionarios y de los locos. Al menos una vez en la vida, todos los autores tuvieron o tendrán que ser Luis de Camoens, aunque no escriban las redondillas de Sôbolos rios. Entre hidalgos de la corte y censores del Santo Oficio, entre los amores de antaño y las desilusiones de la vejez prematura, entre el dolor de escribir y la alegría de haber escrito, fue a este hombre enfermo que regresa pobre de la India, adonde muchos sólo iban para enriquecerse, fue a este soldado ciego de un ojo y golpeado en el alma, fue a este seductor sin fortuna que no volverá nunca más a perturbar los sentidos de las damas de palacio, a quien yo puse a vivir en el teatro en el escenario de la pieza de teatro llamada Que farei con este livro? (¿Qué haré con este libro?), en cuyo final resuena otra pregunta, aquélla que importa verdaderamente, aquélla que nunca sabremos si alguna vez llegará a tener respuesta suficiente: "¿Qué harás con este libro?". Humildad orgullosa fue ésa de llevar debajo del brazo una obra maestra y verse injustamente rechazado por el mundo. Humildad orgullosa también, y obstinada, esta de querer saber para qué servirán mañana los libros que vamos escribiendo hoy, y luego dudar que consigan perdurar largamente (¿hasta cuándo?) las razones tranquilizadoras que quizá nos estén siendo dadas o que estamos dándonos a nosotros mismos. Nadie se engaña mejor que cuando consiente que lo engañen otros.

Se aproxima ahora un hombre que dejó la mano izquierda en la guerra y una mujer que vino al mundo con el misterioso poder de ver lo que hay detrás de la piel de las personas. Él se llama Baltasar Mateus y tiene el apodo de Siete-Soles, a ella la conocen por Bilmunda, y también por el apodo de Siete-Lunas que le fue añadido después porque está escrito que donde haya un sol habrá una luna y que sólo la presencia conjunta de uno y otro tornará habitable, por el amor, la tierra. Se aproxima también un padre jesuita llamado Bartolmeu que inventó una máquina capaz de subir al cielo y volar sin otro combustible que no sea la voluntad humana, ésa que según se viene diciendo, todo lo puede, aunque no pudo, o no supo, o no quiso, hasta hoy, ser el sol y la luna de la simple bondad o del todavía más simple respeto. Son tres locos portugueses del siglo XVIII en un tiempo y en un país donde florecieron las supersticiones y las hogueras de la Inquisición, donde la vanidad y la megalomanía de un rey hicieron levantar un convento, un palacio y una basílica que asombrarían al mundo exterior, en el caso poco probable de que ese mundo tuviera ojos bastantes para ver a Portugal, tal como sabemos que los tenía Bilmunda para ver lo que escondido estaba. Y también se aproxima una multitud de millares y millares de hombres con las manos sucias y callosas, con el cuerpo exhausto de haber levantado, durante años sin fin, piedra a piedra, los muros implacables del convento, las alas enormes del palacio, las columnas y las pilastras, los aéreos campanarios, la cúpula de la basílica suspendida sobre el vacío. Los sonidos que estamos oyendo son del clavicornio del Doménico Scarlatti, que no sabe si debe reír o llorar. Esta es la historia del Memorial del convento, un libro en que el aprendiz de autor, gracias a lo que le venía siendo enseñado desde el antiguo tiempo de sus abuelos Jerónimo y Josefa, consiguió escribir palabras como éstas, donde no está ausente alguna poesía: "Además de la conversación de las mujeres son los sueños los que sostienen al mundo en su órbita. Pero son también los sueños los que le hacen una corona de lunas, por eso el cielo es el resplandor que hay dentro de la cabeza de los hombres si no es la cabeza de los hombres el propio y único cielo". Que así sea.

