sábado, febrero 26, 2011


LAUTARO

(Epopeya del Pueblo Mapuche)

por Isidora Aguirre (In Memoriam)


Aprendemos en los textos de historia que los araucanos -ellos prefieren llamarse "mapuches", gente de la tierra- eran belicosos y valientes, que mantuvieron en jaque a los españoles en una guerra que duró tres siglos, que de algún modo no fueron vencidos. Por lo que muchos ignoran es que aún siguen luchando. Por la tierra en comunidad, por un modo de vida, por conservar su lengua, sus cantos, su cultura y sus tradiciones como algo vivo y cotidiano. Eloos lo resumen en pocas palabras: "luchamos por conservar nuestra identidad, por integrarnos a la sociedad chilena mayoritaria sin ser absorbidos por ella". Sabemos cómo murió el toqui Caupolicán, cómo Lautaro aprendió tácticas guerreras cuando, hecho prisionero, fue caballerizo de don Pedro de Valdivia. Sabemos, en suma, que no fueron vencidos pero ignoramos el "cómo" y el "por qué".

Hay numerosos estudios antropológicos sobre los mapuches pero se ha hecho de ellos muy poca difusión. Y menos conocemos aun su vida de hoy, la de esa minoría de un medio millón de gentes que viven en sus "reducidas" reducciones del sur. Sabemos que hay machis, que hacen "nguillatunes", que hay festivales folclóricos, y en los mercados y en los museos podemos ver su artesanía.

Después de la mal llamada "Pacificación de la Araucanía" de fines del siglo pasado -por aquelo de que la familia crece y la tierra no- son muchos los hijos que emigran a las ciudades; los niños se ven hoscos y algo confundidos en las escuelas rurales, porque los otros se burlan de su mal castellano; sin embargo son niños de mente ágil que a los seis años hablan dos lenguas, que llevan una doble vida, por miedo a la discriminación, la de la ruca y la de la escuela. Pocos saben que la cultura mapuche sigue vigente en el interior de la ruca, que los viejos siguen relatando historias y hablando del pasado junto al fuego -la tradición oral de un pueblo que no tuvo escritura se mantuvo siempre viva- relatos que traen al presente los mitos, su acervo cultural y una particular concepción de la vida. Muchos siguen raptando a sus esposas, como mero ritual, o ahuyendando a los espíritus (o, como decimos nosotros, la mala suerte). Lo cuentan con picardía, porque no rechazan la vida moderna; pocos indígenas del continente han tenido su capacidad de adaptación. Las machis, doctoras y a la vez personas consagradas, sanan a los enfermos con las mismas técnicas que hoy están en boga, la fe, la hipnosis, las yerbas.

Un creador se llena de alegría cuando descubre la riqueza de su patrimonio. Me acerqué a ellos cuando un amigo mapuche -de la gran familia Painemal- me rogó que escribiera una obra de teatro sobre su pueblo a fin de apoyarlos en su lucha de hoy.

El proceso mismo de elaboración de una obra es bastante complejo, quizá el subconsciente sepa más de él. Allí se van combinando y tomando forma los datos obtenidos de fuentes muy diversas. Valdivia nació de sus bellísimas cartas al Rey de España. Lautaro -de quien hay tan pocos datos- nació más bien de mi contacto directo con los mapuches, del amor con que fui acogida en el seno de la ruca "como una pariente, como una mapuche más", me decían; o cuando me cantaban, improvisando la letra -en su lengua, como es su costumbre-, "vengan pillanes a entretener a nuestra visita, porque es un milagro que esté aquí con nosotros..."; de los afanes de la Chiñura, la dueña de casa, con mi llegada, para corretear tras las gallinas y patos, los que despluman y guisan junto al fuego mientras se conversa, y se ofrece el mate o sus bebidas tradicionales.

La historia y la antropología me sirvieron para estructurar la obra teatral, en torno a los ejes centrales que son Valdivia y Lautaro, seleccionando lo que mejor sirviera al conflicto. Y el resultado final, lo que se ve en escena, es el fruto de un minucioso y prolongado trabajo de equipo; el director pide que se dinamice tal o cual escena, en los ensayos se ve la necesidad de cortes, o de acentuar algún parlamento; reestructurar escenas para dar al actor ocasión de mostrar su cualidad histriónica; coreografía, cantos, música incidental, escenografía, vestuario, sonido, luces, todo es un trabajo que se realiza con gran armonía, en equipo, bajo la vigilancia del director y autor. La música que gentilmente nos dieron Los Jaivas, seleccionada por el director y que, según ellos "parecía escrita para la obra..." fue un aporte valiosísimo gracias al talento de este conjunto y su concepción americanista y moderna del folclore. Queríamos todos que el público, al verla, pudiera recuperar lo que le pertenece: sus raíces. Los valores y la vitalidad de las dos razas que lo formaron. Pero quisimos mostrárselos, a los personajes que simbolizan esas razas, Valdivia y Lautaro, de carne y hueso, riendo o sufriendo, tanto en la guerra como en sus vicisitudes cotidianas, y no como se les ve tan a menudo: rígidos y lejanos en las estatuas, estampillas o billetes. O "floreando los discursos de los huincas" como dicen los mapuches.