De las lecciones de poesía, sabía ya alguna cosa el adolescente, aprendidas en sus libros de texto cuando, en una escuela de enseñanza profesional de Lisboa, andaba preparándose para el oficio que ejerció en el comienzo de su vida de trabajo: el de mecánico cerrajero. Tuvo también buenos maestros del arte poético en las largas horas nocturnas que pasó en bibliotecas públicas, leyendo al azar de encuentros y de catálogos, sin orientación, sin alguien que le aconsejase, con el mismo asombro creador del navegante que va inventando cada lugar que descubre. Pero fue en la biblioteca de la escuela industrial donde El año de la muerte de Ricardo Reis comenzó a ser escrito. Allí encontró un día el joven aprendiz de cerrajero (tendría entonces 17 años) una revista -Atena era el título- en que había poemas firmados con aquel nombre y, naturalmente, siendo tan mal conocedor de la cartografía literaria de su país, pensó que existía en Portugal un poeta que se llamaba así: Ricardo Reis. No tardó mucho tiempo en saber que el poeta propiamente dicho había sido un tal Fernando Nogueira Pessoa que firmaba poemas con nombres de poetas inexistentes nacidos en su cabeza y a quien llamaba heterónimos, palabra que no constaba en los diccionarios de la época, por eso costó tanto trabajo al aprendiz de las letras saber lo que ella significaba. Aprendió de memoria muchos poemas de Ricardo Reis ("Para ser grande sê inteiro/Põe quanto és no mínimo que fazes"), pero no podía resignarse, a pesar de tan joven e ignorante, a que un espíritu superior hubiese podido concebir, sin remordimiento, este verso cruel: "Sábio é o que se contenta com o espectáculo do mundo". Mucho, mucho tiempo después, el aprendiz de escritor ya con el pelo blanco y un poco más sabio de sus propias sabidurías se atrevió a escribir una novela para mostrar al poeta de las "Odas" algo de lo que era el espectáculo del mundo en ese año de 1936 en que lo puso a vivir sus últimos días: la ocupación de la Renania por el Ejército nazi, la guerra de Franco contra la República española, la creación por Salazar de las milicias fascistas portuguesas. Fue como si estuviese diciéndole: "He ahí el espectáculo del mundo, mi poeta de las amarguras serenas y del escepticismo elegante. Disfruta, goza, contempla, ya que estar sentado es tu sabiduría".

El año de la muerte de Ricardo Reis terminaba con unas palabras melancólicas: "Aquí donde el mar acabó y la tierra espera". Por tanto no habría más descubrimientos para Portugal, sólo como destino una espera infinita de futuros ni siquiera imaginables: el fado de costumbre, la saudade de siempre y poco más. Entonces el aprendiz imaginó que tal vez hubiese una manera de volver a lanzar los barcos al agua, por ejemplo mover la propia tierra y ponerla a navegar mar adentro. Fruto inmediato del resentimiento colectivo portugués por los desdenes históricos de Europa (sería más exacto decir fruto de mi resentimiento personal), la novela que entonces escribí -La balsa de piedra- separó del continente europeo a toda la Península Ibérica, transformándola en una gran isla fluctuante, moviéndose sin remos ni velas, ni hélices, en dirección al Sur del mundo, "masa de piedra y tierra cubierta de ciudades, aldeas, ríos, bosques, fábricas, bosques bravíos, campos cultivados, con su gente y sus animales", camino de una utopía nueva: el encuentro cultural de los pueblos peninsulares con los pueblos del otro lado del Atlántico, desafiando así, a tanto se atrevió mi estrategia, el dominio sofocante que los Estados Unidos de la América del Norte vienen ejerciendo en aquellos parajes. Una visión dos veces utópica entendería esta ficción política como una metáfora mucho más generosa y humana: que Europa, toda ella, deberá trasladarse hacia el Sur a fin de, en descuento de sus abusos coloniales antiguos y modernos, ayudar a equilibrar el mundo. Es decir Europa finalmente como ética. Los personajes de La balsa de piedra -dos mujeres, tres hombres y un perro- viajan incansablemente a través de la Península mientras ella va surcando el océano. El mundo está cambiando y ellos saben que deben buscar en sí mismos las personas nuevas en que se convertirán (sin olvidar al perro que no es un perro como los otros). Eso les basta.

Se acordó entonces el aprendiz que en tiempos de su vida había hecho algunas revisiones de pruebas de libros y que si en La balsa de piedra hizo, por decirlo así, revisión del futuro, no estaría mal que revisara ahora el pasado inventando una novela que se llamaría História do Cerco de Lisboa, en la que un revisor trabajando un libro del mismo título, aunque de historia, y cansado de ver cómo la citada historia cada vez es menos capaz de sorprender, decidió poner en lugar de un "sí" un "no", subvirtiendo la autoridad de las "verdades históricas". Raimundo Silva, así se llamaba el revisor, es un hombre simple, vulgar, que sólo se distingue de la mayoría por creer que todas las cosas tienen su lado visible y su lado invisible y que no sabremos nada de ellas, mientras no les hayamos dado la vuelta completa. De eso precisamente trata una conversación que tiene con el historiador. Así: "Le recuerdo que los revisores ya vieron mucho de literatura y vida. Mi libro, se lo recuerdo, es de historia. No es propósito mío apuntar otras contradicciones, profesor, en mi opinión todo cuanto no sea vida es literatura. La historia también. La historia sobre todo, sin querer ofender. Y la pintura, y la música. La música va resistiéndose desde que nació, unas veces va y otras viene, quiere librarse de la palabra, supongo que por envidia, pero regresa siempre a la obediencia. Y la pintura, mire, la pintura no es más que literatura hecha con pinceles. Espero que no se haya olvidado de que la humanidad comenzó pintando mucho antes de saber escribir. Conoce el refrán, si no tienes perro caza con el gato, o dicho de otra manera, quien no puede escribir, pinta, o dibuja, es lo que hacen los niños. Lo que usted quiere decir, con otras palabras, es que la literatura ya existía antes de haber nacido, sí señor, como el hombre, con otras palabras, antes de serlo ya lo era. Me parece que usted equivocó la vocación, debería ser historiador. Me falta preparación, profesor, qué puede un simple hombre hacer sin preparación, mucha suerte he tenido viniendo al mundo con la genética organizada, pero, por decirlo así, en estado bruto, y después sin más pulimento que las primeras letras que se quedaron como únicas. Podía presentarse como autodidacta producto de su digno esfuerzo, no es ninguna vergüenza, antiguamente la sociedad estaba orgullosa de sus autodidactas. Eso se acabó, vino el desarrollo y se acabó, los autodidactas son vistos con malos ojos, sólo los que escriben versos o historias para distraer están autorizados a ser autodidactas, pero yo para la creación literaria no tengo habilidad. Entonces métase a filósofo. Usted es un humorista, cultiva la ironía, me pregunto cómo se dedicó a la historia, siendo ella tan grave y profunda ciencia. Soy irónico sólo en la vida real. Ya me parecía a mí que la historia no es la vida real, literatura sí, y nada más. Pero la historia fue vida real en el tiempo en que todavía no se le podía llamar historia. Entonces usted cree, profesor, que la historia es la vida real. Lo creo, sí. Que la historia fue vida real, quiero decir. No tengo la menor duda. Qué sería de nosotros si el deleatur que todo lo borra no existiese, suspiró el revisor". Escusado será añadir que el aprendiz aprendió con Raimundo Silva la lección de la duda. Ya era hora.

Fue probablemente este aprendizaje de la duda el que le llevó, dos años más tarde, a escribir El Evangelio según Jesucristo. Es cierto, y él lo ha dicho, que las palabras del título le surgieron por efecto de una ilusión óptica, pero es legítimo que nos interroguemos si no habría sido el sereno ejemplo del revisor el que, en ese tiempo, le anduvo preparando el terreno de donde habría de brotar la nueva novela. Esta vez no se trataba de mirar por detrás de las páginas del Nuevo Testamento a la búsqueda de contradicciones, sino de iluminar con una luz rasante la superficie de esas páginas, como se hace con una pintura para resaltarle los relieves, las señales de paso, la oscuridad de las depresiones. Fue así como el aprendiz, ahora rodeado de personajes evangélicos, leyó, como si fuese la primera vez, la descripción de la matanza de los Inocentes y, habiendo leído, no comprendió. No comprendió que pudiese haber mártires de una religión que aún tendría que esperar treinta años para que su fundador pronunciase la primera palabra de ella, no comprendió que no hubiese salvado la vida de los niños de Belén precisamente la única persona que lo podría haber hecho, no comprendió la ausencia, en José, de un sentimiento mínimo de responsabilidad, de remordimiento, de culpa o siquiera de curiosidad, después de volver de Egipto con su familia. Ni se podrá argumentar en defensa de la causa que fue necesario que los niños de Belén murieran para que pudiese salvarse la vida de Jesús: El simple sentido común, que a todas las cosas, tanto a las humanas como a las divinas, debería presidir, está ahí para recordarnos que Dios no enviaría a su hijo a la Tierra con el encargo de redimir los pecados de la humanidad, para que muriera a los dos años de edad degollado por un soldado de Herodes. En ese Evangelio escrito por el aprendiz con el respeto que merecen los grandes dramas, José será consciente de su culpa, aceptará el remordimiento en castigo de la falta que cometió y se dejará conducir a la muerte casi sin resistencia, como si eso le faltase todavía para liquidar sus cuenta con el mundo. El Evangelio del aprendiz no es, por tanto, una leyenda edificante más de bienaventurados y de dioses, sino la historia de unos cuantos seres humanos sujetos a un poder contra el cual luchan, pero al que no pueden vencer. Jesús, que heredará las sandalias con las que su padre había pisado el polvo de los caminos de la tierra, también heredará de él el sentimiento trágico de la responsabilidad y de ella la culpa que nunca lo abandonará, incluso cuando levante la voz desde lo alto de la cruz: "Hombres, perdónenlo, porque él no sabe lo que hizo", refiriéndose al Dios que lo llevó hasta allí, aunque quien sabe si recordando todavía, en esa última agonía, a su padre auténtico, aquel que en la carne y en la sangre, humanamente, lo engendró. Como se ve, el aprendiz ya había hecho un largo viaje cuando en el herético evangelio escribió las últimas palabras del diálogo en el templo entre Jesús y el escriba: "La culpa es un lobo que se come al hijo después de haber devorado al padre, dijo el escriba, Ese lobo de que hablas ya se ha comido a mi padre, dijo Jesús, Entonces sólo falta que te devore a ti, Y tú, en tu vida, fuiste comido, o devorado, No sólo comido y devorado, también vomitado, respondió el escriba".