Fuente: LAUTARO, Epopeya del pueblo mapuche, Isidora Aguirre, Editorial Nascimento, 1982.

Imagen: Memoria Chilena

miércoles, febrero 23, 2011



La independencia es otro nombre de la dignidad


por Eduardo Galeano


Quiero dedicar este homenaje a la memoria viva de dos Carlos: Carlos Lenkersdorf y Carlos Monsiváis, amigos muy queridos que ya no están, pero siguen estando.

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Y empiezo por decir gracias: Gracias, Marcelo, por este regalo, esta alegría. Te digo gracias en nombre propio y también en nombre de los muchos sureños que jamás olvidarán su gratitud a México, el país de su exilio, refugio de perseguidos en los años de mugre y miedo de nuestras dictaduras militares.

Y quiero subrayar que México merece, por eso y por muchos otros motivos, toda nuestra solidaridad, ahora que esta tierra entrañable está siendo víctima de la hipocresía del narcosistema universal, donde unos ponen la nariz y otros ponen los muertos, y unos declaran la guerra y otros reciben los tiros.

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Este acto generoso me honra por venir de quien viene. La ciudad de México está a la vanguardia en la lucha por los derechos humanos, en un amplio abanico que va desde la diversidad sexual hasta el derecho a respirar, que ya parecía perdido.

Y mucho me honra recibir esta ofrenda, porque mucho tiene de desafío: en nuestros países la independencia plena es todavía, en gran medida, una tarea por hacer, que nos convoca cada día.

***

En la ciudad de Quito, al día siguiente de la independencia, una mano anónima escribió en una pared: Último día del despotismo y primero de lo mismo.

Y en Bogotá, poco después, Antonio Nariño advertía que el alzamiento patriótico se estaba convirtiendo en baile de máscaras, y que la independencia estaba en manos de caballeros de mucho almidón y mucho botón, y escribía: Hemos mudado de amos.

Y el chileno Santiago Arcos comprobaba, desde la cárcel:

–Los pobres han gozado de la gloriosa independencia tanto como los caballos que en Chacabuco y Maipú cargaron contra las tropas del rey.

***

Todas nuestras naciones nacieron mentidas. La independencia renegó de quienes, peleando por ella, se habían jugado la vida; y las mujeres, los analfabetos, los pobres, los indios y los negros no fueron invitados a la fiesta. Aconsejo echar un vistazo a nuestras primeras Constituciones, que dieron prestigio legal a esa mutilación. Las Cartas Magnas otorgaron el derecho de ciudadanía a los pocos que podían comprarlo. Los demás, y las demás, siguieron siendo invisibles.

***

Simón Rodríguez tenía fama de loco, y así lo llamaban: El loco. Decía locuras, como éstas:

–Somos independientes, pero no somos libres. La sabiduría de Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son, en nuestra América, dos enemigos de la libertad de pensar. Nuestra América no debe imitar servilmente, sino ser original.

Y también:

–Enseñemos a los niños a ser preguntones, para que se acostumbren a obedecer a la razón: no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre como los estúpidos. Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra.

Don Simón decía locuras, y hacía locuras. Allá por mil ochocientos veinte y pico, sus escuelas mezclaban a los niños y a las niñas, a los pobres y a los ricos, a los indios y a los blancos, y también unían la cabeza y las manos, porque enseñaban a leer y a sumar, y también a trabajar la madera y la tierra. En sus aulas no se escuchaban los latines de sacristía y se desafiaba la tradición del desprecio por el trabajo manual. Poco duró la experiencia. Un clamor de indignadas voces exigía la expulsión de este sátiro que ha venido a corromper a la juventud, y el mariscal Sucre, presidente del país que ahora llamamos Bolivia, le exigió la renuncia.

A partir de entonces, anduvo a lomo de mula, peregrinando por las costas del Pacífico y las montañas de los Andes, fundando escuelas y formulando preguntas insoportables a los nuevos dueños del poder:

–Ustedes, que imitan todo lo que viene de Europa y de los Estados Unidos, ¿por qué no les imitan la originalidad, que es lo más importante?

Este viejo vagabundo, calvo, feo y barrigón, el más audaz y el más querible de los pensadores de América, estaba cada día más solo, y solo murió.

A los ochenta años, escribió:

–Yo quise hacer de la tierra un paraíso para todos. La hice un infierno para mí.