Si el emperador Carlomagno no hubiese establecido en el norte de Alemania un monasterio, si ese monasterio no hubiese dado origen a la ciudad de Münster, si Münster no hubiese querido celebrar los 1200 años de su fundación con una ópera sobre la pavorosa guerra que enfrentó en el siglo XVI a protestantes anabaptistas y católicos, el aprendiz no habría escrito la pieza de teatro que tituló In Nomine Dei. Una vez más, sin otro auxilio que la pequeña luz de su razón, el aprendiz tuvo que penetrar en el oscuro laberinto de las creencias religiosas, ésas que con tanta facilidad llevan a los seres humanos a matar y a dejarse matar. Y lo que vio fue nuevamente la máscara horrenda de la intolerancia, una intolerancia que en Münster alcanzó el paroxismo demencial, una intolerancia que insultaba la propia causa que ambas partes proclamaban defender. Porque no se trataba de una guerra en nombre de dos dioses enemigos sino de una guerra en nombre de un mismo dios. Ciegos por sus propias creencias, los anabaptistas y los católicos de Münster no fueron capaces de comprender la más clara de todas las evidencias: en el día del Juicio Final, cuando unos y otros se presenten a recibir el premio o el castigo que merecieron sus acciones en la tierra, Dios, si en sus decisiones se rige por algo parecido a la lógica humana, tendrá que recibir en el paraíso tanto a unos como a otros, por la simple razón de que unos y otros en Él creían. La terrible carnicería de Münster enseñó al aprendiz que al contrario de lo que prometieron las religiones nunca sirvieron para aproximar a los hombres y que la más absurda de todas las guerras es una guerra religiosa, teniendo en consideración que Dios no puede, aunque lo quisiese, declararse la guerra a sí mismo...

Ciegos. El aprendiz pensó "Estamos ciegos", y se sentó a escribir el Ensayo sobre la ceguera para recordar a quien lo leyera que usamos perversamente la razón cuando humillamos la vida, que la dignidad del ser humano es insultada todos los días por los poderosos de nuestro mundo, que la mentira universal ocupó el lugar de las verdades plurales, que el hombre dejó de respetarse a sí mismo cuando perdió el respeto que debía a su semejante. Después el aprendiz, como si intentara exorcizar a los monstruos engendrados por la ceguera de la razón, se puso a escribir la más simple de todas las historias: Una persona que busca a otra persona sólo porque ha comprendido que la vida no tiene nada más importante que pedir a un ser humano. El libro se llama Todos los nombres. No escritos, todos nuestros nombres están allí. Los nombres de los vivos y los nombres de los muertos.

Termino. La voz que leyó estas páginas quiso ser el eco de las voces conjuntas de mis personajes. No tengo, pensándolo bien, más voz que la voz que ellos tuvieron. Perdónenme si les pareció poco esto que para mí es todo.

De cómo los personajes se convirtieron en maestros y el autor en su aprendiz [Discurso de aceptación del Premio Nobel 1998 ]

Notas: Revista de Cultura Ñ


miércoles, junio 16, 2010




Cerrado por fútbol


Eduardo Galeano se atrinchera en su hogar de Montevideo para ver "el juego bien jugado" del Mundial
.


Nada en esta casa es inocente. "Todas estas son cosas queridas porque tienen vida vivida", dice Eduardo Galeano, mientras señala una de las muchas cerámicas mexicanas de Ocumichu que atesora ("hechas por mujeres tristes, golpeadas por sus maridos; mujeres aporreadas que sin embargo hacen un arte de la pura libertad, muy sexual, con gran capacidad de alegría") o destaca una Maternidad en mármol blanco: "La primera escultura de Ernesto Cardenal". Cartografía vivencial y literaria, este es el espacio donde el autor de Memoria del fuego, montevideano nacido en 1940 y ciudadano ilustre del Mercosur, vive desde que se jubiló del exilio en 1985. Y también, el mapa donde el padre de Las venas abiertas de América Latina disfruta la reedición íntegra de su obra, premiada en distintos idiomas, que está haciendo Siglo XXI en Argentina. En ella, Galeano se propuso contar retazos de la historia "desde el punto de vista de los que no han salido en la foto". "Estoy comprometido con la pasión humana y con la certeza de que somos mucho más que lo que nos han dicho que somos. Eso genera amores y odios. Eso me vincula continuamente con las causas que entiendo justas. La voluntad de recuperar la memoria de las mujeres, de los negros, de los humillados, de las civilizaciones no escuchadas: la India, la China...", precisa mientras compartimos un café en su escritorio, rodeados de cuadros, grabados y cerdos de distintos tamaños y hechuras ("toda mi vida he coleccionado chanchitos; será porque es un animal de destino triste que no tiene prestigio mítico ni histórico").

Caminante gustoso y metódico, abuelo de cinco nietos y padre de cuatro hijos, conversador artesanal y narrador a fuego lento ("corrijo cada página 20, 25 veces, soy maniático de la perfección y publico un libro cada 4 o 5 años"), Galeano asume la aventura de escribir con el asombro de "un niño perpetuo". "La libertad ha marcado mi literatura. La mayor parte de lo que he escrito tiene asiento en lo real, pero la realidad tiene mucho misterio. Realista es también quien es capaz de contar la realidad que necesita". De su apuesta por la pasión al deporte hay un paso y un anticipo de lo que será para el autor de El fútbol a sol y sombra Sudáfrica 2010: "Ni pálpitos ni cábalas. Cada vez me importa menos qué camiseta tienen los jugadores que me brindan la alegría del juego bien jugado. Eso sí, mi mujer, Helena, y yo estamos muy atareados. Desde que estamos juntos en la vida, hace 34 años, el primer día de cada Mundial colgamos en la puerta de entrada un cartel hecho por nosotros mismos que dice 'cerrado por fútbol' y no lo quitamos hasta que hay campeón".

Fuente: Babelia

lunes, junio 14, 2010



Che


Yo tuve un hermano.

No nos vimos nunca pero no importaba.

Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo,
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.

No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.

JULIO CORTÁZAR
(octubre de 1967)

domingo, junio 13, 2010


Teatro-testimonio

"La Ana no puede llorar"




Recuperar la memoria

Vigencia: La síntesis y una sencilla propuesta visual caracterizan La Ana no puede llorar. La escenografía está definida por una decena de marcos colgantes, metáforas de ventanas y puertas, pero también de marcos de fotografías, como alusión al recuerdo. Cuando desapareció su familia, Ana González de Recabarren se dio cuenta que no tenía un buen registro fotográfico de ellos. De ahí en adelante le tomó foto a todo lo que hizo y vio. En este sentido, el vacío de los marcos tiene que ver con la ausencia de la familia, espacio en blanco que en momentos se llena con imágenes de sus recuerdos.

Mutación: En la obra también se utilizan elementos mínimos para diferenciar personajes: es un montaje con roles dobles, mutación que pulsa el recuerdo con asociaciones borrosas, en que resaltan los momentos reales.

Testimonio: El relato oral tiene valor histórico, porque construye y reconstruye a través de la memoria aspectos de la vida del país.

Elenco: Gran Circo Teatro (Rosa Ramírez, Lilian Vásquez, Gonzalo Pinto, Giovani Angelo, Micaela Sandoval).

Dirección: Mabel Guzmán

Dramaturgia: Patricia Araya


Fuente: Punto Final

sábado, junio 12, 2010


Clean Water


Silvio Rodríguez le dedica un concierto a Pete Seeger

Anoche estuvo Pete. Le dediqué el concierto porque él es un Maestro verdadero. Lleva 91 años aprendiendo canciones de cada lugar para enseñarlas en todos los lugares. Ha dejado un pedacito de Cuba en Estados Unidos, un poquito de África en Italia, un soplo de España en Japón. Para Pete no hay fronteras. Si hay un reparador de sueños, ese es él. Su vida ha sido un ejemplo de fraternidad, de amor a los humanos y a la naturaleza. Él es una canción que deberíamos aprender. Tiene las mejillas rosadas y la mirada aguda, como un velero surcando una eternidad de aguas limpias. Sin dudas hay Seeger para rato. Lo dice un aprendiz.

Fuente: CubaDebate

Foto: ACLK Studio

jueves, junio 10, 2010



30 segundos de Cultura



por Cristián Warnken


La cultura ocupó apenas 30 segundos en el discurso presidencial del 21 de mayo. Y si antes ocupaba más, tampoco servía de mucho. La cultura no es un adorno, ni un lujo, ni una excusa para hacer un evento para la foto, ni una cita para mejorar un mal discurso sin ideas.

La cultura no es propiedad de la izquierda ni del centro ni de la derecha. La cultura no es un hobby de estiradas damas señoriales ni el monopolio de desastrados artistas marginales. La cultura tiene cada día menos páginas en los diarios. La cultura es casi una herejía en televisión. La cultura es secuestrada a veces por la academia, pero siempre escapa ilesa y recupera su libertad. La cultura no es la función de ópera a la que se va para calentar el asiento ni la pintura que se compra para adornar el living de la casa. La cultura no puede ser una plataforma para pagar facturas de almuerzos de amigos o “compañeros”, operadores políticos que confundieron el Ministerio de la Cultura con el Ministerio de la Frescura. La cultura necesita gestión, pero no puede ser la esclava, la Cenicienta de la gestión.