***

Simón Rodríguez fue un perdedor. Según la escala de valores de este mundo, que sacraliza el éxito y no perdona el fracaso, los hombres como él no merecen memoria.

Pero, ¿acaso no está vivo don Simón en la energía de dignidad que hoy recorre nuestra América de norte a sur? ¿Cuántos hablan por su boca, aunque no lo sepan, como hablaba en prosa aquel personaje de Molière que no sabía que hablaba en prosa?

¿Acaso don Simón no nos sigue enseñando, un siglo y medio después de su muerte, que la independencia es otro nombre de la dignidad? Es verdad que todavía pesa, y mucho, la herencia colonial, que aplaude la copia y maldice la creación y admira, como denunciaba don Simón, las virtudes del mono y del papagayo. Pero también es verdad que son cada vez más los jóvenes que sienten que el miedo es una cárcel humillante y aburrida, y libremente se atreven a pensar con sus propias cabezas, sentir con sus propios corazones y caminar con sus propias piernas.

***

Yo no creo en Dios, pero sí creo en el humano milagro de la resurrección. Porque quizás se equivocaban aquellos dolientes que se negaban a creer en la muerte de Emiliano Zapata, y creían que se había marchado a Arabia en un caballo blanco, pero sólo se equivocaban en el mapa. Porque a la vista está que Zapata sigue vivo, aunque no tan lejos, no en las arenas de Oriente: él anda cabalgando por aquí, aquí cerquita nomás, queriendo justicia y haciéndola.

Y fíjense ustedes lo que ha ocurrido con otro perdedor, José Artigas, el hombre que hizo la primera reforma agraria de América, antes que Lincoln y antes que Zapata.

Hace casi dos siglos, él fue vencido y condenado a la soledad y al exilio. En años recientes, la dictadura militar del Uruguay le erigió un ampuloso mausoleo, queriendo encerrarlo en cárcel de mármol. Pero cuando la dictadura intentó decorar el monumento con algunas de sus frases, no encontró ninguna que no fuera subversiva. Ahora el mausoleo tiene fechas y nombres de batallas, y ninguna frase. Involuntario homenaje, involuntaria confesión: Artigas no es mudo, Artigas sigue siendo peligroso.

Cosa curiosa: con tantos vivos que hablan sin decir, en nuestras tierras hay muertos que dicen callando.

***

Bienaventurados sean los perdedores, porque ellos cometieron la insolencia de amar a su tierra, y por ella se jugaron la vida. Pero está visto que el patriotismo es el honorable privilegio de los países dominantes: sólo los que mandan tienen el derecho de ser patriotas. En cambio, los países dominados, condenados a obediencia perpetua, no pueden ejercer el patriotismo, so pena de ser llamados populistas, demagogos, delirantes: nuestro patriotismo se considera una peste, peste peligrosa, y los amos del mundo, que nos toman examen de Democracia, tienen la mala costumbre de conjurar esta amenaza a sangre y fuego.

Bienaventurados sean los perdedores, porque ellos se negaron a repetir la historia y quisieron cambiarla.

Bienaventurados sean los perdedores, y malditos sean quienes confunden el mundo con una pista de carreras y lanzados a las cumbres del éxito trepan lamiendo hacia arriba y escupiendo hacia abajo.

Bienaventurados sean los indignados, y malditos sean los indignos.

Maldita sea la exitosa dictadura del miedo, que nos obliga a creer que la realidad es intocable y que la solidaridad es una enfermedad mortal, porque el prójimo es siempre una amenaza y nunca una promesa.

Bienaventurado sea el abrazo, y maldito sea el codazo.

***

Sí, pero… Cuántos perdedores, ¿no?

Cuando algún periodista me pregunta si soy optimista, yo contesto, sinceramente:

–A veces. Depende de la hora.

Siempre me parecieron más bien inhumanos los optimistas full time.

Creo que el desaliento es un derecho humano, y de algún modo es también la prueba de que somos humanos, porque no sufriríamos el desaliento si no tuviéramos aliento.

Hay que reconocer que no es muy alentadora la realidad, que tiene la jodida costumbre de recompensar a los exprimidores del prójimo y a los exterminadores de la tierra, el agua y el aire. Y en cambio, las más apasionantes aventuras de transformación de la realidad suelen quedarse a mitad de camino, o se extravían y se pierden, y muchas veces terminan mal.

Hay que reconocerlo, digo, pero también cabe preguntar: Cuando esas lindas experiencias colectivas terminan mal, ¿de veras terminan? ¿No hay nada que hacer, sólo nos queda resignarnos y aceptar el mundo tal cual es, como si fuera destino? Hace pocos años, se puso de moda la teoría del fin de la historia. Más de uno se tragó ese sapo, a pesar de que el sentido común nos demuestra, con poderosa sencillez, que la historia nace de nuevo cada mañana.