La cultura es Vicente Huidobro enterrado de pie en Cartagena, mirando al infinito y flotando por sobre un mar de olvido y abandono. La cultura se respira, se huele, se vive, se camina, se hace bailando de campanario a campanario. La cultura no es hablar en difícil para que todos nos quedemos dormidos. La cultura no es el Carnaval de la Cultura, sino la fiesta auténtica de los pueblos.

La cultura —como Dios y el diablo— vive en los detalles de un oficio y un gesto. La cultura se esconde para que no la conviertan en pieza de museo: la veo correr al alba, con todos sus velos y su sonrisa enigmática al viento. Los jóvenes que están tocando y bailando cuecas sabrosas con el mismo fervor y rigor de sus bisabuelos: eso es cultura.

La cultura es también cuando la Roja se arriesga y danza y vuela y juega bonito, dirigida por el poeta Bielsa. La cultura escapa a toda meta, a toda cifra redonda, a todo cálculo. No calza, excede. La cultura me hace cosquillas en el alma.

La cultura es también la sabiduría guardada en los refranes de una oralidad chilena que casi nadie recuerda —nos dice Gastón Soublette—. La cultura es la gratuidad desatada a todos los vientos, los libros que los poetas chilenos publican a pesar de que nadie los compre ni los podrá comprar jamás. La cultura son las orquestas juveniles que siguen tocando en pueblos borrados por el mar y cuya batuta es el puntero del reloj del futuro. La cultura son los estudiantes de lenguas “muertas”, latín y griego, los herederos heroicos de Giuseppina Grammatico que persisten en leer y traducir “La Eneida” de Virgilio, ¡oh, milagro!, en un país donde nadie lee nada.

La cultura no es el resentimiento ni la mala leche, ni la guerra mezquina de pandillas en la carrera loca al Premio Nacional de Literatura. La cultura son todas las casas de adobe del Maule hechas polvo, pero polvo enamorado. La cultura es el refugio antiaéreo para protegerse de los bombardeos de chabacanería y farándula. La cultura es el 65,6 por ciento de los vecinos de Las Condes que —por un instintivo impulso de amor a su barrio— dijeron “no” a la destrucción de la armonía y las proporciones, a la desmesura inmobiliaria. La cultura es un afiche pegado en las ventanas de Valparaíso y que dice: “Yo cuido la vista de mi vecino”.

La cultura nos hace ver con los ojos cerrados imágenes inocentes, tan escasas en estos días. La cultura manoseada, ninguneada, la loca de la casa, loca de patio, a veces se levanta y pena. Despierta a los que todavía creen que un país se mide no sólo por el PIB (producto interno bruto), sino también por el PID (producto interior delicado). Y los hace soñar con un país que se eleve sobre el nivel del mar. Un país que merezca tener las altas cumbres que tiene. Un país que llegue a los 200 años con más, con mucho más que 30 segundos de cultura.


Fuente: BlogsEmol

sábado, junio 05, 2010




Geometría y origen de la vida


La secuencia Fibonacci, la proporción áurea o número de oro.
El número de oro es una relación que ha sido usada en la arquitectura sagrada y el arte ya desde el período del antiguo Egipto, e incluso antes.

También conocido como la Divina Proporción, la Medida Áurea o la Proporción Áurea, este ratio (o proporción) se encuentra con sorprendente frecuencia en las estructuras naturales así como en el arte y la arquitectura hechos por el hombre, en los que se considera agradable la proporción entre longitud y anchura de aproximadamente 1,618 que es el número PHI.

Las cadenas de ADN tienen una relación matemática con este número. Sus extrañas propiedades son la causa de que la Sección Áurea haya sido considerada históricamente como divina en sus composiciones e infinita en sus significados. Los antiguos griegos, por ejemplo, creyeron que el entendimiento de la proporción áurea podría ayudar a acercarse a Dios: Dios "estaba" en el número.


La secuencia de Fibonacci es una secuencia infinita de números que comienza por: 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55 ..., en la que cada uno de ellos es la suma de los dos anteriores.

1+1=2
2+1=3
3+2=5
8+5=13
13+8=21
Etc.

Para cualquier valor mayor que 3 contenido en la secuencia, la proporción entre cualesquiera dos números consecutivos es 1,618…. o Sección Áurea. Por ejemplo:

5 divido entre 3 = 1,66666667
8 divido entre 5 = 1,6
13 divido entre 8 = 1,625
21 divido entre 13 = 1, 615
34 divido entre 21 = 1, 61904
55 divido entre 34 = 1, 617664

El número áureo o de oro (también llamado número dorado, razón áurea, razón dorada, medida áurea, proporción áurea y divina proporción) representado por la letra griega f (phi) en honor a Leonardo de Pisa o Fibonacci, es el número irracional:

La secuencia de Fibonacci se puede encontrar en la naturaleza, en la que la flor del girasol, por ejemplo, tiene veintiuna espirales que van en una dirección y treinta y cuatro que van en la otra; ambos son números consecutivos de Fibonacci. La parte externa de una piña tiene espirales que van en sentido de las manecillas del reloj y otras que lo hacen en sentido contrario, y la proporción entre el número de unas y otras espirales tiene valores secuenciales de Fibonacci. En las elegantes curvas de una concha de nautilus, cada nueva circunvolución completa cumplirá una proporción de 1: 1,618 si se compara con la distancia desde el centro de la espiral precedente.

Existen dos tipos de espirales: la Áurea y la Fibonacci.

La espiral Áurea es una espiral cósmica, como nuestra galaxia, no tiene principio ni fin. También llamada "la divina proporción", se basa en el número áureo o phi que tiene un valor de 1,618. Este número se repite indefinidamente en la naturaleza y parece ser un valor creador y ordenador del universo. Este valor se ha encontrado tanto en el caparazón de un molusco como en la estructura de las galaxias. Ha sido utilizado también por muchos creadores y artistas para conseguir la perfección: Leonardo Da Vinci, Beethoven en su Quinta Sinfonía, Dalí y muchos otros.

La espiral Fibonacci es una espiral que comienza en un punto determinado y sigue una proyección aritmética. Fue concebida en 1202 por Leonardo de Pisa, matemático italiano del siglo XIII, también conocido como Fibonacci, y fue descubierta observando cómo una proporción se repetía constantemente en el crecimiento de las especies, por ejemplo la crianza de conejos. Esta proporción se basa en la suma de los dos términos anteriores, cualquiera que sean éstos: 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34…. etc.

Como hemos visto, si dividimos cualquier número entre el inmediato anterior de la proporción, volvemos a conseguir el Phi con un valor de 1,6180339…, coincidiendo con la proporción Áurea. Este número es uno de los tres números irracionales de mayor importancia en la matemática y es infinito.

La importancia de las espirales es que éstas representan la energía que genera el corazón cuando ama. Hay un paralelismo entre estas espirales como matrices de expansión de nuestras conciencias y la conexión que se logra con el Universo.



La Flor de la Vida

La Flor de la Vida se ha encontrado en diversos templos antiguos del planeta, entre ellos Abydos, en Egipto, en la parte, más antigua del templo. Drunvalo Melchizedek dice que probablemente ese templo sea el más antiguo del planeta. También se encontró la figura de la Flor de la Vida en Karnak y en Luxor así como en Islandia, Turquía, Inglaterra, Israel, Egipto, China, Tibet, Grecia, Japón, España, Suecia, Yucatán, México; en todos ellos ha tomado el mismo nombre, no sólo porque parece una flor, sino porque representa el ciclo de un árbol frutal (ver el cuaderno #31, Geometría Sagrada, módulo III).

Este patrón geométrico no le pertenece a ninguna cultura, ni a los hebreos, ni a los egipcios. Este patrón está más allá de cualquier raza o religión. Es una parte íntima de la naturaleza.
Esta figura, la Flor de la Vida, realmente contiene TODA la información sobre nosotros, sobre quienes somos, sobre nuestro origen y hacia donde vamos.




La Flor de la Vida y los poliedros

Dentro de la Flor de la Vida encontramos todas las formas geométricas básicas. Ahí están los 5 sólidos platónicos: el cubo, el tetraedro, el octaedro, el dodecaedro, y el icosaedro. La combinación de los dos últimos forma la Red de Conciencia Crística alrededor de nosotros, en nosotros y alrededor de nuestro Planeta.

Estas formas también corresponden al ciclo de evolución del campo Merkaba, desde la forma básica del tetraedro hasta el dodecaedro para luego pasar al Holograma del Amor (Ver módulo III)

Ejercicios aplicados

1.Figuras con la Proporción Áurea.

- Hacer un dibujo de la espiral Fibonacci, lo más exacta posible.
- Hacer los rectángulos de oro con pajas de colores colocadas sobre una lámina de plastoformo o corcho con alfileres. Hacer las divisiones correspondientes para comprobar que esté exacto.
- Buscar en la naturaleza ejemplos de espiral Fibonacci y de proporción Áurea, y también…. ¡En la Web!

2. Mandala de Geometría Sagrada con la estrella de cinco puntas y el pentágono.

- Dibujar una estrella de 5 puntas y calcular todas las proporciones de Oro que encuentres en
ella.
- Dibujar una serie de figuras en las cuales estrellas de 5 puntas y pentágonos van los unos dentro de los otros. Ver ideas en el anexo al final del cuaderno.

3. Panel con la Flor de la Vida.

- Dibujar la Flor de la Vida en blanco y negro.
- Dibujar la Flor de la Vida y colorearla.
- Hacer un panel grande de la Flor de la Vida y colgarlo en la casa o en el aula. Es un armonizador poderoso de ambientes (por lo menos de un metro de diámetro o más, si se puede).
- Confeccionar objetos que representen la Flor de la Vida.