Lo mejor de este asunto de vivir está en la capacidad de sorpresa que la vida tiene. ¿Quién podía presentir que los países árabes iban a vivir este huracán de libertad que están ahora viviendo? ¿Quién iba a creer que la plaza de Tahrir iba a dar al mundo esta lección de democracia? ¿Quién iba a creer lo que ahora puede creer ese muchachito plantado en la plaza durante días y noches, cuando dice: Nadie nos va a mentir nunca más?

Al fin y al cabo, cuando la historia dice adiós, o eso parece decir, ella nos está diciendo, o al menos murmurando: hasta luego, hasta lueguito, nos estamos viendo.

Y yo me despido de ustedes, ahora, que ya es hora, como la historia me enseñó, diciéndoles gracias, diciéndoles: hasta luego, hasta lueguito, nos estamos viendo.


* Palabras pronunciadas el 22 de febrero de 2011, en la ceremonia de entrega de la Medalla 1808, que el jefe de Gobierno de la ciudad de México, Marcelo Ebrard, otorgó al escritor Eduardo Galeano

Fuente: La Jornada
Foto: Elena Poniatowska y Eduardo Galeano, foto de Francisco Olvera.

martes, febrero 22, 2011



Sangre verde de mariposas




Las palabras entran y salen de la boca
a veces como un pan recién horneado
a veces como miel de pequeños soles
y caen a la tierra
como espigas
y vuelven a la mesa
como libros

Las palabras entran y salen de las cosas
a veces como un río de piedras azules
a veces como peces de encendidos mares
y reptan a la orilla
como volcanes
y vuelven a su estrella
como fuegos

Las palabras entran y salen del corazón
a veces como un puñal en contra de las hojas
a veces como sangre verde de mariposas
y laten en tus manos
como poemas
y cantan a la tierra
como los poetas


GREEN BLOOD OF BUTTERFLIES

Rolando Riveros Vidal, Chile


Words enter and emerge from our mouths
sometimes like freshly baked bread
sometimes like a honey of small suns
they fall down to the earth
like ears of grain
and return to the table
as do books

Words enter and emerge from things
sometimes like a river of blue pebbles
sometimes like fish in brilliant seas
they crawl to the shore
like volcanoes
and return to their star
as do fires

Words enter and emerge from our hearts
sometimes like a dagger turned against the leaves
sometimes like the green blood of butterflies
they pulsate in your hands
like poems
and they sing the earth
as do poets


Translation: Ute Margaret Saine
Imagen: Miguel Ángel Sunu Cortez

lunes, febrero 14, 2011



Incipit Vita Nova
(Comienza la Vida Nueva, Dante Alighieri)


Como ocurre siempre en las épocas
en que socialmente la vida no vale nada,
es preciso saber ver por medio
de los ojos de Eros.
En el tiempo que está por llegar,
a Eros incumbe restablecer
el equilibrio roto en provecho
de la muerte.
(André Breton)


Hay un mar que está lejos de nosotros
es invisible, pero no está oculto.
Está prohibido hablar de él,
pero al mismo tiempo es un pecado
y un indicio de ingratitud
no hacerlo.
(Rumi)


Porque todas las debilidades del hombre se deben a formas defectuosas de amar, hicimos NO MIRES PARA ABAJO, una película para aprender a hacer el amor como Dios manda, que cuenta la historia de una chica que le enseña a un chico a respirarse juntos, a untarse con acietes deliciosos para luego comerse poco a poco mientras tienen sexo en 16 posiciones distintas, mientras él aprende a pasarse horas cogiendo sin eyacular para volverla loca de placer a ella que llegará a decirle: "He muerto a mí y vivo por ti...Si te amo me amo, si me amo te amo..."
(Eliseo Subiela)


Más allá de mirarnos a los ojos
y del suspiro que sale de la inteligencia,
la poesía está en la música de Pedro Aznar
y en el manejo del Eros de Eliseo Subiela.
Así de simple: ni yo me voy ni vos te quedás.
Este amor desconoce toda separación.
En la vida siempre estamos diciendo adiós;
que eso no te impida amar.
(R)



Fuente: No mires para abajo, Eliseo Subiela, 2008. Música de Pedro Aznar.

domingo, febrero 13, 2011



el amor es un haiku



lenguas del amor
besan y arden juntas
son luna y sol


lingue dell’amor
baciando bruciando insieme
son luna e sol


the tongues of our love
they kiss and burn together
they are sun and moon



Rolando Riveros Vidal, Chile
Traducción: Ute Margaret Saine


Fuente: Sisters & Brothers in Poetry
Imagen: The Kiss, Gustav Klimt