Fuente: Pedagooogia3000

jueves, junio 03, 2010




Por Amor a la Madre Tierra




En todos los Pueblos y tiempos, nacen -y viven para siempre- seres humanos adelantados / adelantadas que construyen su Palabra en y desde la más verdadera poética: la acción de su pensamiento. Mujeres y hombres resplandecientes, brotando como flores sobre la nieve del invierno o sobre la arena del más inhóspito desierto. Hombres y mujeres que viven con todos / por todos, que se hacen cargo y estremecen nuestra soledad y enrostran el egoísmo y brutalidad del sistema capitalista porque ellos / ellas –por su sensibilidad y con su sacrificio- han alcanzado la innegable autoridad para que nos obliguemos a Escuchar lo que nos están diciendo. Como el Silencio y la contemplación de la naturaleza, ellas / ellos son nuestra Memoria de que es irrefutablemente cierto que somos nada más una pequeña parte del universo, hijas e hijos de la Madre Tierra a quien pertenecemos. Somos briznas apenas soñando en la levedad / la brevedad del viento Azul.

Hombres y mujeres que -por amor a la Madre Tierra- ayer sufrieron y sufren hoy (y seguramente mañana) la pena del encarcelamiento; que lucharon y luchan por Ternura, para recordar al Estado -y a los adinerados que lo instalaron y sostienen- que la legitimidad es anterior y está / o debiera estar por sobre la “legalidad” con la que depredan y usurpan las riquezas que nos pertenecen a todos (a las generaciones pasadas, presentes y futuras). ¿Cuántas muertes humanas han provocado los Presos Políticos Mapuche?: ninguna. Ellos / ellas no han hecho sino elevar su voz para defender la legitimidad de las normas -siempre incluyentes- de la naturaleza, el siempre comunitario ecosistema (Itro fill mogen / la totalidad sin exclusión, la integridad sin fragmentación de todo lo viviente), y para cuestionar la casi constante exclusión / la ilegalidad de la legalidad chilena.

En distintos lugares y tiempos se ha dicho: “Todo pueblo que lucha tiene derecho a defenderse”. Toda historia / todo relato de un Pueblo es una continuidad; desde su visión de mundo se revelan sus esperanzas, sus alegrías, sus tristezas, sus enojos y sus Sueños. ¿No son acaso hebras diversas de un mismo tejido, que se entrecruzan para brindarle firmeza, mientras se canta, se cuenta, se conversa, se aconseja, se hace rogativa, se lucha, se parlamenta?

“Los winka han roto la armonía aquí, han violentado el equilibrio entre nuestra Tierra de Arriba y la Tierra que Andamos. Ellos trabajan con las energías negativas / las de la Tierra de Abajo, por eso aquí se ha secado el agua y han desaparecido las plantas y las hierbas medicinales; por eso nos hemos enfermado nosotros y también nuestros animales. Los winka están enfermando a nuestra Madre Tierra”, están reiterando las Machi / los Machi que luchan contra las enfermedades que son también hoy día los latifundios y las empresas forestales / hidroeléctricas / pesqueras / mineras.

Aquí están nuestros tuwvn y kvpalme, nuestros lazos con la Tierra en la que nacimos y la familia y comunidad a la que pertenecemos. El Rewe es el centro de la Tierra, el lugar donde Conversan e interactúan todas las energías que habitan el Universo. El Espíritu Azul que nos rige cumple acciones diversas y de acuerdo a ello lo nombramos, dicen nuestros Abuelos / nuestras Abuelas: Elmapun, cuando creó la Tierra / Elchen, cuando creó a la Gente / Genmapun, como sostenedor de la Tierra / Genechen, como sostenedor de la Gente. Es así como las personas respondemos también a distintos nombres al mismo tiempo, nos dicen: padres / hijos / hermanos / pensadores / guerreros...

Nuestra cultura es incluyente, valora sus diversidades, cada una de ellas entrega su aporte particular para enfrentar los rigores de la historia común. Existen nuestras comunidades -físicas y espirituales- y por ellas existen nuestras organizaciones, cada una da cuenta de una innegable realidad. Por eso, contrario a lo que insisten en afirmar los gobiernos chilenos, decimos: todas nuestras organizaciones nos representan en la totalidad de la vida que no ha tocado vivir.

(Lamgen Millaray, estas palabras para Usted y para todas nuestras hermanas que –contra toda adversidad y distancia- trabajan para entregar el ánimo constante / imprescindible a sus compañeros -nuestros hermanos- encarcelados por el poder económico chileno).

Elicura Chihuailaf Nahuelpan

Luna de los Brotes Fríos
26 de mayo de 2010
Fuente: Revista El Periodista